Por Agroempresario.com
El precio de la carne vacuna en Estados Unidos alcanzó niveles históricos en abril de 2025, consolidando una tendencia alcista que lleva al menos cinco años. Según el Buró de Estadísticas Laborales (BLS), el valor promedio por kilo de carne molida llegó a USD 12,79, marcando un incremento del 50% respecto a 2020. Las causas detrás de este fenómeno son múltiples: una severa reducción del hato ganadero, sequías prolongadas en los principales estados productores, aumentos en los costos de alimentación animal y políticas arancelarias restrictivas impulsadas por el gobierno de Donald Trump.
La carne de res es uno de los productos más representativos en la dieta estadounidense. Sin embargo, su precio ha subido drásticamente, generando preocupación tanto entre los productores como entre los consumidores. En estados como Texas, Oklahoma y Carolina del Norte, el precio por kilo de carne molida supera los USD 19,84 en algunos supermercados, según informó Reuters. La carne, que anteriormente se ofrecía a valores accesibles, se está convirtiendo en un bien de consumo más limitado para buena parte de la población.
Ganaderos y analistas coinciden en que se trata del mayor aumento de precios en décadas. El Departamento de Agricultura de EE.UU. (USDA) confirmó que el hato ganadero nacional ha caído a su punto más bajo en más de 70 años. Esto significa menos animales disponibles para faena y, por lo tanto, menor oferta de carne en el mercado.
Uno de los principales factores detrás de esta retracción en la producción ganadera es la sequía. Estados tradicionalmente ganaderos como Texas, Nuevo México y Oklahoma han sufrido condiciones climáticas extremas que afectaron la disponibilidad de agua y forraje. Kim Radaker Bays, propietaria del rancho Twin Canyons en Texas, explicó a CBS News que mantener vacas no gestantes dejó de ser viable: “Cuesta demasiado alimentarlas si no se obtiene un ternero cada año”.
A esto se suman los crecientes costos de los insumos. Los precios del maíz y la soya, componentes esenciales en la dieta del ganado, han subido significativamente. Bernt Nelson, economista de la American Farm Bureau Federation, señaló a Nedwallet que el encarecimiento de estos productos ha impactado directamente sobre la rentabilidad de los productores.
Stephen Kirkland, dueño de Z Bar Cattle Company, declaró que el costo promedio de un novillo pasó de USD 1.500 en 2024 a USD 2.400 en 2025, sin contar otros aumentos asociados como transporte, sanidad y mantenimiento. “Intentamos mantener los precios en nuestras carnicerías en Fort Worth, pero los márgenes ya no dan”, afirmó.
A las dificultades estructurales se suma un contexto político que ha agravado la situación. La administración de Donald Trump impuso aranceles adicionales del 10% sobre la carne importada desde Brasil, elevando el total a un 34%. Además, en 2025 se suspendió la importación de ganado proveniente de México por motivos sanitarios, específicamente por un brote del gusano barrenador, una medida que el gobierno mexicano considera injustificada.
Estas medidas afectaron el volumen de carne extranjera en el mercado estadounidense. De acuerdo con datos de The New York Times, las importaciones de carne brasileña crecieron un 50% entre 2023 y 2024, con un valor de USD 1.300 millones. Pero la aplicación de nuevos aranceles frenó ese flujo comercial justo cuando la producción nacional disminuía. El resultado fue una mayor presión sobre los precios internos.
El alza de precios ya está modificando los hábitos de consumo en los hogares estadounidenses. DeAndrea Chavis, residente de Carolina del Norte, contó a Reuters que tuvo que reducir el tamaño de las porciones y optar por cortes más económicos. “Ya no puedo darme el lujo de comprar ribeye; ahora cocino con carne molida o top sirloin”, expresó.
Esta tendencia se refleja en las estadísticas del mercado. Según la Food Industry Association y el Meat Institute, las ventas de carne en EE.UU. llegaron a USD 104.600 millones en 2024, pero los analistas advierten que el ritmo podría desacelerarse. Un informe de Cargill mostró que el 61% de los estadounidenses aumentó su consumo de proteínas en el último año, aunque la inflación y la incertidumbre económica podrían revertir esa tendencia.
Lance Zimmerman, analista de Rabobank, advirtió en declaraciones a Reuters que la baja en la confianza del consumidor podría generar una reducción en la demanda a mediano plazo. “Aunque hay interés por consumir carne, el presupuesto familiar está cada vez más ajustado”, explicó.
A corto plazo, no se espera una baja significativa en los precios. La recomposición del hato ganadero es un proceso lento que requiere años. Además, la persistencia de condiciones climáticas adversas y la falta de políticas de incentivo para el sector complican la expansión productiva.
Bernt Nelson destacó que, sin certezas sobre los costos futuros ni un entorno regulatorio previsible, los ganaderos difícilmente invertirán en ampliar sus operaciones. “La política comercial debería acompañar a la producción, no castigarla”, opinó.
En paralelo, los consumidores seguirán buscando alternativas más económicas o incluso reduciendo el consumo de carne. Algunos expertos apuntan a que esta coyuntura podría acelerar el desarrollo de sustitutos vegetales o proteínas cultivadas en laboratorio, aunque estos productos aún no logran competir en escala ni en aceptación cultural con la carne tradicional.