La disputa comercial entre Estados Unidos y China volvió a escalar con fuerza. El presidente Donald Trump anunció un nuevo paquete de medidas arancelarias y controles de exportación que sacudieron los mercados financieros de todo el mundo. La decisión llega luego de que Pekín impusiera límites a la exportación de tierras raras, minerales clave para la industria tecnológica y de defensa.
El conflicto entre las dos mayores economías del planeta parece lejos de enfriarse. Desde Washington, Trump confirmó que aplicará un arancel adicional del 100% sobre las importaciones chinas y extenderá las restricciones a casi todos los productos tecnológicos y de software considerados “críticos para la seguridad nacional”. Según el propio mandatario, la medida podría entrar en vigencia el 1 de noviembre o incluso antes.
En su cuenta de Truth Social, Trump afirmó que “China ha adoptado una postura extraordinariamente agresiva en materia comercial”, acusando a Pekín de intentar “mantener al mundo cautivo mediante un monopolio hostil” de los minerales estratégicos. El presidente norteamericano también amenazó con cancelar su encuentro con Xi Jinping, previsto para fines de octubre durante el foro APEC en Corea del Sur. “No parece haber razón para hacerlo”, aseguró.
Las nuevas normas anunciadas por el gobierno chino obligan a las empresas extranjeras a solicitar autorización oficial para exportar cualquier producto que contenga materiales de origen chino, incluso en pequeñas proporciones. Expertos citados por el autor original, Juan Romero, explican que esta política podría alterar profundamente la cadena de suministro global, afectando a compañías tecnológicas, automotrices y de defensa.
China, que domina más del 70% de la producción mundial de tierras raras, busca así fortalecer su posición geoestratégica. Trump respondió señalando que el país asiático “llevaba tiempo al acecho” y que la comunidad internacional “no estaba preparada para esta emboscada comercial”.
Los efectos fueron inmediatos. Wall Street registró su peor jornada desde abril: el índice S&P 500 cayó 2,7%, el Nasdaq se hundió 3,6% y el dólar retrocedió frente a las principales monedas. El oro superó los 4.000 dólares por onza troy, mientras el petróleo Brent bajó a 62,70 dólares por barril.
Las criptomonedas tampoco escaparon al pánico. El Bitcoin, que había alcanzado un máximo histórico de 126.000 dólares días atrás, se desplomó hasta los 103.000, arrastrando al resto de los activos digitales, con caídas de entre el 15% y el 20%.
Matthias Scheiber, de Allspring Global Investments, señaló que “aumentará la volatilidad a corto plazo, pero también podrían surgir oportunidades atractivas de entrada”. Sin embargo, el repunte reciente impulsado por la inteligencia artificial se frenó de golpe, reflejando la fragilidad del sentimiento inversor.
De acuerdo con datos del Instituto Peterson, los aranceles promedio de Estados Unidos sobre los productos chinos ya rondan el 58%, mientras que los de China alcanzan el 37%. Apenas seis meses atrás, Washington había impuesto tarifas del 145% a varios bienes de origen chino; Pekín respondió con gravámenes de hasta 125%.
El secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, calificó las nuevas restricciones chinas como “un embargo comercial de facto”. Las conversaciones mantenidas en Ginebra, Londres y Estocolmo parecían haber ofrecido un respiro de 90 días, pero el frágil equilibrio se rompió antes de llegar a noviembre, fecha en que vence la actual moratoria.
Según analistas citados por The Economist, la estrategia de Pekín puede interpretarse en tres claves: preparación, presión y represalia. Por un lado, busca institucionalizar su control sobre las tierras raras, consideradas su “arma económica más poderosa”. Por otro, podría estar intentando forzar concesiones diplomáticas previas al encuentro bilateral con Washington. Finalmente, el movimiento podría responder al llamado “50%-rule” estadounidense, que amplió el alcance de las sanciones a filiales extranjeras de empresas chinas.
Cualquiera sea la motivación, el impacto en las cadenas tecnológicas es innegable: más costos, más incertidumbre y menor previsibilidad. Trump, por su parte, sostuvo que el movimiento de Pekín representa “una emboscada inesperada” que “obstruirá los mercados y complicará la vida de todos los países del mundo”.
Si los nuevos aranceles se concretan en noviembre, los consumidores estadounidenses podrían sentir sus efectos antes de las fiestas. Productos electrónicos, juguetes y dispositivos tecnológicos se encarecerían significativamente, presionando la inflación justo en la temporada navideña.
El dilema político para Trump es evidente: mantener una postura firme contra China sin poner en riesgo la estabilidad doméstica. Según economistas consultados por medios financieros, las empresas ya absorbieron parte del costo de los aranceles anteriores, pero una duplicación de tarifas “sería imposible de sostener”.
Aun así, el presidente dejó abierta una puerta al diálogo: “Voy a estar allí de todos modos, así que supongo que podríamos tener la reunión”, dijo sobre el eventual encuentro con Xi Jinping. “Por eso fijé la fecha del 1 de noviembre... veremos qué ocurre”.
Mientras Washington y Pekín juegan su partida de poder, los mercados globales se mantienen en vilo. Las decisiones de ambos líderes no solo afectan índices bursátiles, sino también los precios de los recursos estratégicos, las cadenas tecnológicas y el humor político de cara a las elecciones estadounidenses de noviembre.
Cada paso en falso - advierte Juan Romero en Forbes - puede medirse en puntos bursátiles, toneladas de litio y, quizá, votos. En la guerra comercial más grande del siglo XXI, el reloj vuelve a correr.