Stanley Fischer, el economista que intentó evitar el colapso argentino, murió a los 81 años

Por Agroempresario.com

Stanley Fischer, uno de los economistas más influyentes del siglo XX y XXI, falleció el 1 de junio a los 81 años. Exvicepresidente de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed), exdirector del Banco de Israel y figura prominente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Fischer dejó un legado profundo en la política económica mundial. Su participación directa en la crisis argentina de 2001 marcó un capítulo clave en la historia económica reciente del país, donde actuó como mediador, facilitador de fondos y referente técnico en uno de los momentos más dramáticos de la región.

Un referente mundial con impacto en Argentina

Durante la década del 90 y principios de los 2000, Fischer fue primer subdirector gerente del FMI, organismo desde el cual gestionó algunos de los programas de asistencia más complejos del organismo, incluyendo el de Argentina. En agosto de 2001, cuando el país enfrentaba una profunda recesión, Fischer autorizó un desembolso adicional de 8.000 millones de dólares. Aunque advirtió que “la ayuda podría no ser suficiente”, también sostuvo que la comunidad internacional debía hacer el esfuerzo por evitar una catástrofe financiera en América Latina.

Su visión, crítica y pragmática, fue fundamental para desbloquear el respaldo del Banco Mundial, que sumó otros 400 millones de dólares al blindaje financiero internacional de 40.000 millones firmado en diciembre de 2000. En una metáfora que dejó huella, Fischer comparó la situación argentina con el hundimiento del Titanic, describiendo la gravedad del momento con claridad y contundencia.

Defensa del déficit cero y apoyo al gobierno argentino

En su paso por el FMI, Fischer respaldó la estrategia del entonces presidente Fernando de la Rúa, a quien calificó como “decidido y comprometido” con el orden fiscal. En particular, valoró la implementación de la Ley de Déficit Cero como una herramienta para evitar el default, en un contexto de fuga de capitales, caída del PIB y tensiones sociales. Además, participó de negociaciones clave con el Tesoro de Estados Unidos, contribuyendo al giro en la postura de Washington, que comenzó a favorecer una reestructuración “amistosa” de la deuda argentina.

Su enfoque fue equilibrado: si bien impulsaba ayuda financiera, también reclamaba reformas estructurales profundas. Su estilo fue el de un técnico con visión política, algo poco común en la burocracia de los organismos multilaterales.

Un legado académico que trascendió fronteras

Stanley Fischer nació en 1943 en la entonces Rodesia del Norte, hoy Zambia. Con doble nacionalidad estadounidense e israelí, su carrera académica comenzó en el MIT, donde fue mentor de figuras como Ben Bernanke, Mario Draghi y Kenneth Rogoff. También dejó su huella en la Universidad de Chicago, donde influyó a generaciones de economistas latinoamericanos, incluyendo argentinos que luego ocuparon cargos públicos de relevancia.

Su libro “Macroeconomía”, coescrito con Rudi Dornbusch en 1978, es considerado uno de los manuales de referencia en universidades de todo el mundo. En Argentina, fue lectura obligatoria en facultades de economía durante décadas, moldeando la mirada de muchos técnicos que luego enfrentaron desafíos similares a los que él mismo tuvo que resolver en la arena internacional.

Liderazgo en tiempos de crisis

Fischer también fue un actor clave en otras crisis globales: la de México en 1994, la de Asia en 1997 y la de Rusia en 1998. Su liderazgo se basó en una premisa sencilla pero poderosa: el FMI debía actuar rápidamente y con contundencia para evitar efectos contagio que pudieran poner en jaque la estabilidad mundial. Esta lógica también se aplicó a Argentina, aunque con resultados ambivalentes.

Entre 2005 y 2013 fue presidente del Banco de Israel, cargo desde el cual pilotó la economía del país durante la crisis financiera global de 2008. Allí implementó políticas monetarias contracíclicas, redujo tasas de interés en forma preventiva y fortaleció las reservas internacionales. Su gestión fue elogiada por organismos multilaterales y por el propio gobierno israelí, que lo despidió como “un profesional íntegro y de corazón generoso”.

Posteriormente, entre 2014 y 2017, se desempeñó como vicepresidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, donde defendió una mayor regulación del sistema financiero y advirtió sobre los riesgos de desmantelar los controles implementados tras la crisis de 2008.

Una figura respetada hasta el final

Stanley Fischer fue, ante todo, un puente entre la teoría económica y la toma de decisiones concretas. Su trayectoria reunió logros académicos, institucionales y diplomáticos, y lo posicionó como una de las voces más respetadas en temas como política monetaria, crisis soberana y estabilidad financiera. Lawrence Summers, exsecretario del Tesoro de EE.UU., dijo tras su fallecimiento: “Stan tuvo tanta influencia en el dinero global como nadie en la última generación”.

En el caso argentino, su paso por el FMI coincidió con el momento más crítico de la economía nacional desde la hiperinflación de los años 80. Aunque el colapso finalmente no pudo evitarse, su accionar dejó lecciones institucionales y políticas que aún se debaten: ¿hasta dónde deben llegar los organismos multilaterales en la asistencia a países en crisis? ¿Cómo compatibilizar ayuda externa con soberanía fiscal?

Fischer fue un actor clave en esos dilemas. Su partida deja un vacío, pero también un legado de reflexión, análisis técnico y búsqueda de consensos en medio de la tormenta.