Por Agroempresario.com
En Villa de las Rosas, un rincón de la provincia de Córdoba conocido por su belleza serrana, historia agrícola y aire puro, una familia transformó un antiguo olivar en una verdadera joya oleícola que hoy envía aceite de oliva Extra Virgen de alta gama a todo el país. Con plantas de casi cien años de antigüedad y una clara apuesta por la calidad, la marca Olium es el resultado de un proyecto familiar que nació del amor por la tierra y la visión de agregar valor en origen.
Los olivares que nutren a Olium fueron plantados en la década del 30, posiblemente por inmigrantes armenios o sirios que vieron en las tierras de Traslasierra el lugar ideal para cultivar olivos. “En esa época era común apostar al olivo, que con los años fue reemplazado por el cultivo de aromáticas”, explica Pablo Geier, uno de los hijos del matrimonio fundador y actual encargado de la producción y visitas guiadas.
La historia moderna del emprendimiento comenzó a fines de los años 90, cuando Mario y Ana Geier, padres de Pablo y Guillermo, decidieron dejar su vida en San Clemente del Tuyú y apostar por el interior cordobés. Enamorados de la región tras unas vacaciones, adquirieron el olivar histórico sin saber que años después se convertiría en una fábrica modelo.
Al principio, la familia vendía las aceitunas sin procesar, pero rápidamente se dieron cuenta de que el margen era muy bajo. Fue entonces cuando viajaron a la Toscana para aprender el arte del aceite de oliva Extra Virgen. “Nos dimos cuenta de que había mucho por hacer, y volvimos con la idea de armar nuestra propia fábrica”, cuenta Pablo.
Importaron maquinaria italiana, se capacitaron y en 2001 lograron su primera cosecha. Así nació Olium, un nombre que deriva del latín oleum y que fue ideado por Ana, la madre de la familia.
Hoy en día, Olium produce un promedio de 50 mil litros por año, con un proceso 100% artesanal. La cosecha se realiza entre abril y mayo de manera manual, respetando el punto justo de madurez de las aceitunas. “Cuanto más madura está la aceituna, más rinde, pero pierde calidad. Nosotros buscamos un aceite equilibrado: herbáceo, amargo y ligeramente picante, como enseñan los maestros italianos”, remarca Pablo.
Las variedades principales cultivadas son Arbequina y Coratina, distribuidas en 120 hectáreas propias, además de la compra a productores locales, a quienes también se les exige un estándar de calidad. “Verificamos que hayan sido cosechadas el mismo día, que estén sanas y frescas”, explica.
Tras la selección, las aceitunas pasan a una máquina que las lava y elimina impurezas. Luego se trituran —incluso con carozo— y la mezcla se envía a una amasadora que, mediante un proceso mecánico en frío, separa el aceite. El producto final se decanta en tanques de acero inoxidable para su posterior filtrado y envasado.
Pablo destaca una particularidad que marca la diferencia: “El aceite de oliva es el único aceite comestible que proviene de un fruto y no de una semilla. No usamos solventes ni calor, sólo presión y frío. Es 100% natural”.
El producto estrella de la fábrica es el aceite de oliva Extra Virgen, una categoría que exige estándares muy altos: baja acidez, sabor limpio y ausencia total de químicos. “Nada que ver con los aceites comunes o vírgenes que se venden en supermercados. Este es un producto puro”, aclara Pablo.
También producen variedades saborizadas, con ingredientes como ajo, peperoncino, finas hierbas, albahaca, limón y pesto, que se han convertido en un éxito en ferias gastronómicas y tiendas gourmet.
La fábrica está abierta al público con visitas guiadas gratuitas, degustaciones y venta directa. El predio se encuentra sobre la RP 14, sin necesidad de reserva previa. Además, Olium realiza envíos a todo el país, consolidándose como una marca federal.
“Nos visita gente de todo el país. Les mostramos cómo se hace el aceite, desde el árbol hasta la botella. Es una experiencia educativa y sensorial”, dice Pablo, convencido de que la mejor manera de valorar el producto es conocer su origen.
Con el auge del aceite de oliva en el mercado argentino, muchos productores optan por sacrificar calidad en busca de rendimiento. “Las fábricas industriales dejan madurar más la aceituna porque rinde más litros, pero pierde sabor y se eleva la acidez. Nosotros no vamos por ese camino”, enfatiza Pablo.
El equipo de Olium protege cada paso del proceso. Desde el cultivo hasta el embotellado, cuidan la temperatura, el contacto con el aire y la exposición a la luz. “Un buen envase, de vidrio oscuro o lata, es clave para que el aceite no se oxide”, explica.
Hoy, Pablo y Guillermo, junto con sus padres Mario y Ana, representan una nueva generación de productores de aceite de oliva en Argentina. Con pasión, compromiso y una fuerte conexión con la tierra, proyectan seguir creciendo, sin perder de vista los valores que los llevaron a comenzar este camino hace más de dos décadas.
“Nuestra meta no es ser los más grandes, sino los mejores. Queremos que el consumidor argentino entienda lo que es un buen aceite de oliva y lo disfrute”, concluye Pablo, mientras observa las plantas centenarias que siguen dando fruto a una historia de trabajo, familia y excelencia.