Por Agroempresario.com
La próxima cumbre del BRICS, prevista para el 6 y 7 de julio en Río de Janeiro, ha perdido parte de su brillo antes de comenzar. Las confirmadas ausencias de dos pesos pesados del grupo —el presidente de China, Xi Jinping, y el mandatario ruso, Vladimir Putin— representan no solo un vacío simbólico para el evento, sino también un serio obstáculo para las aspiraciones del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva de posicionar a Brasil como referente del Sur Global.
La cumbre, que debía servir como vidriera geopolítica para el Brasil de Lula, estará dominada por una creciente sombra: la cuestión iraní. La reciente escalada entre Irán e Israel, con la intervención de Estados Unidos y declaraciones encendidas de varios países miembros del BRICS, ha colocado este conflicto en el centro del debate del bloque, a la vez que genera dudas sobre el verdadero alcance diplomático de una alianza tan diversa como frágil.
Desde 2013, Xi Jinping ha sido una figura constante en las reuniones del BRICS. Sin embargo, todo indica que esta será la primera vez que falte. Su lugar lo ocupará el primer ministro Li Qiang, una figura menos protagónica que difícilmente podrá dar el mismo peso político a la posición china.
En el caso de Vladimir Putin, la situación es más delicada. El líder ruso enfrenta una orden de arresto internacional por parte de la Corte Penal Internacional (CPI), que lo acusa de crímenes de guerra relacionados con la deportación de niños ucranianos. Aunque Rusia no reconoce la jurisdicción de la CPI, Brasil sí es signatario, lo que podría obligar legalmente al país anfitrión a ejecutar la orden si Putin pisara suelo brasileño. Esta incertidumbre legal y política motivó la decisión del Kremlin de mantener a Putin fuera de Río de Janeiro.
El asesor presidencial ruso Yuri Ushakov fue claro: “El Gobierno brasileño no ha logrado adoptar una postura clara que permita a nuestro presidente participar en la reunión”.
El conflicto entre Irán e Israel se ha convertido en una amenaza directa a la estabilidad de Medio Oriente, pero también a la cohesión del bloque BRICS. La reciente tregua mediada por Estados Unidos no ha logrado sofocar del todo la tensión. Según Celso Amorim, principal asesor de política exterior de Lula, “la cuestión de Irán e Israel es inevitable” y la comparó con la “crisis de los misiles durante la Guerra Fría”.
Brasil, que ha mantenido una postura crítica hacia Israel, ha condenado ataques contra instalaciones nucleares iraníes. Esta posición ha sido interpretada por algunos analistas como un giro hacia una retórica más alineada con Rusia y China, en detrimento de la neutralidad histórica que Brasil solía ejercer en política exterior.
La situación se complica aún más con la reciente incorporación de Irán al bloque BRICS, junto a Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Indonesia. La incógnita ahora es si Irán enviará a un representante de alto perfil a Río y cómo su presencia influirá en las declaraciones finales del grupo.
Lula da Silva ha intentado posicionarse como mediador global desde su regreso al poder. No obstante, su gestión de la crisis en Medio Oriente ha generado críticas internas y externas. Mientras el gobierno brasileño ha emitido más de 60 declaraciones criticando a Israel desde el ataque del 7 de octubre de 2023 por parte de Hamas, su retórica ha sido vista por algunos sectores como desbalanceada.
En declaraciones recientes, Lula intentó bajar el tono: “No quiero pelear con nadie. Quiero mantenerme al margen, no quiero problemas en mi vida. Estoy a favor de la paz, no quiero la guerra”.
Sin embargo, estas palabras parecen insuficientes ante un escenario internacional donde los alineamientos importan. Desde Estados Unidos, una alta funcionaria del Departamento de Estado fue tajante: “Este es un momento excelente para que los países de América Latina decidan de qué lado están”.
Uno de los temas que Lula planea poner sobre la mesa es la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU. La propuesta, que busca ampliar la representatividad del Sur Global, no es nueva, pero la cumbre del BRICS podría ser una oportunidad para darle un nuevo impulso. Sin embargo, sin la presencia de Xi y Putin, el peso de cualquier declaración se verá mermado.
Según la columnista Eliane Cantanhêde del diario O Estado de São Paulo, Brasil debe “mantener la agenda original de los BRICS y su defensa del multilateralismo, sin señalar un mayor acercamiento a Irán, Rusia y China en contra de Estados Unidos e Israel”.
La diplomacia no es el único frente de presión. En San Pablo, grupos pro-iraníes han convocado una manifestación “en defensa de la República Islámica de Irán”, programada para el 28 de junio. La protesta está organizada por instituciones vinculadas a la comunidad iraní en Brasil, entre ellas la asociación Arresala, cuyo ex presidente Taleb Hussein Al-Khazraji ha sido señalado por el fiscal argentino Alberto Nisman como un agente clave del aparato iraní implicado en el atentado contra la AMIA.
En este contexto, la cumbre del BRICS parece menos una oportunidad de convergencia global y más un espejo de las tensiones internacionales. Para el ex embajador brasileño en Washington, Rubens Ricupero, “Brasil ha tenido un lenguaje más fuerte, similar al de Rusia y China”, lo que sugiere un alejamiento del equilibrio diplomático tradicional.
El académico Gunther Rudzit es aún más tajante: “Cuando Rusia violó el derecho internacional al invadir Ucrania, no hubo ninguna declaración parecida. Está claro que se están usando dos varas de medir”.
Un editorial reciente del diario Estado de São Paulo se preguntó con dureza: “¿Qué gana Brasil al adherirse a esta alianza de autocracias? ¿Qué ventajas estratégicas justifican la asociación con regímenes que promueven la inestabilidad?”.
La situación geopolítica tiene también un impacto económico. El gobierno de Lula está tomando medidas para contener el aumento de los precios de los combustibles, provocado en parte por las tensiones entre Irán e Israel. El eventual cierre del estrecho de Ormuz, por donde transita el 20% del petróleo mundial, podría tener consecuencias directas sobre el mercado brasileño y, por ende, sobre la popularidad del presidente.
Mientras tanto, Lula anunció el aumento del porcentaje de etanol y biodiésel en los combustibles, una decisión que busca no solo mitigar el impacto de los precios internacionales, sino también reforzar su discurso ecológico y productivista ante el electorado.