Por Agroempresario.com
La economista y directora ejecutiva del Centro de Políticas Públicas (CPP) de la Universidad Torcuato Di Tella, Mariana Barrera, fue una de las voces más escuchadas durante el III Congreso Federal “Argentina Agrega Valor en Origen / Cumbre Mundial de la Bioeconomía”, organizado por Agroempresario.com el pasado 25 de agosto en el Hilton Hotel de Puerto Madero.
Con un tono didáctico y provocador, Barrera ofreció una charla que combinó datos, análisis económico y mirada estratégica sobre el presente y futuro de los recursos naturales en Argentina. Su frase central sintetizó el espíritu de su exposición:
“El problema no son los recursos. El desafío es cómo nos organizamos para explotarlos de manera sostenible e inclusiva.”
La conferencia de Barrera comenzó con una anécdota simple, pero reveladora. Contó que en un viaje reciente a Neuquén, pagó 8.000 pesos por un café, casi un 50% más caro que en la Ciudad de Buenos Aires.
“Ese café más caro no es casualidad —dijo—. Es una señal de que el boom petrolero de Vaca Muerta ya está en marcha”. A partir de esa observación cotidiana, Barrera introdujo un análisis sobre los efectos económicos y sociales de las economías extractivas. “Cuando una localidad vive un auge de recursos naturales, como ocurre con Vaca Muerta, se generan cambios visibles: aumentan los precios, crece la población, se masculiniza la estructura demográfica y aparecen nuevos desafíos sociales”, explicó.
Citó estudios internacionales que denominan este fenómeno como el “efecto silbato” o “efecto silla”, característico de las regiones donde los recursos naturales generan impactos territoriales profundos, tanto positivos como negativos.
Barrera retomó un concepto clásico de la economía del desarrollo: la “maldición de los recursos naturales”, una paradoja según la cual los países ricos en recursos suelen crecer menos y diversificarse poco.
“La riqueza en recursos no garantiza bienestar. A veces, lo que parece una bendición se convierte en una trampa”, advirtió.
Explicó que esta maldición se apoya en tres factores fundamentales:
“La volatilidad de los bienes asociados a recursos naturales es un 95% mayor que la del resto de los bienes de la economía”, precisó Barrera, citando estudios internacionales.
Argentina se encuentra en una etapa incipiente de explotación de sus recursos no convencionales, como el petróleo y gas de Vaca Muerta, y de sus minerales estratégicos, como el litio y el cobre.
“Tenemos más del 80% de Vaca Muerta aún sin explotar. Lo mismo ocurre con el litio y el cobre. Es una oportunidad enorme para definir qué país queremos ser”, sostuvo Barrera.
Sin embargo, advirtió que el tiempo es limitado: “Contamos con una ventana de 30 a 40 años de explotación intensiva. Si queremos que esta riqueza deje un legado, debemos actuar ya”.
La economista instó a aprender de la experiencia internacional, mencionando casos exitosos como Noruega, Canadá y el Reino Unido, que lograron aprovechar sus recursos sin caer en la trampa extractiva.
“El secreto de esos países fue diversificar sus economías y crear fondos soberanos para reinvertir la renta de los recursos en educación, ciencia y tecnología. No se trata de cuánto tenemos, sino de qué hacemos con lo que tenemos.”
Además de su rol académico, Mariana Barrera es productora de sidra en Villa Regina, Río Negro, en pleno Alto Valle del Río Negro, una de las principales regiones frutícolas del mundo. Esa doble perspectiva —académica y productiva— le permitió ofrecer un enfoque integral sobre la bioeconomía argentina.
“Yo vivo los desafíos de la producción todos los días. En el Alto Valle producimos la mejor pera Williams del mundo, pero no logramos exportarla con valor agregado. Es como si tuviéramos el Malbec de las peras y no supiéramos venderlo.”
Propuso imaginar una “Ruta de la Sidra” similar a la del vino en Mendoza o Napa Valley (Estados Unidos), que impulse el turismo, la innovación y la marca país.
“En Napa lograron que el valor de la tonelada de uva Merlot pasara de 300 a 10.000 dólares. Multiplicaron por 33 su valor agregado. ¿Por qué no podemos hacerlo nosotros con nuestras peras y manzanas?”, se preguntó.
Barrera insistió en que la explotación de recursos naturales debe ir acompañada de una estrategia de desarrollo territorial y social.
“No se trata de detener la explotación. La pregunta no es si debemos extraer litio o petróleo, sino cómo los usamos para construir un futuro sostenible e inclusivo.”
Propuso replicar experiencias internacionales de articulación público-privada, como la Permian Strategic Partnership de Texas, donde 20 empresas petroleras se asociaron con gobiernos locales y organizaciones civiles para invertir en infraestructura, educación, vivienda y capacitación laboral.
“Argentina puede y debe hacer algo similar. Es momento de pensar los recursos naturales como una palanca para la bioeconomía, no como un fin en sí mismo.”
Barrera destacó el trabajo del Centro de Políticas Públicas de la UTDT, desde donde se desarrollan investigaciones aplicadas para fortalecer la toma de decisiones basadas en evidencia.
El CPP trabaja actualmente en cuatro programas de investigación:
En este último eje se enmarca su participación en la Cumbre, donde presentó resultados de la Primera Encuesta Nacional de Adopción de Inteligencia Artificial en Individuos y Empresas, realizada junto a Fundar y el Observatorio PYME.
“Nuestra misión es generar conocimiento riguroso para mejorar las políticas públicas. Si queremos que la bioeconomía sea una política de Estado, necesitamos datos, evidencia y articulación institucional”, afirmó.
Uno de los momentos centrales de su presentación fue cuando conectó la bioeconomía —entendida como el aprovechamiento sostenible de los recursos biológicos— con los recursos naturales no renovables, como el litio y el gas.
“La bioeconomía y los recursos naturales no son opuestos. Son complementarios. Los ingresos del litio, el gas y el petróleo pueden financiar la transición hacia una economía basada en el conocimiento y la biotecnología”, expresó.
Barrera sostuvo que la bioeconomía argentina tiene bases sólidas en sus economías regionales, pero necesita políticas de largo plazo y coordinación entre provincias, universidades y empresas.
“Cada región del país puede aportar algo distinto: el norte con el litio, la Patagonia con la energía, el centro con la agricultura y la innovación. Pero necesitamos un proyecto común que conecte todo eso bajo una visión sostenible.”
A lo largo de su disertación, Barrera reiteró un concepto central: la diversificación económica es la única garantía de desarrollo sostenible. “Los países que dependen de un solo recurso se vuelven vulnerables. En cambio, los que invierten en educación, ciencia y tecnología construyen resiliencia”.
Destacó el papel de las universidades y centros de investigación argentinos en la formación de talento y la transferencia tecnológica hacia el sector productivo. “Tenemos un capital humano de enorme calidad. Si logramos que la ciencia dialogue con la producción, podemos liderar la bioeconomía de América Latina”.
En el cierre de su ponencia, Barrera fue enfática: “Esta es una oportunidad única. No tenemos que preguntarnos si explotamos o no los recursos, sino cómo los usamos para construir un futuro mejor.”
Subrayó que Argentina está frente a una encrucijada histórica, con la posibilidad de combinar su potencial energético con su capacidad agroindustrial y científica. “Si aprendemos de las experiencias exitosas y fortalecemos nuestras instituciones, podemos transformar el boom de los recursos en el punto de partida de una nueva era de desarrollo sostenible.”
El mensaje de Mariana Barrera en la Cumbre Mundial de la Bioeconomía fue claro y optimista: el verdadero recurso estratégico de la Argentina no está en el subsuelo, sino en su gente, su conocimiento y su capacidad de innovar. “La riqueza natural puede ser efímera. Pero si invertimos en educación, tecnología y diversificación, la prosperidad puede ser permanente”.
La bioeconomía, entendida como motor de transformación, se presenta así como la puerta de entrada a un modelo de país más equitativo, sostenible y competitivo, donde la ciencia, la producción y las políticas públicas caminen juntas hacia un mismo horizonte.