Por Agroempresario.com
El azafrán, conocido mundialmente como el “oro rojo” por su alto valor, comienza a consolidarse como un cultivo promisorio en la Patagonia argentina. Aunque el proceso de producción es laborioso y artesanal, su potencial para diversificar la agricultura regional y generar ingresos es cada vez más valorado. Sin embargo, junto con las oportunidades, surgen importantes desafíos que deberán afrontarse para que esta especia pueda posicionarse con fuerza en el mercado nacional e internacional.
El azafrán es la especia más cara a nivel global, alcanzando precios que pueden superar los 18.000 dólares por kilogramo. Este valor se debe a la complejidad del cultivo y a la cosecha manual, que requiere recoger las flores justo en su punto óptimo de floración para conservar la calidad de sus hebras, las cuales se obtienen de los estigmas del Crocus sativus. Se necesitan entre 160.000 y 250.000 flores para producir un kilo de azafrán puro, y la cosecha puede demandar hasta 40 horas de trabajo manual por kilogramo.
A nivel internacional, los principales productores y exportadores son Irán, España y Afganistán, que controlan gran parte del comercio global estimado en más de 230 millones de dólares anuales. Aunque esta cifra representa solo una fracción pequeña del comercio mundial, la demanda y el interés por esta especia crecen constantemente.
En Argentina, el cultivo del azafrán está en una fase inicial y se desarrolla principalmente en sistemas familiares y artesanales. Las provincias con mayor producción son Mendoza y Córdoba, donde existen emprendimientos organizados bajo programas como Cambio Rural del INTA, que promueven la producción y comercialización bajo marcas locales. Por ejemplo, “Azafrán Mendoza” y “Azafrán Mediterráneo” en Córdoba, que incluso exportan a países vecinos como Chile y Uruguay.
El azafrán se adapta bien a las condiciones agroecológicas argentinas, especialmente en regiones con climas secos y suelos adecuados, como en la zona de Cuyo. La floración se da principalmente en otoño, y la siembra de bulbos se realiza entre febrero y marzo.
La Patagonia emerge como una región con gran potencial para la producción de azafrán. Provincias como Río Negro, Neuquén y Chubut ya muestran resultados prometedores con cultivos en localidades como El Bolsón y Trevelin, donde el clima frío ha demostrado ser compatible con el desarrollo de esta especia.
Para muchos productores locales, el azafrán representa una alternativa viable para diversificar sus ingresos, especialmente en el marco de la agricultura familiar. Además de la venta directa de hebras y bulbos, algunos emprendimientos están desarrollando productos con valor agregado, como gin, miel, helados y cervezas aromatizadas con azafrán. En Bariloche y Trevelin, por ejemplo, se promueven experiencias turísticas vinculadas a la cosecha, combinando producción y turismo rural.
El precio del azafrán es alto y varía según calidad y origen, con un rango promedio en Argentina de alrededor de 1.300 dólares por kilogramo para las importaciones. A pesar de que la producción local es pequeña, el consumo interno es significativo, especialmente para la industria licorera (por ejemplo, la demanda de fernet ronda una tonelada anual) y la gastronomía.
Argentina importa alrededor de 3.500 a 4.000 kilogramos de azafrán por año, lo que evidencia una oportunidad importante para la producción nacional. Sin embargo, la baja escala y los altos costos de producción dificultan aún el autoabastecimiento.
El principal reto para el desarrollo del azafrán en la Patagonia es la alta intensidad en mano de obra, que encarece la producción y limita la escala. Además, la reproducción de bulbos es lenta y la disponibilidad de material vegetal es limitada y costosa. La investigación y mejora genética son clave para superar estas barreras.
Para muchos productores familiares, el azafrán funciona como una actividad complementaria, no principal, debido a la concentración del trabajo en pocos meses del año. Sin embargo, el interés y la inversión en el sector están creciendo, impulsados por la demanda insatisfecha y la posibilidad de incorporar valor agregado y turismo.