Por Agroempresario.com
La más reciente cumbre del bloque BRICS celebrada en Río de Janeiro, que prometía ser la gran vidriera internacional del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, terminó opacada por ausencias notables, desacuerdos sobre los principales temas de la agenda global y una creciente percepción de que el bloque carece de dirección estratégica común.
La ampliación del grupo —que ahora incluye a 11 miembros tras la incorporación de Irán, Arabia Saudita, Egipto y Emiratos Árabes Unidos— lejos de fortalecer su cohesión, puso en evidencia profundas fracturas. Las divergencias sobre temas como Gaza, la invasión rusa a Ucrania y el papel de Occidente en la seguridad internacional marcaron los debates tanto a puertas cerradas como en los mensajes públicos.
Lo que se perfilaba como el escenario ideal para que Lula reforzará el liderazgo de Brasil en la arena internacional terminó convirtiéndose en una cumbre descafeinada. Ni el presidente de China, Xi Jinping, ni su homólogo ruso, Vladimir Putin, asistieron al encuentro, lo que debilitó el simbolismo del evento.
La ausencia de Xi —quien nunca antes se había perdido una reunión de los BRICS— fue interpretada como una estrategia para no agravar las ya tensas relaciones con Estados Unidos. En su lugar, China envió al primer ministro Li Qiang. Por su parte, Putin participó por videoconferencia, en medio de la amenaza latente de ser detenido si pisaba territorio brasileño debido a la orden de captura internacional en su contra por crímenes de guerra en Ucrania.
En su intervención de apertura, Lula volvió a mostrar su política exterior de equilibrios, crítica hacia la OTAN y el accionar de Israel en Gaza, al tiempo que abogó por el diálogo entre Rusia y Ucrania y defendió la soberanía de Irán. Sus palabras —en particular la acusación de genocidio contra Israel— provocaron rechazo en distintos frentes, alimentando la percepción de un Lula más alineado con discursos antioccidentales.
El presidente insistió en la necesidad de paz, cuestionando el gasto militar global y denunciando “el uso del hambre como arma de guerra” en Gaza. Estas posturas provocaron una reacción del medio británico The Economist, que describió la política exterior brasileña como “cada vez más incoherente”, acusando al mandatario de acercarse peligrosamente a regímenes autoritarios.
La Cancillería brasileña, a través del ministro Mauro Vieira, salió al cruce del artículo de The Economist, afirmando que Lula goza de una “autoridad moral indiscutible” y defendiendo la coherencia del país en materia de respeto al derecho internacional. Sin embargo, el académico Matias Spektor, de la Fundación Getulio Vargas, advirtió sobre la dificultad creciente de Brasil para mantener una postura “no alineada” dentro de un bloque cada vez más instrumentalizado por China y Rusia.
Las tensiones internas se reflejaron claramente en el documento final, la Declaración de Río. Las posiciones de los países respecto a Israel, Estados Unidos y la guerra en Ucrania no lograron consensos. La declaración evitó referencias directas a Washington y a Tel Aviv, diluyendo los términos más duros promovidos por Irán.
Mientras Irán empujaba por un tono más agresivo —a pesar de la ausencia de última hora de su presidente Masoud Pezeshkian— países como India, Arabia Saudita y Egipto prefirieron una narrativa más prudente. Brasil, junto a Etiopía y Emiratos Árabes Unidos, trabajó para suavizar el lenguaje, buscando evitar una mayor confrontación con Occidente.
En su intervención, Putin reiteró el objetivo de avanzar hacia un comercio internacional basado en monedas locales, impulsando una desdolarización que se alinea con los intereses de Moscú frente a las sanciones económicas impuestas por Occidente. El tema, recurrente en la agenda de los BRICS, fue acompañado por un nuevo impulso al Nuevo Banco de Desarrollo (NDB), presidido por Dilma Rousseff.
Este banco, pieza central para financiar proyectos en el Sur Global, fue presentado como alternativa a las instituciones financieras tradicionales dominadas por países occidentales. En paralelo, los BRICS manifestaron su preocupación por las políticas proteccionistas globales, en referencia a las medidas arancelarias impulsadas por Donald Trump.
Una de las novedades más relevantes de la cumbre fue el respaldo conjunto a la tributación global de las grandes fortunas. Impulsada por Lula y su ministro de Hacienda Fernando Haddad, la iniciativa busca crear un sistema fiscal internacional más justo e inclusivo.
“Se trata de un paso decisivo hacia un sistema fiscal más eficaz, que obligue a los súper ricos a pagar lo que corresponde”, declaró Haddad, posicionando el tema también como una carta electoral para 2026, año en que Lula buscaría la reelección.
En vista de la COP30 que se celebrará en Belém en noviembre, Brasil presentó el fondo “Bosques Tropicales para Siempre”, que busca recaudar más de USD 150.000 millones para financiar la transición ecológica en 70 países tropicales. La ministra de Medio Ambiente, Marina Silva, criticó la lentitud de las economías más desarrolladas en comprometerse financieramente y llamó al NDB a priorizar proyectos climáticos.
En paralelo a la cumbre, organizaciones civiles como StandWithUs Brasil organizaron protestas para visibilizar violaciones a los derechos humanos por parte del régimen iraní. La instalación de horcas con banderas LGBT en la playa de Ipanema expuso una grieta entre los discursos diplomáticos y la preocupación social por los derechos de las minorías perseguidas.
La declaración final incluyó una demanda concreta: la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU. Los BRICS exigieron una representación más amplia de los países en desarrollo, alineándose con reclamos históricos del Sur Global.
En cuanto a la guerra en Ucrania, el texto evitó condenas explícitas a Rusia y se limitó a mencionar “las posiciones nacionales” y el respaldo a iniciativas de paz diplomática como la “Iniciativa Africana” y el “Grupo de Amigos para la Paz”.
Una de las notas positivas de la cumbre fue el reforzamiento del eje Brasil–India. Narendra Modi tiene previsto visitar Brasilia tras la cumbre para consolidar acuerdos bilaterales. Lula ve en India un socio clave para la expansión de relaciones con Asia, tal como expresó durante la reciente Cumbre del Mercosur en Buenos Aires.
“Es hora de que el Mercosur mire hacia Asia. Nuestra inserción en las cadenas de valor global se beneficiará de vínculos más estrechos con Japón, China, Corea, India, Vietnam e Indonesia”, declaró Lula.
La Cumbre de los BRICS en Río de Janeiro, que aspiraba a ser una vidriera geopolítica de Brasil, terminó como una oportunidad perdida. Las ausencias, las divisiones internas y las críticas externas redujeron el impacto del evento. Para Lula, fue un recordatorio de los límites de su política exterior y la complejidad de liderar un bloque diverso y cargado de tensiones.
La ambición de transformar a los BRICS en una alternativa real al orden internacional actual sigue siendo más un deseo que una realidad. Y aunque el presidente brasileño aún tiene la COP30 para redimirse en la escena global, Río dejó más preguntas que respuestas sobre el futuro del bloque y el rol de Brasil en él.