Por Agroempresario.com
En el norte de Mendoza, más precisamente en Lavalle, un grupo de pequeños productores ha decidido transformar la tradición vitivinícola en una oportunidad de desarrollo económico, social y cultural. Con el respaldo del INTA y otras instituciones, el vino casero lavallino comienza a posicionarse como un producto con identidad, calidad y una historia que lo respalda.
En Lavalle, el vino no es solo una bebida: es parte del paisaje cotidiano, de la memoria familiar y del trabajo compartido. Desde hace más de una década, 25 familias se agrupan en la Asociación de Elaboradores de Vinos Caseros de Lavalle para potenciar esta actividad ancestral, basada en técnicas artesanales y una mirada moderna sobre el agregado de valor.
La Agencia de Extensión Rural (AER) Lavalle del INTA ha tenido un rol clave en este proceso. Mariana Díaz Valentín, investigadora de dicha agencia, explicó: “El INTA contribuyó desde los inicios con la asociación, brindando asistencia técnica, capacitaciones y nuevas herramientas que permitieron innovaciones tanto en la producción primaria como en los procesos de elaboración y comercialización”.
Gracias a este acompañamiento técnico, muchas familias que antes solo vendían uva ahora elaboran, fraccionan y venden su propio vino. Esto significó un cambio estructural: pasar de vender materia prima a ofrecer un producto terminado con mayor valor y con un marcado perfil local.
Aunque cada familia guarda secretos transmitidos de generación en generación, el proceso de elaboración sigue etapas bien definidas:
Este proceso respeta la tradición familiar, pero se apoya en tecnologías y buenas prácticas para asegurar calidad y sanidad en cada botella.
Una aclaración común en Lavalle es la diferencia entre vino casero y vino patero. El primero utiliza moledoras y técnicas modernas, cumple requisitos sanitarios y puede registrarse legalmente. El segundo, más rústico, se elabora pisando la uva, como hacían los antiguos inmigrantes. Ambos tienen raíces familiares, pero difieren en técnica y normativa.
Hoy, Lavalle es considerada una zona de producción de vinos jóvenes, frescos, con impronta artesanal y sabor local. Desde el INTA se organizan seminarios regionales, concursos de vinos caseros y espacios de intercambio que fortalecen la calidad del producto y consolidan la identidad lavallina en el mapa vitivinícola mendocino.
“El reconocimiento de Lavalle como una zona de vinos jóvenes con sello propio es fruto de años de trabajo colectivo. Es una historia de compromiso, de investigación aplicada al territorio y de familias que apostaron por quedarse y crecer desde su lugar”, sostuvo Díaz Valentín.
Con esta base, el vino casero de Lavalle busca hacerse un nombre no solo dentro de Mendoza, sino también fuera de la provincia, mostrando que tradición, calidad e innovación pueden ir de la mano en cada copa.