Por Agroempresario.com
Cada 20 de mayo, el mundo celebra el Día Mundial de las Abejas, una fecha instaurada en 2017 por la Asamblea General de las Naciones Unidas con el objetivo de concientizar sobre la importancia crucial de estos polinizadores para el equilibrio ecológico, la seguridad alimentaria y la biodiversidad. Lejos de tratarse de una efeméride meramente simbólica, esta jornada adquiere año a año un tono más urgente ante la alarmante disminución de las poblaciones de abejas y otros polinizadores en todo el planeta.
Su rol, aunque silencioso, es determinante: según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las abejas contribuyen a la polinización del 75% de los cultivos alimentarios del mundo. Frutas, hortalizas, frutos secos y semillas dependen de su acción para reproducirse. Su ausencia comprometería tanto el suministro global de alimentos como la estabilidad de los ecosistemas.
Las amenazas que enfrentan las abejas son múltiples y, en gran medida, generadas por la actividad humana. Desde el uso de pesticidas y la agricultura intensiva, hasta la pérdida de hábitats naturales, el cambio climático y la contaminación ambiental, todo parece estar en su contra. Tal como advierte la FAO, “los polinizadores están cada vez más amenazados por la pérdida de hábitats, las prácticas agrícolas poco sostenibles, el cambio climático y la contaminación”.
La situación es preocupante porque no solo afecta a las abejas en sí, sino a todo el entramado de vida que depende de su trabajo de polinización. Su desaparición desencadenaría un efecto dominó que afectaría cultivos, animales y seres humanos. Por eso, su protección se ha convertido en una causa clave dentro de la agenda ambiental global.
Además de garantizar la producción de alimentos, las abejas actúan como indicadores naturales del estado de salud del medio ambiente. La disminución en sus poblaciones alerta sobre desequilibrios ecológicos más profundos. Para el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), su presencia y actividad son un termómetro de la calidad ambiental.
El lema de este año, “Las abejas se inspiran en la naturaleza para nutrirnos a todos”, subraya esa interdependencia entre los humanos y estos pequeños insectos. La salud de las abejas refleja la salud del planeta. En consecuencia, cuidarlas implica también proteger nuestra propia supervivencia.
Uno de los mayores desafíos que enfrentan las abejas es la expansión de una agricultura basada en monocultivos, herbicidas y pesticidas que destruyen su hábitat y sus fuentes de alimento. La tala de vegetación silvestre, la eliminación de empalizadas naturales y el uso indiscriminado de productos químicos reducen drásticamente su capacidad de supervivencia.
Las consecuencias ya se hacen notar. En muchas regiones, los apicultores reportan caídas sostenidas en sus colmenas y un aumento en las enfermedades que afectan a las abejas, muchas veces potenciadas por la exposición a tóxicos. Estas señales deben ser interpretadas como un llamado de atención para modificar nuestras prácticas productivas.
En la Argentina, la Sociedad Argentina de Apicultores (SADA) ha lanzado programas de rescate urbano de enjambres, como el Grupo de Rescatistas Unidos, que actúa cuando las abejas aparecen en entornos urbanos. En lugar de eliminarlas, el grupo —coordinado por Paola Bagnasco— se encarga de trasladarlas a espacios adecuados, preservando así miles de vidas.
“La mayoría de la gente ve un enjambre y llama a fumigadores. Nosotros actuamos para salvar a esas abejas, reubicarlas y educar a la comunidad sobre su importancia”, explican desde SADA. Estas iniciativas no solo rescatan abejas, sino que promueven un cambio de percepción en la sociedad: de verlas como una amenaza, a entenderlas como aliadas indispensables.
La defensa de las abejas no es tarea exclusiva de gobiernos u organizaciones internacionales. Cada ciudadano puede tomar decisiones que contribuyan a su protección. Algunas de las acciones recomendadas por la FAO, el PNUMA y SADA incluyen:
Estas acciones, aunque simples, tienen un impacto directo y acumulativo sobre las poblaciones de abejas. Adoptarlas implica asumir un rol activo en la defensa de los polinizadores y, por ende, del equilibrio ambiental.
Las abejas se encuentran en la encrucijada de múltiples desafíos globales. Su rol como polinizadoras impacta en la diversidad genética de las plantas, en la estabilidad de los hábitats, en la producción agrícola y en la adaptación al cambio climático. Sin ellas, los sistemas naturales se volverían menos resilientes, más frágiles ante las crisis.
La crisis climática también afecta a las abejas, modificando sus patrones de comportamiento, alterando los tiempos de floración de las plantas y dificultando su alimentación. Las sequías, las olas de calor y las lluvias intempestivas afectan directamente su capacidad de supervivencia.
Por eso, su protección debe integrarse a las políticas de mitigación y adaptación al cambio climático. No se trata solamente de salvar a un insecto, sino de garantizar que los sistemas naturales puedan seguir funcionando como redes vivas que sostienen la existencia en el planeta.
El Día Mundial de las Abejas nos recuerda que aún estamos a tiempo de revertir las tendencias actuales. Para lograrlo, se necesita un compromiso colectivo: desde la formulación de políticas públicas y el rediseño de los modelos productivos, hasta el involucramiento de escuelas, comunidades y ciudadanos.
Las abejas no solo producen miel. Son un engranaje esencial de la vida. Su zumbido acompaña silenciosamente el florecer del mundo. Defenderlas es defender lo que somos: una especie que depende de muchas otras para subsistir.