Por Agroempresario.com
El Gobierno argentino se encuentra en una encrucijada monetaria: necesita subir las tasas de interés en pesos para detener la presión sobre el tipo de cambio, pero al mismo tiempo evitar un freno en el nivel de actividad económica. La reciente suba del dólar, junto con un brusco cambio en la política monetaria, generó un exceso de liquidez que ahora el equipo económico intenta absorber a contrarreloj.
El Ministerio de Economía, liderado por Luis Caputo, impulsó una transformación profunda del sistema monetario. En un intento por desarmar mecanismos de financiamiento corto, el Gobierno eliminó las Lefi (Letras de Financiamiento a un día), lo que implicó la liberación de cerca de 15 billones de pesos en el mercado. Estos fondos quedaron en manos de los bancos, que rápidamente bajaron las tasas ofrecidas para colocaciones en pesos.
Este giro, sumado a la eliminación de la tasa de referencia, derrumbó las tasas de caución y de los bonos del Tesoro en pesos. Por ejemplo, las LECAP (Letras del Tesoro Capitalizables) pasaron de rendir 2,8% a tan solo 2,34% mensual. La tasa de caución bursátil cayó al 15% anual, uno de los niveles más bajos del último año.
El aumento de la liquidez coincidió con una fuerte presión sobre el dólar. El tipo de cambio oficial escaló hasta los $1.295, mientras que el dólar libre o informal trepó a $1.340, ensanchando la brecha al 3,5%. Este movimiento encendió las alarmas del mercado y llevó al secretario de Finanzas a convocar a una licitación extraordinaria con el objetivo de absorber parte de los pesos excedentes.
Según estimaciones privadas, aún quedarían cerca de 9 billones de pesos en circulación sin destino claro. El riesgo es que se vuelquen al dólar, alimentando una dinámica que complique el proceso de desinflación que tanto celebra el Ejecutivo.
La solución más directa a este dilema es subir las tasas en pesos. Sin embargo, hacerlo por encima del 30% anual, en un contexto donde la inflación proyectada para los próximos doce meses es inferior al 20%, podría afectar negativamente el crédito y la actividad económica. Bancos ya bajaron sus tasas de plazos fijos al 29% anual, lo que muestra la desconfianza ante un eventual endurecimiento monetario.
El riesgo es que un aumento agresivo de tasas corte de golpe el leve repunte del consumo y la inversión que se empieza a percibir tras los meses más duros del ajuste fiscal.
Los analistas coinciden en que el sistema financiero está buscando un nuevo equilibrio entre tipo de cambio y rendimiento en pesos. Con la inflación desacelerándose —1,6% en junio según el INDEC—, mantener tasas tan bajas como las actuales puede ser insostenible si se quiere evitar una corrida cambiaria.
Algunos fondos ya están posicionándose en bonos en pesos de largo plazo a tasa fija, mientras que otros prefieren títulos ajustados por CER para el corto plazo. La apuesta es que la política monetaria se endurezca moderadamente para estabilizar la macroeconomía sin frenar la recuperación incipiente.
Una de las cartas que el Gobierno esperaba jugar a favor era la liquidación de divisas del sector agroexportador, que se adelantó por temor al aumento de retenciones. Sin embargo, los efectos fueron limitados. Muchos de los dólares que ingresaron por esa vía se re-dolarizaron a través del dólar MEP, por lo que no contribuyeron a aliviar las tensiones del mercado cambiario.
Por el momento, la reciente suba del dólar no se tradujo en una aceleración inflacionaria. Según un informe de Balanz, aunque el salto del tipo de cambio puede tener un efecto en el corto plazo, la solidez de la política fiscal y monetaria mantendría bajo control el traslado a precios.
“Creemos que el ancla fiscal y la política monetaria seguirán respaldando la desinflación. En este contexto, recomendamos posicionamiento en instrumentos en pesos de largo plazo con tasa fija”, señala el informe.
El Gobierno de Javier Milei enfrenta el desafío de absorber la expansión monetaria sin abortar la recuperación económica. Subir tasas parece inevitable, pero requiere precisión quirúrgica para no golpear al consumo ni al crédito. Todo indica que la política económica está entrando en una nueva fase de ajuste fino, donde cada movimiento puede tener múltiples impactos.
La clave estará en cómo reacciona el mercado en las próximas semanas, si el dólar se estabiliza y si la inflación sigue su sendero descendente. El desafío no es menor: estabilizar sin enfriar, contener sin sofocar.