Por Agroempresario.com
En un giro geopolítico cada vez más evidente, Brasil refuerza su alineación estratégica con China. Durante la reciente cumbre anual de BRICS realizada en Río de Janeiro, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva firmó una serie de acuerdos con el régimen de Xi Jinping que abarcan inteligencia artificial (IA), energías renovables, agricultura de precisión, industria marítima y cooperación aeroespacial.
Los convenios marcan un momento clave en la redefinición del papel de Brasil en la esfera internacional, posicionándose como un socio fundamental de China en el hemisferio sur. Las implicancias de esta asociación podrían remodelar el futuro de sectores tan sensibles como la seguridad alimentaria, la soberanía tecnológica y la estrategia energética regional.
Uno de los anuncios más resonantes fue la creación de un centro conjunto de inteligencia artificial aplicada al agro, que será desarrollado entre el Instituto Nacional del Semiárido de Brasil y la Universidad Agrícola de China. El proyecto apunta a modernizar la producción agrícola en regiones semiáridas del nordeste brasileño mediante tecnologías de monitoreo ambiental, robótica e integración de maquinaria inteligente.
Con este paso, China afianza su ingreso a uno de los sectores más estratégicos de Brasil: su matriz agroindustrial. La región del Sertão, históricamente golpeada por la sequía, podría convertirse en un laboratorio de IA agrícola, con software y hardware desarrollados por potencias extranjeras.
El diario South China Morning Post informó que la colaboración forma parte de una agenda más amplia impulsada por Li Qiang, primer ministro del régimen chino, y respaldada por Liu Sushe, viceministro de la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma de China. Ambos participaron de la ceremonia oficial el 5 de julio en Río de Janeiro, junto al presidente Lula.
Lula defendió la cooperación con Beijing afirmando que el desarrollo de la inteligencia artificial no puede ser “un privilegio de unos pocos países ni una herramienta de manipulación en manos de multimillonarios”. Sin embargo, esta retórica no disipa las dudas sobre el impacto que tendría el acceso de una potencia extranjera como China a datos sensibles del sistema productivo brasileño.
La alianza en IA también incluye el intercambio de datos, la cooperación en semiconductores y la creación de infraestructura de conectividad e innovación, áreas donde las empresas estatales chinas tienen fuerte presencia.
Esta avanzada tecnológica ocurre en medio de las restricciones impuestas por Estados Unidos a la exportación de chips avanzados y equipos de IA a China. Empresas como Huawei y SMIC enfrentan bloqueos que han llevado a Beijing a buscar aliados estratégicos en América Latina, África y el sudeste asiático.
Además de la agricultura y la inteligencia artificial, China busca posicionarse como inversor central en energías renovables y logística marítima brasileña. Se anunciaron acuerdos para cooperación en la construcción de buques, tecnología naval y participación en el desarrollo de proyectos de infraestructura portuaria.
China, que produce más del 50% de los barcos nuevos a nivel mundial, ve en Brasil una puerta para acceder al Atlántico Sur y potenciar su red de distribución de mercancías y recursos naturales.
Otro componente clave de la relación bilateral es el desarrollo espacial. Beijing pretende utilizar territorio brasileño para instalar bases de lanzamiento de satélites geoestacionarios, como parte de una expansión que conecte el Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC) de Lula con la Iniciativa de la Franja y la Ruta impulsada por Xi Jinping.
Li Qiang dejó en claro que China está “dispuesta a trabajar con Brasil para ampliar la cooperación en economía digital, economía verde, innovación tecnológica y aeroespacial”, según informó la agencia estatal Xinhua.
Durante la cumbre, los líderes del BRICS —bloque conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica— firmaron una declaración conjunta solicitando a la ONU que lidere la regulación global de la inteligencia artificial. El documento enfatiza la necesidad de una gobernanza “inclusiva, ética y soberana”.
Sin embargo, el contexto político de los miembros cuestiona esa supuesta ética común. Entre los invitados al bloque figuran Irán, con vínculos comprobados con Hezbollah; Rusia, que continúa su guerra en Ucrania; y China, donde se reportan violaciones sistemáticas a los derechos humanos.
Esta composición alimenta las críticas a Lula, acusado por sectores opositores de someterse a los intereses de regímenes autoritarios en detrimento de la soberanía brasileña y su histórica neutralidad diplomática.
El presidente brasileño también solicitó a China su participación en el Fondo Bosques Tropicales para Siempre, que busca recaudar 4.000 millones de dólares anuales para premiar a países que logren reducir la deforestación. La propuesta será presentada formalmente en la COP30, que se celebrará en noviembre en la ciudad de Belém, en plena Amazonía.
Aunque no hubo un compromiso oficial, Li Qiang expresó su respaldo político a la cumbre climática, lo que sugiere un interés chino en proyectar una imagen de “potencia verde”, aunque su economía sigue siendo altamente dependiente del carbón.
En el plano cultural, ambos mandatarios acordaron impulsar un Año de la Cultura China-Brasil en 2026, y ampliar los intercambios en educación, salud y cooperación juvenil. El objetivo declarado es reforzar el “apoyo popular” a una alianza cada vez más visible y profunda.
Analistas geopolíticos advierten que la estrategia de Lula implica una cesión gradual de autonomía en áreas clave. Si bien el presidente intenta mantener buenas relaciones tanto con China como con Estados Unidos, cada acuerdo con Beijing amplía la influencia del régimen de Xi sobre sectores estratégicos del Estado brasileño.
El interrogante ahora es hasta dónde llegará esa cooperación. ¿Habrá una transferencia de datos críticos? ¿Qué condiciones impone China tras bambalinas? ¿Puede Brasil sostener su neutralidad en un mundo cada vez más polarizado?
Por ahora, la narrativa oficial apunta a una “colaboración entre iguales”, pero las asimetrías entre ambas economías y modelos políticos son evidentes. Lula da Silva apuesta a un equilibrio riesgoso, mientras el mundo observa cómo el dragón chino expande su alcance a nuevas latitudes.