Por Agroempresario.com
En los campos argentinos, donde el avance agrícola ha sido sinónimo de crecimiento, un fenómeno silencioso pero alarmante amenaza el equilibrio de los ecosistemas y la sustentabilidad de los cultivos. Las abejas melíferas, esenciales para la polinización del 75% de los cultivos del mundo, enfrentan una amenaza cada vez más documentada: la exposición crónica a agroquímicos, como el glifosato.
Un estudio reciente de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) y el INTA, con colaboración del CONICET, reveló cómo estos compuestos afectan profundamente la salud de las abejas: alteran su percepción sensorial, dificultan el aprendizaje, reducen la eficiencia de la colmena y comprometen el comportamiento social.
“En los sistemas agrícolas actuales se usan agroquímicos de manera intensiva. Las abejas, a polinizar, recogen polen contaminado, y esa carga química impacta en la salud de toda la colmena”, explicó Jorge Zavala, investigador de la FAUBA y del CONICET.
El trabajo, liderado por Ivana Macri, profesional del INTA y autora principal del estudio, documentó el efecto en campo real. Se instalaron colmenas en lotes agrícolas antes y después de las aplicaciones químicas. El resultado fue claro: se encontraron residuos químicos en el polen y en las abejas recolectoras.
Los efectos fueron múltiples y graves: las abejas perdieron capacidad para asociar olores con recompensas, recolectaron menos alimento y mostraron menor sensibilidad al néctar. La colmena completa se volvió menos eficiente.
Más allá de lo sensorial, los agroquímicos alteraron la expresión de genes relacionados al sistema nervioso central de las abejas. “Cuando se daña un gen vinculado al cerebro, el comportamiento social también se ve afectado. Se interrumpe la comunicación dentro de la colmena y se reduce la eficiencia general”, indicó Macri.
Esto no es un dato menor: las abejas tienen una estructura social altamente organizada, donde cada individuo cumple un rol específico. Si esa coordinación se rompe, la supervivencia de la colonia se pone en riesgo.
Además, se comprobó una reducción en la calidad y diversidad del alimento disponible, lo que acentúa la vulnerabilidad de las abejas en entornos agrícolas contaminados.
El declive de las abejas no solo afecta a las colmenas. También tiene consecuencias directas sobre la productividad agrícola y la biodiversidad vegetal. La polinización es un proceso clave para la producción de frutas, hortalizas y semillas. Sin abejas, la agricultura se vuelve menos eficiente, y los ecosistemas pierden diversidad.
“Si se afecta la capacidad de las abejas para recolectar alimento y transmitir información, la polinización a largo plazo está comprometida”, advirtió Zavala.
El trabajo destaca que la interacción entre agroquímicos y polinizadores debe ser monitoreada para avanzar hacia una agricultura más equilibrada, que respete tanto la productividad como la salud ambiental.
Frente a estos resultados, el equipo de investigación continuará profundizando el análisis. Se enfocarán en cómo varían los efectos según la edad de las abejas y su tarea dentro de la colmena. También se investigará la alteración de la microbiota intestinal, un factor clave para la inmunidad y nutrición de estos insectos.
Para los expertos, el desafío es claro: hacer convivir la productividad agrícola y conservación ambiental. Es posible producir sin comprometer a los polinizadores, pero se requiere inversión en conocimiento, políticas de regulación y conciencia del impacto acumulativo de los insumos químicos.
El futuro de las abejas, y con ellas, de muchos sistemas de cultivo, depende de las decisiones que se tomen hoy. El equilibrio entre el modelo agroindustrial y la preservación de la vida natural ya no es una opción, sino una necesidad urgente.