Por Agroempresario.com
En una coyuntura internacional marcada por la caída de los precios de los principales commodities agrícolas, el regreso de las retenciones plenas a las exportaciones argentinas aparece como una señal adversa para el campo. La debilidad de los mercados, combinada con condiciones climáticas favorables en Estados Unidos y una merma en la tensión geopolítica, se traducen en una tormenta perfecta para los productores, justo cuando más se necesita previsibilidad y competitividad.
El mercado de granos de Chicago arrancó la semana con una clara impronta bajista. Aplacados los temores por un conflicto armado de gran escala en Medio Oriente —especialmente entre Israel e Irán— y con señales alentadoras del clima en las zonas de cultivo estadounidenses, las cotizaciones comenzaron a desplomarse. En apenas tres jornadas, la soja perdió USD 8 por tonelada, el maíz USD 5 y el trigo USD 12.
La expectativa de una gran producción estadounidense crece con cada parte del clima. Corn Belt, esa franja clave para el maíz y la soja en EE. UU., recibe lluvias generalizadas, con temperaturas cálidas pero moderadas por la humedad. Estados como Nebraska, Iowa, Minnesota y Wisconsin lideran las proyecciones con registros de precipitaciones que aseguraría un buen desarrollo del cultivo, justo cuando inicia la etapa de polinización del maíz.
En otras palabras, el factor climático, que históricamente ha sido la mayor fuente de volatilidad en los mercados agrícolas, hoy ofrece tranquilidad. El maíz —producto más sensible al clima en este momento— se enfrenta además a una mayor superficie sembrada en Estados Unidos. El USDA ya prevé un aumento de los stocks en más de 10 millones de toneladas, con una relación stock/consumo que pasa del 10 al 12%: un nivel que debilita las chances de subas.
La soja, aunque todavía lejos de su período crítico, se ve arrastrada por esta tendencia. Sus precios retroceden también, aunque con menor intensidad, gracias a dos factores: una posible reactivación de compras por parte de China y los nuevos mandatos de uso de biodiesel de la EPA estadounidense, que vuelven a darle impulso al aceite de soja.
De los tres principales cultivos, el trigo es el que más sufrió en esta reversión. Durante el breve período de incertidumbre en Medio Oriente, había recibido una “prima de riesgo” por potenciales complicaciones logísticas y tensiones en las rutas comerciales. Pero con la intervención de Donald Trump, que ayudó a desactivar el conflicto, y el avance sin inconvenientes de la cosecha de trigo duro de invierno en EE. UU., el cereal volvió a su tendencia bajista habitual.
Este reacomodamiento también estuvo influenciado por la caída del precio del petróleo, que tras saltar a USD 75 por barril, comenzó a retroceder nuevamente hacia los USD 60. Como el petróleo es un insumo clave para los biocombustibles y un referente general del mercado de commodities, su debilidad impacta de forma directa en el resto de los productos agrícolas.
Mientras tanto, Brasil cosecha una safrinha de maíz que puede romper todos los récords. Algunos privados proyectan hasta 120 millones de toneladas solo para la segunda cosecha. Aunque la Conab, el organismo oficial brasileño, estima 101 millones, ambas cifras superan ampliamente a la campaña anterior. Pese a ello, las exportaciones brasileñas de maíz caerían de 38,5 millones a 34 millones de toneladas, producto de la fuerte demanda interna para elaboración de etanol y alimentación animal.
Esto representa un respiro para los precios internacionales del cereal, pero no alcanza para revertir la tendencia bajista generada desde Estados Unidos.
En este contexto internacional hostil, la Argentina enfrenta el final del recorte temporal en los derechos de exportación. Esta decisión del gobierno, que inicialmente había dado aire al sector, ahora se revierte justo cuando los precios globales vuelven a deprimirse.
Durante las últimas semanas de junio, las fábricas y exportadores apuraron declaraciones juradas de ventas al exterior (DJVE), anticipándose a la vuelta de las alícuotas plenas. Pero para los productores, esto no representa un verdadero alivio: la soja termina el mes con precios similares a los de semanas anteriores, y a partir de julio valdrá menos en términos netos.
En otras palabras, el regreso de las retenciones llega en el peor momento posible, cuando los márgenes de rentabilidad ya están al límite y las señales del mercado son todas bajistas.
Con los principales factores de alza fuera de juego —clima adverso, tensiones geopolíticas, compras chinas— y una cosecha estadounidense que promete ser abundante, el panorama para julio es de precios en retroceso o, en el mejor de los casos, estables. El único sostén real para la soja podría venir del mercado de biocombustibles, pero dependerá de la implementación real de los nuevos mandatos de la EPA y de cómo reaccionen los consumidores industriales en EE. UU.
El maíz, por su parte, enfrenta una sobreoferta potencial tanto en el norte como en el sur del continente, mientras que el trigo se ve presionado por el avance global de cosechas y la ausencia de nuevas disrupciones logísticas o climáticas.
El agro argentino se encuentra hoy frente a un dilema: producir más para sobrevivir, pero con reglas que cambian sin previo aviso. La falta de políticas estables y el retorno de las retenciones en un momento de debilidad global no hacen más que aumentar la incertidumbre.
Más allá de las condiciones climáticas o los vaivenes del mercado, el productor necesita previsibilidad y competitividad. Hoy, ninguna de esas condiciones parece estar presente, y el desafío para el segundo semestre será adaptarse a un entorno más frágil y exigente.