Por Agroempresario.com
Mientras el consumo de vino a nivel global enfrenta un estancamiento, un segmento particular de la industria vitivinícola argentina no para de crecer: el de los vinos orgánicos. Con un incremento del 34.000% en la última década, la producción de este tipo de vino no solo se consolida como una tendencia en alza, sino que promete redefinir el mapa vitivinícola nacional y proyectar a la Argentina como una potencia verde en el mundo.
El dato es contundente: en 2014 se comercializaron poco más de 4.400 litros de vino orgánico en el país. Diez años después, esa cifra superó los 1,5 millones de litros. Y, aunque en términos absolutos sigue representando una porción menor del mercado total, es el único segmento que ha mostrado un crecimiento sostenido en el tiempo. “Los vinos orgánicos son todavía chicos en volumen, pero lideran en dinámica y proyección”, sintetiza Pancho Barreiro, cofundador de VIOS Vinos Más Sustentables.
El vino orgánico se elabora a partir de uvas cultivadas sin agroquímicos sintéticos como herbicidas, pesticidas, fungicidas ni fertilizantes. Además de evitar estos productos en el campo, su elaboración en bodega también respeta ciertos lineamientos que buscan minimizar la intervención y maximizar el respeto por el ambiente y el producto natural.
En Argentina, el varietal orgánico más producido es el Malbec —estrella indiscutida también en exportaciones—, seguido por la uva Cereza y el Torrontés Riojano. Actualmente, existen más de 6.300 hectáreas de viñedos certificados como orgánicos y más de 140 productores inscriptos, frente a los 59 que había en 2014.
El auge del vino orgánico en el país no es casual. Muchos de los proyectos que lo impulsan nacieron con una fuerte carga filosófica que luego se tradujo en ventajas competitivas. Ramiro Salas, enólogo de Familia Salas Organic Estate, resume así su decisión: “Fue por convicción. La idea era ofrecer un vino diferente en un mercado saturado y, al mismo tiempo, ser coherentes con nuestra forma de ver el mundo”.
Su bodega, ubicada en Maipú, Mendoza, ofrece diferentes versiones del Malbec, desde rosados hasta el único blanc de noir de Malbec orgánico certificado en el mercado local. “No se nota a simple vista la diferencia entre una uva convencional y una orgánica, pero sí se percibe en nariz y boca: son vinos mucho más frutados y vivos”, explica Salas.
Con sede en Gualtallary, Tupungato (Valle de Uco), Domaine Bousquet es el mayor exportador de vino orgánico certificado del país, con cerca de 4 millones de litros anuales, lo que representa el 35% del volumen total que se exporta en esta categoría. Fundada por una familia francesa en 1998, la bodega apostó desde el principio a una vitivinicultura sustentable.
“El terroir nos empujó naturalmente hacia lo orgánico. Nunca usamos productos de síntesis química. Era una zona virgen y queríamos mantenerla así”, dice su enólogo Rodrigo Serrano Alou. Domaine Bousquet no solo logró certificarse como bodega orgánica, sino que también obtuvo la prestigiosa Certificación Regenerativa Orgánica (ROC), que abarca prácticas que mejoran el suelo, respetan el bienestar animal y garantizan equidad laboral.
La filosofía orgánica muchas veces va de la mano con métodos más holísticos, como la agricultura biodinámica o regenerativa. “La finca es un organismo vivo en donde todo está conectado: el suelo, las plantas, los animales, el cosmos y las personas”, resume Serrano Alou.
Estas prácticas se traducen en compostaje, cultivos de cobertura, rotación de pasturas, y reducción de labranzas. Los beneficios son múltiples: mayor biodiversidad, suelos más fértiles, plantas más sanas y vinos más expresivos. “Hoy nuestros viñedos son más resistentes al cambio climático. Las últimas heladas no nos afectaron como a otros productores convencionales”, destaca el enólogo.
No todas las bodegas nacieron orgánicas. Algunas, como Chakana, emprendieron la transición varios años después de su fundación. “Nos preguntamos qué era realmente la calidad en un vino y llegamos a la conclusión de que debía reflejar su lugar de origen con la menor intervención posible”, relata el ingeniero agrónomo Facundo Bonamaizón.
Chakana produce Malbec, Cabernet Franc, Chardonnay y otras cepas en 120 hectáreas ubicadas en Agrelo, el Valle de Uco y el Paraje Altamira. “Los vinos se volvieron más auténticos, más puros, más intensos. El cambio fue rotundo. En solo dos años, el viñedo ya se veía diferente, con más vida, más color, más equilibrio”, afirma.
En el sur del país, Bodega Del Fin del Mundo decidió experimentar con un viñedo orgánico en San Patricio del Chañar, Neuquén. “Cuidar la Patagonia es parte de nuestro ADN”, cuenta Juliana Del Águila Eurnekian, presidenta de la bodega. Allí, de 1000 hectáreas, 40 están certificadas como orgánicas y se cultivan cepas como Malbec, Pinot Noir, Merlot y Syrah.
El resultado, asegura el enólogo Ricardo Galante, fue impactante: “Los suelos se llenaron de vida, la cobertura vegetal explotó, la biodiversidad aumentó. Y lo mejor es que se refleja en la copa: vinos con más fruta, más concentración y más carácter”.
Adoptar el modelo orgánico no es fácil. El primer obstáculo es la falta de información técnica y formación específica. “Es mucho prueba y error. En Chakana leímos mucho, experimentamos y contratamos a expertos que nos ayudaron a corregir el rumbo”, cuenta Bonamaizón.
También está el tema de las certificaciones, que varían según el país de destino. En Estados Unidos, por ejemplo, un vino orgánico no puede contener sulfitos agregados, mientras que en Europa sí se permiten en pequeñas dosis.
Otro gran desafío es la mano de obra. Al eliminar pesticidas y herbicidas, se requiere más trabajo manual. “Las malezas y las hormigas se convierten en un dolor de cabeza, pero aprendimos a manejarlas con cebos naturales y estrategias menos invasivas”, detalla Galante.
Aunque todavía representa un nicho, el consumidor de vinos orgánicos está en plena expansión. Las nuevas generaciones valoran cada vez más el origen de los productos que consumen y buscan opciones saludables y sustentables.
“El argentino ya consume más vino orgánico del que cree”, afirma Barreiro. “Muchos vinos premium se elaboran con uvas de cultivos orgánicos o agroecológicos, aunque no siempre se certifiquen como tales”.
Para Ramiro Salas, el perfil del consumidor orgánico es alguien “curioso, que se anima a salir de lo común y prioriza el cuidado del medio ambiente y la salud”. En la misma línea, Bonamaizón afirma que “cuando los consumidores entienden el proceso, lo valoran mucho más. Y ya no es lo mismo tomarse cualquier vino, sino uno que esté alineado con sus valores”.
Lejos de ser una moda pasajera, el vino orgánico se perfila como una respuesta concreta a las exigencias del futuro. Frente al cambio climático, el agotamiento de suelos y la necesidad de sistemas agrícolas más resilientes, la vitivinicultura orgánica ofrece una alternativa viable y rentable.
Además, el posicionamiento de la Argentina es inmejorable: tiene clima seco, buena amplitud térmica, suelos pobres —excelentes para la vid— y una larga tradición en el mundo del vino. Si a eso se le suma una creciente base de conocimiento técnico, consumidores cada vez más informados y una oferta en expansión, el futuro del vino argentino puede ser, definitivamente, verde.