Por Agroempresario.com
En el corazón de Sierras Bayas, un rincón serrano de la provincia de Buenos Aires, una locomotora inglesa que alguna vez recorrió los rieles de la región hoy vive una segunda vida: convertida en restaurante y centro cultural, es el alma de Rincón Soñado, un complejo turístico donde la gastronomía se fusiona con la historia y la identidad del lugar. Todo comenzó con el impulso apasionado de Sergio Randazzo, un ex empleado de Loma Negra que decidió transformar un predio cargado de pasado en un espacio de encuentro, memoria y cocina con raíces.
La protagonista de esta historia es una locomotora Whitworth de más de 200 años, la última en funcionamiento en la zona. Hoy está detenida, sí, pero rebosante de vida, ya que es la antesala de un restaurante montado sobre un vagón original reciclado. Allí, donde antes viajaban cargas o pasajeros, hoy se sirven platos caseros, postres artesanales y recetas tradicionales que homenajean los sabores de la cocina argentina.
El predio donde hoy se levanta el complejo fue originalmente parte de la estancia Toffoletti, una emblemática propiedad ligada al nacimiento de las canteras de Sierras Bayas a fines del siglo XIX. Fue también refugio de Marcelino Catriel, último cacique pampas, quien recibió cobijo de los antiguos dueños y se desempeñó como cuidador de caballos, esos que arrastraban los bloques de piedra hacia el ferrocarril.
En 2004, Sergio Randazzo y su hermano Fabián compraron el predio y comenzaron un largo proceso de restauración. “Sabíamos que el lugar tenía algo especial, pero faltaba algo que lo diferenciara”, cuenta Sergio. Fue así que un día se topó con un vagón abandonado en Santa Luisa. Lo que siguió fue una odisea de trámites, permisos y logística: desde Vialidad Nacional, hasta la policía y grúas para transportar estructuras de varias toneladas.
Instalado finalmente en el terreno, el vagón fue reacondicionado con esmero. Se conservaron las maderas originales y se construyó una réplica de estación de tren del siglo XIX, con su hall, boletería, baños, sala del jefe de estación y una cocina completa. En el segundo piso se edificó un salón con vista panorámica al valle de Colonia San Miguel, con capacidad para 120 personas.
“Después me crucé con una locomotora en el zoológico de Olavarría, y no pude resistirme”, recuerda Randazzo. Gestionó su traslado a paso de hombre, levantando cables en cada esquina y negociando con el municipio. Aquella vieja máquina inglesa se convirtió en la joya del predio.
La carta del restaurante no es extensa, pero está cuidadosamente curada. En el vagón reciclado, convertido en comedor con capacidad para 100 comensales, se sirve lo que el propio Sergio define como “comida abundante y hecha con amor”. Las recetas se basan en ingredientes de estación, muchos de los cuales provienen de su propia huerta.
Entre los platos más destacados están los tallarines verdes con hongos, el matambre a la leche con verduras asadas, el bife de chorizo, los ñoquis caseros, y especialidades de la zona como embutidos artesanales. También se ofrecen sorrentinos de jengibre y zapallo, canelones de cordero y una oferta dulce con rogel, lemon pie y una “selva negra” que se ganó fama en la región.
En fechas especiales, como el 25 de mayo, el restaurante se transforma en peña: hay música en vivo, mesas largas, locro y sobremesas que se extienden al ritmo del folclore. En esos momentos aparece el jefe de estación, personificado por el propio Randazzo con uniforme y gorra, que pide “boletos” y comparte historias de ferrocarriles, anécdotas locales y hasta breves actuaciones. La experiencia se convierte en una puesta en escena que emociona a grandes y chicos.
“La locomotora no arranca, pero algunos se asustan de verdad”, se ríe. “Esa es la magia del lugar: hacer que por un instante, todos vuelvan a soñar”.
Aunque el restaurante marcha con éxito, Randazzo reconoce que mantener el predio demanda energía y recursos. “Mis hijas tienen otros caminos, y en algún momento habrá que pasarle la posta a otro soñador”, reflexiona. Mientras tanto, disfruta de cada fin de semana, de cada evento y de cada visitante que llega atraído por esa mezcla única de nostalgia, sabor y paisaje.
Rincón Soñado no es solo un restaurante. Es una experiencia sensorial y emocional, una historia de tenacidad, una apuesta por la cultura ferroviaria y una celebración del patrimonio local transformado con esfuerzo e imaginación.