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Del mandato familiar a una marca en expansión: la historia del emprendedor que creó Catapumba en silencio

Tras crecer con la prohibición de emprender, Fernando Vittar impulsó en secreto un gimnasio distinto y hoy expande su marca con franquicias

Del mandato familiar a una marca en expansión: la historia del emprendedor que creó Catapumba en silencio
viernes 28 de noviembre de 2025

La historia de Fernando Vittar tomó un giro decisivo cuando, en 2017, comenzó a desarrollar en silencio un proyecto que desafiaba la regla central que regía en su hogar: no emprender. La frase, instaurada por su madre tras la quiebra y el fallecimiento de su padre, condicionó durante años el camino profesional de la familia. Sin embargo, el impulso por crear un espacio distinto para la actividad física llevó a Vittar a construir Catapumba, una marca que hoy crece mediante franquicias y se consolidó como una alternativa para quienes buscan ejercitarse desde el disfrute más que desde el rendimiento.

La prohibición familiar surgió de una experiencia dolorosa. Su padre había sido empresario en distintos rubros —administración de campos, gestión de granjas y comercio de indumentaria—, pero una serie de juicios laborales lo llevó a perder la vivienda y a enfrentar un proceso que terminó en su quiebra. Poco después falleció a los 49 años. Para su madre, el mundo emprendedor se volvió sinónimo de riesgo e inestabilidad, y empujó a sus hijos a formarse y optar por empleos estables.

Vittar siguió ese camino. Se recibió de ingeniero en Sistemas, trabajó en empresas como Techint y Banco Santander, y construyó una carrera profesional que parecía confirmarlo como empleado de grandes corporaciones. Sin embargo, en paralelo buscó alternativas: intentó criar conejos, ofrecer servicios técnicos y desarrollar proyectos web. Ninguno prosperó. Las ideas aparecían, pero no lograban sostenerse.

El germen de Catapumba surgió un día común, durante su rutina de entrenamiento. Observó que muchas personas abandonaban el gimnasio por falta de acompañamiento y motivación. Ese detalle lo llevó a pensar en un espacio donde la experiencia estuviera asociada al bienestar emocional, a la música, al juego y a la energía colectiva. “Pensé en un lugar donde la actividad física fuera disfrute y no obligación”, recordó en distintas entrevistas.

Convencido de que la idea podía funcionar, decidió mantener el proyecto en secreto para evitar discusiones familiares. Sin capital propio, vendió su auto, pidió préstamos a amigos y familiares y avanzó con la condición de no revelar nada. Así comenzó la búsqueda de un espacio y la adaptación del primer local: una vieja cancha de pádel que requería una obra más compleja de lo previsto. Hubo retrasos, robos de materiales, contratistas que no cumplían y un presupuesto que se desbordaba. La inauguración, prevista para algunos meses, se demoró más de medio año.

Cuando finalmente abrió, el resultado fue frustrante: el local estaba vacío. Con empleados contratados y deudas que lo presionaban, la posibilidad de cerrar se volvió real. En ese momento tomó una decisión que marcó el rumbo: estudiar marketing y comunicación. Cambió el modo de contar la propuesta, dejó de centrarse en la estructura del gimnasio y comenzó a compartir historias reales de quienes lo frecuentaban. La estrategia funcionó y el boca a boca comenzó a acelerar el crecimiento.

Durante los primeros meses mantuvo su empleo en el banco y atendía Catapumba por las noches. Cuando el flujo de clientes comenzó a sostenerse, enfrentó un dilema: continuar con la seguridad laboral o apostar por completo a su proyecto. Decidió renunciar, pero no se lo contó a su familia. Conservó la rutina diaria para evitar preguntas: salía cada mañana como si siguiera empleado y trabajaba desde una estación de servicio, donde respondía mensajes, elaboraba campañas y planificaba la expansión.

El secreto se mantuvo hasta el día en que decidió conversar con su madre. “Renuncié”, le dijo. Ella reaccionó con preocupación, temerosa de que la historia de su padre se repitiera. Con el tiempo, al ver que el negocio funcionaba y que comenzaban a aparecer oportunidades de crecimiento, aceptó su decisión. La tensión inicial se transformó en apoyo.

A medida que la marca se expandía, surgieron también nuevos desafíos. Vittar recibió propuestas de asociación que, lejos de impulsar el proyecto, terminaron en pérdidas económicas y diferencias irreconciliables. Aprendió que la confianza debía estar respaldada por contratos claros, reglas precisas y un diagnóstico realista de las expectativas de cada parte. También enfrentó la decisión de cerrar un local que no era rentable, una medida que consideró necesaria para proteger la estabilidad de la empresa.

El avance parecía constante hasta 2020, cuando la pandemia frenó el movimiento en todo el sector. Junto a sus actuales socios, Paula y Pablo, había alquilado un local en Lanús para abrir una nueva sede. La obra quedó paralizada por las restricciones sanitarias y, mientras esperaban la reactivación, encontraron otro espacio más adecuado para desarrollar el concepto de la marca. La decisión implicó dejar atrás meses de trabajo e inversión. Aun así, eligieron seguir adelante. Vittar volvió a vender su auto para afrontar los gastos y reorientar la expansión hacia el nuevo punto, que terminó convirtiéndose en uno de los más importantes.

Con el tiempo, Catapumba consolidó un modelo basado en rutinas grupales, música, acompañamiento personalizado y un enfoque lúdico de la actividad física. Esa combinación generó una comunidad que impulsó el crecimiento orgánico y abrió la puerta al sistema de franquicias. Para Vittar, la clave estuvo en redefinir el sentido del ejercicio: no como un compromiso rígido, sino como un espacio de conexión social y bienestar emocional.

Hoy, la marca continúa su proceso de ampliación mientras enfrenta los desafíos propios de un negocio en expansión. El camino incluye la profesionalización de los equipos, la apertura de nuevos locales y la consolidación de un modelo replicable. Pero también mantiene el recuerdo del origen: la construcción silenciosa de un proyecto que nació como contradicción a una regla familiar, y que se transformó —tal como destacó iProfesional— en una historia de resiliencia, aprendizaje y crecimiento.



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