Por Agroempresario.com
Cada 12 de agosto, el mundo vuelve la mirada hacia uno de los gigantes más emblemáticos del planeta: el elefante. La fecha, conocida como Día Mundial del Elefante, busca sensibilizar a la población sobre el papel crucial de esta especie en la salud de los ecosistemas y advertir sobre las amenazas que la empujan al borde de la extinción. En África y Asia, la disminución drástica de sus poblaciones es una señal de alarma que moviliza a científicos, ambientalistas y comunidades locales para evitar un colapso irreversible.
Los elefantes son mucho más que un símbolo de grandeza y memoria. Expertos del International Fund for Animal Welfare (IFAW) los definen como “ingenieros de ecosistemas”, capaces de moldear el paisaje y garantizar la supervivencia de múltiples especies. Su tránsito abre corredores en bosques, derriba ramas y arbustos altos, y facilita la llegada de luz al suelo, beneficiando a otras plantas y animales.
Cada ejemplar adulto consume hasta 300 kilogramos de alimento diario, dispersando semillas a más de 60 kilómetros de distancia. Su estiércol, rico en nutrientes, fertiliza el suelo y contribuye a la regeneración natural. Además, durante épocas de sequía, excavan pozos que se convierten en vitales fuentes de agua para decenas de especies.
Recientes investigaciones han revelado que la conservación de los elefantes influye directamente en la capacidad de los ecosistemas para almacenar carbono. Al abrir claros y reducir la densidad de ciertos árboles, favorecen el crecimiento de especies vegetales más eficientes en la captura de CO₂. Esto genera un beneficio ambiental con impacto económico global, pues mejora la resiliencia climática y refuerza los servicios ecosistémicos.
Restaurar las poblaciones originales podría aumentar la captura de carbono en miles de toneladas métricas por kilómetro cuadrado, convirtiendo su protección en una herramienta estratégica contra el cambio climático.
Pese a su importancia ecológica, los elefantes enfrentan una presión constante por la caza furtiva y el comercio ilegal de marfil. Según datos de la ONU y la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas (CITES), la población africana pasó de 12 millones a apenas 400.000 ejemplares en el último siglo.
En 2011, la proporción de muertes por caza furtiva alcanzó el 77% de los cadáveres hallados, superando con creces el umbral de riesgo para la recuperación. Aunque la cifra ha bajado, continúa por encima del límite seguro del 50%.
La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) reconoce dos especies principales: el elefante de sabana (Loxodonta africana), clasificado como “En peligro”, y el elefante de bosque (Loxodonta cyclotis), en “Peligro crítico” tras perder el 86% de su población en tres décadas.
El elefante de sabana ha visto caer sus números un 60% en 50 años. Desde 2008, ambas especies sufren por la combinación letal de caza furtiva y fragmentación de hábitats debido a la expansión agrícola.
Actualmente, África alberga alrededor de 415.000 elefantes entre ambas especies. Algunos países como Gabón, República del Congo y la región de Kavango-Zambeze registran mejoras gracias a políticas de conservación, pero en muchas zonas, las poblaciones siguen en situación crítica.
Organizaciones como la African Wildlife Foundation (AWF) lideran patrullas anti-caza, instalan sistemas de monitoreo y apoyan a comunidades locales para promover alternativas económicas sostenibles que reduzcan la dependencia del marfil.
Las iniciativas incluyen:
La conservación de elefantes no solo es una cuestión ambiental, sino también socioeconómica. El ecoturismo asociado a su avistamiento genera ingresos significativos en países africanos y asiáticos, financiando proyectos comunitarios y reforzando el compromiso local con su protección. Sin embargo, la coexistencia pacífica requiere medidas concretas para reducir conflictos, como cercos protectores para cultivos y compensaciones a agricultores afectados.
El Día Mundial del Elefante es más que un recordatorio; es un llamado a la acción coordinada entre gobiernos, ONG, empresas y ciudadanos. El desafío no se limita a África o Asia: el consumo y la demanda global de marfil siguen alimentando el problema. La erradicación de este comercio ilegal y la restauración de los hábitats son esenciales para garantizar que las futuras generaciones puedan convivir con estos gigantes.
Los elefantes representan la memoria viva de los ecosistemas y un vínculo directo con la salud del planeta. Protegerlos es invertir en biodiversidad, clima y bienestar humano. En palabras de expertos en conservación, “cuando salvamos a los elefantes, salvamos mucho más que una especie: aseguramos el equilibrio de la naturaleza”.