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Por Agroempresario.com
En un mundo donde la reinvención personal se presenta como un reto complejo, la historia de Sabrina Onorato brilla con luz propia. Luego de atravesar una vida con decisiones “tradicionales”, desafíos familiares, una migración forzada por la crisis del 2001 y un regreso con incertidumbre, esta mujer logró lo impensado: reinventarse desde cero, a los 40 años, con un celular básico y una cocina común, hasta transformarse en una figura influyente de la cocina casera argentina en Instagram, con casi un millón de seguidores, un libro publicado y una comunidad que no deja de crecer.
Detrás de cada receta, Sabrina comparte una historia, un valor, una enseñanza o una anécdota que conecta profundamente con quienes la siguen. La cercanía, la honestidad, la ternura y la emoción son sus ingredientes secretos. Y el legado de su abuela Ana, su gran inspiración, es el fuego que nunca se apaga.
La cocina de Sabrina no empezó en redes sociales. Empezó mucho antes, cuando a los 12 años su madre le dejaba una notita con las instrucciones para la comida del día. Ella las seguía al pie de la letra y aprendía a fuerza de intuición, prueba y error. Era otra época: sin tutoriales de YouTube, sin recetas en Google, sin influencers. Solo ella, los ingredientes, y una pasión latente.
La figura central de esta historia es su abuela Ana, hija de alemanes, tierna y dedicada, que cocinaba todo de manera artesanal. De ella heredó no solo recetas como el strudel de manzana o el bizcochuelo, sino una manera de estar en el mundo: con paciencia, entrega y mucho amor. “Admiraba la paciencia que tenía, los detalles de sus tortas, su amor por la cocina y su ternura como abuela”, cuenta Sabrina.
Durante años, la cocina fue solo un hobby. Pero con el tiempo, el deseo de profesionalizarse comenzó a crecer dentro suyo. Aún así, la presión de “elegir una carrera tradicional” la llevó a estudiar Derecho. Un camino que le trajo aprendizajes, pero no felicidad.
En 2001, como tantos otros argentinos, Sabrina y su marido Diego decidieron buscar una nueva vida en el exterior. Italia los recibió y allí pasaron cuatro años en los que Sabrina, además de trabajar, intercambió recetas con nuevas amigas y reforzó su amor por la cocina. Pero con un embarazo avanzado decidieron volver. Así comenzó una etapa difícil de crianza, trabajo discontinuo y una pregunta recurrente: ¿qué haría de su vida cuando las chicas crecieran?
Fue en esa crisis donde encontró su verdadera salida. “Gracias a esa crisis, estoy haciendo lo que realmente me apasiona”, dice con gratitud.
Hace siete años, Sabrina abrió una cuenta de Instagram para compartir recetas. Al principio, subía cuatro por día. Su comunidad eran sus amigos, sus hijas Sofía y Valentina, y Diego. Pero había algo diferente: su autenticidad. Sabrina no mostraba cocinas de revista ni presentaciones gourmet imposibles. Mostraba su día a día, su cocina real, su voz verdadera.
Mientras tanto, estudió, se perfeccionó y se recibió de pastelera profesional. La comunidad fue creciendo, lenta pero sostenidamente. Hoy, roza el millón de seguidores.
Sus recetas más queridas incluyen platos como goulash, pollo al champiñón, bondiola braseada, tiramisú y su famosa pastafrola de pasta de avellanas, que se convirtió en un clásico entre sus seguidores.
Para Sabrina, la familia fue clave. “Sin ellos no sería quien soy hoy”, afirma con contundencia. Diego, su compañero incondicional, y sus hijas, que desde pequeñas la ayudaron con las fotos y la alentaron a seguir, fueron su soporte emocional.
También destaca cómo sus seguidoras y seguidores se convirtieron en una gran familia digital. “Me mandan fotos de las recetas, me cuentan sus cosas. Yo trato de contestar siempre. Me emociona leer lo que me escriben”.
Uno de los momentos que atesora es haber estado en la mesa de Mirtha Legrand, y más aún, el lanzamiento de su libro “Mirá cómo lo hago”, presentado en la Feria del Libro de Buenos Aires. En él, reúne recetas simples, familiares, con todos sus tips para que salgan “perfectas”.
En un entorno dominado por lo aspiracional y lo editado, Sabrina se distingue por su cercanía. “Soy sensible, cuento lo que me pasa. Me muestro como una persona súper normal y creo que la gente se identifica con eso”, explica.
A quienes no se animan a seguir su pasión, les deja un mensaje claro y contundente: “No se pongan excusas para empezar. Cuando alguien le pone pasión y amor a lo que hace, nada puede salir mal. Yo empecé en mi cocina, sin cámaras ni luces. Solo con ganas”.
Lo que Sabrina ofrece va más allá de lo gastronómico. Cada receta es un puente emocional con sus raíces, con su familia, con su historia. No se trata solo de enseñar a hacer una tarta de manzana o una bondiola braseada: se trata de compartir valores, transmitir emociones, conectar desde lo humano.
Sabrina sigue creciendo. Sueña con mejorar la calidad de sus videos (que aún graba y edita sola), con nuevas publicaciones, y quizás, con su propio programa de cocina. Pero siempre manteniendo el eje: “Cocinar es mi cable a tierra. Me hace feliz. Lo disfruto muchísimo”.
Y, sobre todo, sigue honrando a Ana, su abuela, con cada receta que comparte. La recuerda todos los días, le habla a sus hijas de ella, y está segura de que desde algún lugar, la está viendo y sonriendo.
