Por Agroempresario.com
La agricultura, una actividad que data desde hace 10.000 años, ha sido la base de la civilización humana y el motor para el desarrollo social y cultural. En Argentina, uno de los países con mayor tradición agropecuaria, la inteligencia artificial (IA) emerge como una herramienta clave para aprovechar el vasto volumen de datos generados por la producción primaria, y así potenciar la eficiencia, la sustentabilidad y la competitividad internacional.
Desde el Neolítico, la humanidad ha dependido de la agricultura para su alimentación y desarrollo. Cultivos como trigo, cebada y garbanzos marcaron el inicio de prácticas productivas que, con el tiempo, se transformaron y tecnificaron para satisfacer la creciente demanda de alimentos. En Argentina, esta evolución ha sido constante, combinando experiencia, innovación y tecnología para mejorar la producción y cuidar el ambiente.
A lo largo de la historia, automatizar y simplificar los procesos productivos ha sido un desafío constante. El objetivo es eficientizar la agricultura para alimentar a una población mundial en aumento, reducir el impacto ambiental y conservar los suelos, una tarea compleja que requiere incorporar nuevas herramientas y conocimientos.
Roberto Peiretti, reconocido experto en agroindustria, señala que la IA no es una novedad absoluta para el sector agrícola argentino. “Se han utilizado tecnologías como sensores, maquinaria automatizada y GPS mucho antes de que el término inteligencia artificial se popularizara”, explica.
Sin embargo, el auge actual de la IA desafía al sector a repensar su aplicación y a implementar soluciones más integrales que aprovechen el enorme volumen de datos históricos y actuales. Argentina posee bases de datos con registros climáticos de más de un siglo, rendimientos agrícolas detallados por hectárea y toda clase de información que puede alimentar algoritmos inteligentes para mejorar la toma de decisiones.
La gran cantidad de datos disponibles es un activo fundamental para avanzar en la agricultura de precisión y sostenibilidad. Estos datos incluyen desde variables climáticas, mapas de suelo, hasta información sobre plagas, enfermedades, y rendimiento productivo. La clave está en transformar esos datos en información útil y en aplicar la IA para predecir eventos, optimizar recursos, y minimizar riesgos.
Por ejemplo, el uso de visión artificial y análisis de imágenes permite diagnosticar enfermedades en cultivos, identificar malezas y evaluar el estado corporal del ganado para ajustar dietas y mejorar la productividad. Drones equipados con sensores de humedad, temperatura o movimiento proveen información en tiempo real para mejorar la gestión de campos y silos, reduciendo pérdidas y optimizando recursos.
La incorporación de IA en el agro también contribuye a fortalecer la trazabilidad y la confiabilidad de los productos argentinos, factores clave para acceder a mercados internacionales cada vez más exigentes en materia de calidad, sostenibilidad y seguridad alimentaria.
Para lograrlo, es necesario fomentar proyectos que integren la investigación con la práctica, impulsando la colaboración entre ingenieros, agrónomos, productores y tecnólogos. Revistas especializadas, como Journal of Artificial Intelligence Applied to Agriculture, publican constantemente estudios que evidencian los beneficios y aplicaciones concretas de la IA en el sector.
Argentina enfrenta una gran oportunidad para potenciar su agro con IA, pero el éxito dependerá de cómo se gestione y utilice esa enorme cantidad de datos disponibles. El salto tecnológico permitirá no solo aumentar la producción por unidad, sino también cuidar el ambiente, optimizar recursos y reducir la huella ecológica.
En definitiva, la IA ofrece la posibilidad de que la agricultura argentina mantenga su protagonismo mundial y se adapte a los retos del siglo XXI. Como bien afirma Roberto Peiretti, “la agricultura condiciona nuestro desarrollo como país y civilización, y la inteligencia artificial es la herramienta para el próximo gran salto”.