El emprendedor gastronómico Martín Zorreguieta reconstruye cómo desarrolló Tinto Bistró, el restaurante que se convirtió en un punto de referencia en Villa La Angostura, desde su llegada a la Patagonia en febrero de 2002, en un contexto de crisis nacional, hasta la consolidación del proyecto que hoy combina cocina de autor, coctelería y una fuerte conexión con el territorio. La información surge de una entrevista publicada por La Nación, donde el hermano de la reina Máxima de los Países Bajos repasa dos décadas de trabajo en la zona cordillerana.
Zorreguieta recuerda que aterrizó en la villa sin un plan definido, tras un viaje por Australia y en un país convulsionado. “Llegué en febrero de 2002, con una Argentina resentida después del estallido de la crisis”, señaló a La Nación. Esa llegada marcó el inicio de un camino profesional que no comenzó en la gastronomía patagónica, sino en tareas de mantenimiento, carpintería y oficios varios mientras buscaba un rumbo en su nueva vida.
La idea de abrir un restaurante no fue inmediata. En la entrevista, Zorreguieta explica que junto a su entorno más cercano tenía en mente un proyecto distinto: “Nos asociamos y quisimos poner un cibercafé”, contó. Sin embargo, la necesidad local y la experiencia previa del grupo en cocina los llevó a cambiar de dirección. “Nos dimos cuenta de que lo que teníamos que hacer era poner un restaurante”, indicó.
El nombre surgió de manera espontánea, en medio de charlas creativas con sus socios: “En una de esas charlas surgió el nombre Tinto (a todos nos gustaba mucho el vino). Le sumamos ‘Bistró’ para darle el aura de lugar chico, atendido por sus dueños, siempre con un plato del día y una barra importante”, explicó a La Nación.
Tinto abrió sus puertas el 9 de julio de 2002, en plena crisis económica. Pese al contexto, lograron instalar una propuesta que combinaba cocina más audaz —con influencias asiáticas y sabores picantes poco habituales entonces en la zona— y una fuerte apuesta por la coctelería. Zorreguieta reconoce que la exposición mediática vinculada al reciente casamiento de su hermana Máxima también fue un impulso inesperado: “Mi hermana Máxima se había casado y hay que ser sinceros: eso nos dio una publicidad enorme”, admitió.
Ese interés inicial, asegura, funcionó como una puerta de entrada, pero la permanencia dependió de la calidad del proyecto. “Eso te abre una puerta, pero se sostiene solo si lo que hacés funciona”, reflexionó.

Con el tiempo, el emprendimiento atravesó etapas de crecimiento y crisis. La estructura societaria original se modificó y Zorreguieta quedó a cargo del restaurante junto al chef Leandro Andrés durante más de una década. Ese período coincidió con la expansión hacia otros proyectos gastronómicos.
“En 2007 abrimos un restaurante en Cerro Bayo que se llamó 180”, recordó. Se trataba de un refugio ubicado en la cima del centro de esquí, un espacio atractivo pero complejo en términos logísticos: “Tener un restaurante arriba de la montaña es una aventura maravillosa, pero la logística es tremenda: sin gas natural, con leña, kerosene, garrafas, nieve…”, detalló.
Al año siguiente, el equipo abrió una sucursal de Tinto Bistró en Bariloche, dentro del Hotel Panamericano. La iniciativa duró hasta 2012 y estuvo marcada por crisis sucesivas: gripe aviar, gripe porcina, la crisis inmobiliaria global y la erupción del cordón del Caulle en 2011. Zorreguieta lo sintetizó con humor: “En Bariloche remamos en dulce de leche”, mencionó.
Mientras Bariloche sufría la caída abrupta del turismo, Villa La Angostura recibió apoyo provincial para sostener su actividad económica. Finalmente, la sucursal barilochense cerró, aunque el refugio de Cerro Bayo continuó funcionando hasta 2014.
Zorreguieta reconoce que su rol en Tinto cambió sustancialmente con los años. En los primeros tiempos era el encargado de prácticamente todas las tareas operativas: “Era el cantinero, el administrador, el cajero, el que iba a hacer las compras, el que hablaba con proveedores”, afirmó.
Con el avance del proyecto y su diversificación profesional, adoptó funciones más vinculadas al acompañamiento general del restaurante, la relación con agencias de turismo y la vinculación con clientes y grupos corporativos. Desde 2021 su participación accionaria se redujo, pero continúa como figura visible del bistró.
Su vínculo con el vino, sin embargo, se transformó en una segunda vocación. En 2013, el bodeguero Ernesto Catena lo invitó a sumarse a su proyecto: “Me propuso ser su Grand Ambassador en la Patagonia”, relató. Esa experiencia lo llevó a recorrer la región representando vinos orgánicos y biodinámicos, y luego a fundar su propia distribuidora, que hoy cuenta con operaciones en Bariloche y Villa La Angostura.
Consultado sobre la evolución del vino argentino, Zorreguieta describió un panorama amplio: “Ahora estamos en una etapa alucinante: vinos de lugar, más frescos, donde el terroir y el clima cuentan una historia propia”, destacó. Aun así, reconoció el impacto de la crisis reciente en el sector y la caída del consumo interno.

Durante años, su apellido estuvo asociado a la familia real neerlandesa. Sin embargo, el propio Zorreguieta sostiene que el tiempo y el trabajo cotidiano en la villa definieron una identidad distinta. “Al principio había curiosidad, por supuesto, pero después la vida sigue”, explicó. Más de dos décadas de trabajo en gastronomía, música, deporte y proyectos comunitarios consolidaron un lugar propio en la vida local.
Zorreguieta resume sus pasiones en tres pilares: la vida al aire libre, la música y el vino. “No me imagino viviendo en una gran ciudad otra vez”, afirmó sobre su vínculo con la montaña y el lago. También repasó su faceta artística, que comenzó en 2009 y continúa vigente con su actual banda: “Ahora un sexteto que, por ahora, se llama Six Pack”, comentó.

Respecto al futuro, no descarta nuevos rumbos profesionales ligados a la hotelería, aunque mantiene su intención de seguir conectado a la Patagonia: “Siempre vamos a tener un pie en Villa La Angostura”, aseguró.