Por Agroempresario.com
Frente al avance del cambio climático y su impacto directo en la infraestructura vial, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) presentó una herramienta técnica innovadora que busca anticipar los modos de fallo más frecuentes en caminos y puentes de América Latina. El nuevo catálogo forma parte de una estrategia más amplia que incluye metodologías participativas, análisis de riesgo y planificación resiliente para enfrentar fenómenos extremos que afectan la conectividad física y la seguridad de millones de personas.
Con más del 70% del transporte terrestre de la región dependiendo de rutas viales, cualquier interrupción genera consecuencias severas: desde el aislamiento de comunidades hasta la interrupción de cadenas logísticas agroalimentarias y de exportación. En este contexto, el BID publicó el “Catálogo para Infraestructuras Viales”, una herramienta técnica que complementa la “Guía Metodológica para la realización de Talleres de Identificación de Modos de Fallo”.
El documento se enfoca en cómo responder proactivamente a eventos como inundaciones, erosión de taludes, colapsos de puentes, deslizamientos, y fallas estructurales por movimientos sísmicos. Estos problemas, clasificados en tres grupos (hidrológicos, estructurales/sísmicos y sociales/climáticos), han sido responsables de interrupciones viales que afectan la producción, el comercio y la vida cotidiana en zonas rurales y urbanas.
En el mundo agroindustrial, la resiliencia vial es esencial. Un camino intransitable puede significar toneladas de productos sin poder salir del campo, pérdidas económicas y retrasos logísticos. La propuesta del BID cobra especial relevancia en áreas rurales donde las rutas no siempre cuentan con mantenimiento continuo ni estudios hidráulicos actualizados.
El modelo también destaca cómo fenómenos agravados por el cambio climático —como lluvias intensas y crecidas fluviales— deben ser incorporados en todas las fases del diseño, construcción y operación de obras viales. Así, se busca evitar que el colapso de un puente o la obstrucción de un drenaje se conviertan en un desastre.
Una de las grandes innovaciones del enfoque del BID es su metodología participativa. En cada etapa, se sugiere involucrar no solo a expertos en ingeniería, hidrología o geotecnia, sino también a actores locales, personal de mantenimiento y equipos de emergencia. Esto permite identificar modos de fallo que no siempre se perciben en los planos técnicos, pero que surgen en la experiencia cotidiana de quienes transitan y mantienen las rutas.
Además, se recomienda el uso de visitas técnicas —incluso con drones— para identificar puntos críticos, el acceso a información meteorológica confiable y el desarrollo de sistemas de alerta temprana. El BID también subraya la importancia de no modificar diseños sin revisar su impacto hidráulico, ya que un pequeño ajuste puede generar consecuencias desproporcionadas.
El informe recuerda que la infraestructura vial no solo sostiene el comercio y la producción, sino que también es clave para la salud, la educación y la seguridad. Ante la mayor frecuencia de tormentas, sismos y lluvias fuera de norma, los países de América Latina necesitan planificar con criterios de resiliencia y anticipación.
En ese marco, el catálogo se convierte en una hoja de ruta práctica para gobiernos, ingenieros y tomadores de decisiones. Lejos de ser un documento meramente técnico, representa una apuesta por transformar la forma en que se piensa y se construye la infraestructura: no solo para soportar el uso diario, sino también para resistir los embates del clima y proteger a las poblaciones.
El BID no sólo pone a disposición este catálogo de forma pública, sino que también ofrece un curso online para capacitar a equipos técnicos en la aplicación del modelo. El objetivo es que los países miembros incorporen estas prácticas en sus estrategias de inversión en infraestructura, promoviendo una mirada de largo plazo que combine eficiencia, seguridad y sostenibilidad.
Al anticiparse al fallo, el costo económico y humano se reduce significativamente. En palabras del propio organismo, “es más barato y más humano prevenir que reparar”. Así, este modelo representa una herramienta clave en la agenda climática y de desarrollo sostenible que América Latina necesita para fortalecer su infraestructura y proteger su futuro.