Por Agroempresario.com
En la Cuarta Temporada de “Comunicándonos en Agroempresario.com”, junto a Fernando Vilella, Director de Desarrollo Estratégico y Contenidos del medio, tuvimos el privilegio de conversar con Pedro Vigneau, un productor agropecuario con profundas raíces en Bolívar y una mirada federal sobre el desarrollo productivo. Con pasión y conocimiento, trazó una radiografía precisa de las oportunidades que tiene la Argentina para posicionarse como proveedor global de moléculas renovables, sustentables y de altísimo valor agregado.
“Un placer estar con vos, Fer. Me da un poco de vergüenza que me digas eso a mí, pero creo que este es un grupo de gente que ha jugado fuerte y que ve en esto un vector de desarrollo potente, capaz de generar condiciones para que muchos argentinos se desarrollen”, abrió el diálogo con humildad y convicción. Desde ese punto de partida, introdujo la idea que atravesó todo su discurso: “Los que vemos eso tenemos que jugar, contarlo, gritarlo, hacer lo que haga falta para que de una buena vez esas oportunidades aparezcan”.
La conversación fluyó entre el compromiso personal y la necesidad estructural de contar con políticas públicas alineadas con el potencial productivo del país. “Hay muchos nichos donde se puede agregar valor: desde el gremialismo y la técnica hasta las cadenas productivas. Lo que no podemos hacer es quedarnos esperando que venga otro a resolver nuestros problemas. Cuanta más gente comprometida se sume a las instituciones, mejor. Y si son jóvenes, mucho mejor todavía”.
El recorrido de este productor arranca en Bolívar, donde su tatarabuelo compró un campo en 1892. “Pusieron tres palitos en una vaina y el más largo elegía primero. Eligió el que tenía laguna, supongo que por el agua. Mi familia está ahí hace más de 130 años”. Con anécdotas de pioneros, rememora cómo la administración del campo familiar saltó de su abuelo a él, a los 22 años, cuando se dio cuenta de que era momento de tomar decisiones: “Veníamos mal, la convertibilidad nos obligó a producir en serio. Y ahí empecé”.
Hoy, además de ese campo en Bolívar, ha invertido en una plantación forestal en Misiones y otro campo sobre el río Colorado. “Ahí convencí a mi vieja. Le dije que si seguíamos igual, mis hijos no iban a heredar nada. Vendimos un pedazo de Bolívar y compramos en la Patagonia, donde el potencial es inmenso. Con agua y tecnología, el desierto empieza a producir 15.000 kilos de grano en maiz”.
Con experiencia como funcionario en el Ministerio de la Producción y luego en el equipo de Agricultura, subraya que lo que vio recorriendo el país lo marcó para siempre: “Argentina tiene un potencial y una energía impresionante. Es difícil poner en palabras lo que hay en cada rincón del país”.
La necesidad de políticas de desarrollo productivo aparece con fuerza: “Cuando festejamos bajar la pobreza al 38%, nos debería dar vergüenza. Con la potencia que tenemos, ese número debería escandalizarnos. No podemos dormir tranquilos cuando tenemos semejante posibilidad de generar oportunidades”.
Uno de los ejes de su trabajo reciente está en mostrar que el modelo agropecuario argentino tiene una huella ambiental muy baja, y eso puede ser un diferencial clave en los mercados internacionales.
“A partir del RETA —el Relevamiento de Tecnología Agrícola— hicimos un estudio técnico sobre la huella de carbono del maíz argentino. Con parámetros del IPCC, medimos las emisiones de insumos y procesos y vimos que estamos un 60% por debajo de la huella global promedio. Eso nos posiciona muy bien”, explicó.
El trabajo fue validado científicamente con un paper publicado por especialistas del INTA y el INTI. “Eso es clave porque hoy las empresas buscan que sus productos sean sustentables. Y nosotros tenemos un maíz que se produce con baja huella, en siembra directa, con menos fertilización nitrogenada. Es una ventaja competitiva que tenemos que mostrarle al mundo”.
La enumeración de productos derivados del maíz sorprende por su diversidad: “El maíz se usa para hacer nafta, trajes, zapatillas, cremas. Tiene más de 4000 usos y sigue creciendo. Y esto es gracias a su eficiencia fotosintética. Es una planta carbono 4, que genera más biomasa que la mayoría con los mismos recursos”.
Lo dice con entusiasmo técnico, pero también con visión comercial: “Hoy se paga igual un maíz argentino que uno norteamericano, pero no es lo mismo. Nuestro maíz tiene menos impacto ambiental, y eso vale más. Hay que construir una marca país sobre eso. Marcelo Elizondo lo dice siempre: los productos valen más por la historia que cuentan que por lo que son”.
Una idea potente sobrevuela su análisis: que la transformación industrial tiene que hacerse lo más cerca posible de donde se produce la biomasa. “Transformar el maíz en origen evita agregar huella. Esa es una oportunidad federal gigante. Podés instalar industrias en Río Cuarto, en Venado Tuerto, donde el maíz ya está”.
Y vuelve una y otra vez a una combinación que considera clave: materia prima de calidad, productores bien formados, y un mercado global ávido de soluciones sustentables. “El productor argentino tiene en promedio 41 años y el 50% tiene título universitario. Eso no es común en el mundo. Cuando vienen extranjeros y ven nuestros congresos agroindustriales no lo pueden creer”.
Sin embargo, esa oportunidad todavía no ha sido bien entendida por la política. “Tenemos todo: territorio, tecnología, conocimiento, energía joven. Y no lo estamos aprovechando. Hay que seguir machacando, una y otra vez, hasta que esto se entienda”.
Cierra con una convicción contagiosa: “El mercado hoy es el mundo. Nosotros tenemos lo que el mundo necesita. Solo falta que generemos las condiciones para que eso suceda. Y no vamos a parar hasta lograrlo”.