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De capital de la fruta a tierra en disputa: la larga caída del Alto Valle

La voz de Enrique Ramos resume el ocaso frutícola y la transformación productiva de la región

De capital de la fruta a tierra en disputa: la larga caída del Alto Valle
jueves 17 de julio de 2025

Por Agroempresario.com

La fruticultura del Alto Valle fue, durante décadas, uno de los motores productivos de la Patagonia argentina. Hoy, enfrenta un presente incierto. A través de la mirada de Enrique Ramos, ingeniero agrónomo con más de 40 años de trayectoria, se revela la transformación del sector, desde el crecimiento exponencial de las exportaciones hasta la pérdida de tierras cultivables y el avance de actividades como el fracking.

Fuimos sobrevivientes de la fruticultura”, resume Ramos, quien nació en General Roca y dedicó su vida a la producción de frutas en el Alto Valle de Río Negro y Neuquén. Su experiencia ofrece una perspectiva profunda sobre los desafíos que atraviesa la actividad: la concentración empresarial, la falta de políticas públicas, el éxodo de jóvenes rurales, el colapso del modelo cooperativo y la presión ambiental.

Auge y ocaso: del crecimiento sostenido a la reconversión forzada

“En Zetone y Sabbag llegamos a plantar entre 90 y 100 hectáreas por año”, recuerda Ramos. “Después la inversión se frenó, y en Salenstein, donde trabajé hasta jubilarme, se hacían unas 50 por año. Llegamos a tener más de 35 millones de kilos de peras: William’s, Packham’s y Danjou”.

Durante los años 80 y principios de los 90, la actividad vivió una etapa dorada. Se invertía a gran escala, tanto desde las empresas como desde productores medianos. Pero con el paso del tiempo, los pequeños chacareros no lograron adaptarse al recambio varietal ni afrontar los costos crecientes de tecnificación.

“Hoy no se concibe una plantación sin riego mecanizado, fertirrigación, malla antigranizo o defensa contra heladas. Poner una hectárea nueva cuesta más de 45 mil dólares. Solo las grandes empresas pueden”, advierte Ramos.

De capital de la fruta a tierra en disputa: la larga caída del Alto Valle

Una actividad que se encoge: de 60 mil a menos de 40 mil hectáreas

La transformación también se refleja en el uso del suelo. “Con el Dique Ballester teníamos 60 mil hectáreas bajo riego. Hoy no llegamos a 40 mil”, lamenta. Las 20 mil hectáreas que dejaron de producir fruta se reconvirtieron o se abandonaron. Algunas derivaron hacia cultivos agroecológicos, alfalfa o hortalizas, en lo que Ramos identifica como un “nuevo camino posible” para los productores más pequeños.

El clima seco, la amplitud térmica y la calidad del agua de los ríos son condiciones ideales para desarrollar fruticultura. Pero la falta de políticas activas, sumada a la ausencia de jóvenes, pone en duda la sostenibilidad a largo plazo.

Mano de obra, tecnología y el costo de seguir en pie

Uno de los mayores desafíos actuales es la mano de obra agrícola. “Si no les das condiciones dignas, los obreros se van. Y en un kilo de manzana o pera, el 60% del costo es laboral”, explica. La tecnificación, aunque necesaria, requiere inversiones que no todos pueden afrontar: plataformas, tijeras neumáticas, pistolas de poda.

Aunque tengas 35 hectáreas, no podés hacer todo solo. Necesitás asistencia estatal”, sostiene Ramos. La dificultad para acceder a créditos y programas específicos deja a muchos productores al borde de la inviabilidad.

El impacto del fracking y la pérdida de tierras fértiles

La expansión del fracking en Allen es otro punto crítico para la producción. “Creció mucho, y eso perjudica especialmente a la fruticultura orgánica. Hay contaminación evidente. De Roca hacia el este no avanzó tanto, pero igual genera un daño irreversible”, dice.

También cuestionó el avance de barrios privados sobre tierras productivas y la ausencia de planificación urbana que preserve el suelo agrícola. “Si tienen que perforar en la barda, que lo hagan. Pero que no pasen cañerías por estas zonas productivas. No deberían llegar hasta acá”, enfatiza.

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Chile y el espejo que podría haber sido

Durante años, Chile miró con admiración el desarrollo frutícola del Alto Valle. “Venían técnicos chilenos a capacitarse acá. Después nosotros íbamos allá a aprender”, recuerda Ramos. Hoy, Chile es líder en exportaciones frutícolas, gracias a condiciones económicas más estables y políticas sostenidas en el tiempo.

“Ellos hicieron una revolución en un espacio 20 veces más pequeño que el nuestro. Nosotros, en cambio, sufrimos cambios de reglas cada dos años. Así no se puede planificar. Una planta tarda 6 o 7 años en producir, y vos ya cambiaste tres veces de política económica”, compara.

Las cerezas y un nuevo horizonte

En sus últimos años como productor, Ramos incursionó en el cultivo de cerezas, una actividad que considera “apasionante pero exigente”. Su ventana de cosecha es de apenas 45 días, y requiere máxima precisión. “Las variedades nuevas vienen del lado chileno. Aprendí mucho sobre conducción y sanidad”, cuenta.

La producción de cereza se perfila como una opción viable por su bajo nivel de enfermedades y su potencial exportador. Sin embargo, también enfrenta las limitaciones estructurales del sector.

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Cooperativas, juventud y un modelo en jaque

Uno de los puntos más críticos que señala Ramos es la desaparición del modelo cooperativo. “Podrían haber salvado al pequeño productor, pero no supieron resistir ni integrarse”, sentencia. Las cooperativas eran, en su visión, la herramienta ideal para defender precios, negociar con empresas y acceder a insumos de manera conjunta.

“La falta de recambio generacional es otro gran problema. Sin jóvenes, no hay futuro posible. Nadie quiere involucrarse”, dice con pesar. En las chacras ya no se ven hijos o nietos de productores dispuestos a continuar el legado.

Exportar o morir: el dilema de la fruticultura argentina

En el contexto actual, exportar sigue siendo la única salida rentable. “No se puede vivir solo de la fruta para la industria. Hoy te pagan menos de lo que cuesta cosechar”, afirma. La calidad para exportación requiere inversión, tecnología y eficiencia, algo que no todos los productores pueden garantizar.

Ramos cree que las provincias de Río Negro y Neuquén deberían enfocarse en acompañar al productor, promover la internacionalización de la fruta y evitar que el mercado interno sea la única opción. De lo contrario, la producción se volverá inviable y la reconversión será inevitable.

Sobrevivientes en un valle en disputa

Fuimos sobrevivientes de la fruticultura”, repite Ramos al final de la charla. Y no es una metáfora. Es un relato de resiliencia, de adaptación constante, de lucha contra los elementos y contra políticas cambiantes. Su testimonio es también un llamado de atención: sin políticas activas, sin jóvenes ni planificación a largo plazo, el Alto Valle podría perder su identidad frutícola.



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