Por Agroempresario.com
Por primera vez en la historia agrícola del Alto Valle de Río Negro, una empresa logró cosechar soja en tierras tradicionalmente destinadas a peras y manzanas. Este hito, que marca un antes y un después para la región, fue posible gracias a la incorporación de un sistema de riego adaptado originalmente para frutales, lo que abrió la puerta a nuevas posibilidades productivas en una zona hasta ahora limitada por su clima seco.
La hazaña fue concretada por la firma Esperanza SRL, ubicada en General Roca, una de las localidades más relevantes del norte patagónico. Bajo la dirección técnica del ingeniero agrónomo Francisco Pili, la empresa sembró poroto de soja en un campo experimental de 10 hectáreas, logrando rendimientos similares a los de zonas consolidadas del valle medio. Si bien los granos fueron destinados exclusivamente a alimento para ganado bovino, el ensayo confirmó el potencial del cultivo en la región.
Durante décadas, el Alto Valle de Río Negro fue sinónimo de fruticultura. Las peras y manzanas dominaron el paisaje agrícola gracias al sistema de riego por canales que recorre la región desde fines del siglo XIX. Sin embargo, con el paso del tiempo y la reconversión de chacras, comenzaron a explorarse nuevos modelos de producción, especialmente vinculados a cultivos extensivos bajo riego.
La firma Esperanza SRL comenzó su actividad rescatando chacras abandonadas para luego diversificar hacia la producción forrajera. En este marco, Pili propuso incorporar soja como parte de un sistema agrícola-ganadero integrado, adaptado a la escasa disponibilidad de agua y a las necesidades de la firma, que también opera en el rubro de la construcción.
“Fue un paso natural. Ya veníamos produciendo maíz desde hace más de una década. La soja era el próximo desafío”, explicó Pili en diálogo con el diario Río Negro. El resultado fue alentador: rindes satisfactorios, manejo fitosanitario eficiente gracias al clima seco, y una oportunidad para generar alimento de calidad sin depender de zonas productoras tradicionales.
Este logro no fue un hecho aislado. Se inscribe dentro de una estrategia regional impulsada por el programa Valles Irrigados del Norte Patagónico, coordinado por Aapresid, que promueve sistemas productivos sustentables en regiones con escasas precipitaciones. En el Alto Valle, donde las lluvias rondan los 200 milímetros anuales, el riego eficiente se vuelve indispensable.
Un antecedente clave es el establecimiento Caita Có, ubicado a 45 kilómetros de General Conesa, en el valle medio. Con un sistema de riego mixto —manto y pivot central—, esta finca logró rindes de entre 4.100 y 5.200 kilos por hectárea de soja y trigo, resultados que rivalizan con zonas productivas de la Pampa Húmeda.
El caso de Esperanza SRL se suma a esta tendencia y aporta una variable adicional: la reconversión de tierras frutícolas. En sus campos de Cervantes y Mainqué, Pili desarrolló un modelo agroindustrial que combina producción de forrajes con extracción de áridos, aprovechando sinergias operativas y cuidando la sustentabilidad del sistema.
Más allá de lo simbólico, la siembra de soja en el Alto Valle abre un camino para nuevos actores. El clima árido tiene ventajas productivas: reduce la presión de enfermedades fúngicas, mitiga los riesgos de heladas tardías y favorece una mayor amplitud térmica. Si se cuenta con el riego adecuado y una planificación agronómica sólida, los márgenes económicos pueden ser competitivos.
Actualmente, el destino del grano es local: se utiliza como alimento para el ganado bovino que Esperanza SRL engorda en sus campos. Sin embargo, si se suman otros productores y se desarrollan canales de comercialización regional o nacional, la actividad podría escalar, generando empleo y valor agregado en la zona.
“Es un punto de partida. Ahora sabemos que se puede. Sólo falta seguir ajustando el manejo y sumar inversión”, concluyó Pili. En una Patagonia que busca diversificar su matriz productiva, la soja puede dejar de ser una rareza y convertirse en una alternativa concreta.