La familia Parra, originaria de Mercedes, decidió hace más de dos décadas transformar 37 hectáreas al pie de la Sierra de la Ventana en un viñedo, desafiando la tradición vitivinícola argentina. El proyecto familiar, que comenzó en el año 2000, busca no solo producir vinos y espumosos de calidad, sino también generar un espacio de unidad y recreación familiar, según relató Manuela Parra, socióloga y coordinadora del emprendimiento, en diálogo con Bichos de Campo.
El proyecto surgió tras años de experiencia de los padres de los hermanos Parra en agronomía y cultivos intensivos. “Papá comenzó a pensar en un viñedo, con la intención de nuclear a la familia en torno a un lindo proyecto común y, por si acaso se le cayeran otros proyectos de negocios”, recordó Manuela Parra. La elección de Saldungaray respondió al interés de innovar en una región no tradicional y al atractivo de un clima con abundante sol y bajas temperaturas, ideales para el desarrollo de diversas cepas.

Desde 2003, los Parra plantaron variedades como Malbec, Merlot, Tempranillo, Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc, Pinot Noir, Sauvignon Blanc y Chardonnay, logrando cosechas de alta calidad. En 2007 realizaron su primera vendimia y, al año siguiente, toda la familia decidió radicarse permanentemente en el campo para consolidar el proyecto.
La bodega Saldungaray, que inicialmente produjo 10.000 litros de vino, se expandió con los años hasta alcanzar una producción de 60.000 litros de vino y 8.000 litros de espumoso por año, abarcando 12 hectáreas de viñedo. En 2011 instalaron la primera champagnera de la provincia de Buenos Aires, aplicando el método tradicional “champenoise” para elaborar el Ventania Espumoso Extra Brut de Pinot Noir.
El proyecto combina producción y turismo: la familia Parra recibió turistas desde los primeros años, ofreciendo experiencias enoturísticas y servicios de vinificación a terceros. “Aunque la vitivinicultura no es un gran negocio, siempre buscamos entretenernos y estar muy unidos en torno a un bello proyecto”, explicó Manuela Parra. La bodega también ha permitido que pequeños productores de la región puedan destinar parcelas improductivas al vino o al enoturismo, incentivando nuevas inversiones en la zona.

El desarrollo del viñedo no estuvo exento de dificultades. La logística es más compleja que en regiones tradicionales como Mendoza o San Juan, y la provincia de Buenos Aires carecía de una cultura vitivinícola por décadas debido a la Ley 12.137 de 1934, que limitó la actividad. “Comenzamos a colocar carteles indicadores en las rutas para atraer turismo, pero era una lucha constante para que no nos los sacaran”, señaló Manuela Parra. Hoy, la señalética provincial ayuda a los visitantes a llegar, aunque el transporte de los vinos hacia Buenos Aires sigue siendo costoso por la limitada oferta de fletes.
Además, los heladas tardías y las enfermedades de la madera constituyen amenazas constantes para la producción. Gracias a la experiencia de los padres en fruticultura y arándanos, lograron manejar estos riesgos. Sin embargo, muchos otros productores intentaron reactivar la vitivinicultura en la zona y fracasaron por falta de conocimiento del suelo y del clima serrano. Los bichos de campo, como insectos del valle, forman parte del ecosistema que también exige cuidados y manejo de cultivos.
La intervención estatal ha contribuido a fortalecer la actividad. La provincia de Buenos Aires implementó la Ley del Vino Bonaerense y el Ministerio de Desarrollo Agrario asesora a quienes buscan emprender viñedos, ofreciendo capacitación técnica y facilitando la integración de productores a la cadena vitivinícola.
La familia Parra divide las tareas de manera estratégica: Facundo, agrónomo, se ocupó del desarrollo del viñedo; Joaquín, también agrónomo, maneja la parte enológica y administrativa; y Manuela coordina la administración general y el enoturismo. Este reparto permite mantener el proyecto sostenible y eficiente, a la vez que cumple con el objetivo original de mantener a la familia unida en torno a la producción.
El recorrido de los Parra incluye además una clara vocación por la innovación y la comunicación: crearon la línea de vinos Ventania, que incluye Malbec, Sauvignon Blanc-Chardonnay, Cabernet Franc y un Blend, bajo el lema “Un nuevo terroir. Un nuevo vino. Un vino de Buenos Aires”, dirigido a vinotecas y restaurantes de todo el país.
A pesar de los desafíos, la familia ve un futuro prometedor en la región. Manuela asegura que existen planes para ampliar la oferta de vinos y espumosos, explorando nuevas variedades y métodos de producción con prudencia y paso a paso. “El potencial es inmenso, pero seguimos con mucha cautela”, indicó. La apuesta al enoturismo también continúa siendo un eje central del proyecto, sumando visitantes que disfrutan del paisaje, la gastronomía local y la experiencia de conocer la elaboración del vino.
La bodega ha sido inspiración incluso para artistas: un cantante de tango y folklore dedicó hace algunos años un aire de cueca titulado “Vinito de Saldungaray”, destacando la identidad y el vínculo de la familia con el territorio.
El caso de los Parra en Saldungaray refleja cómo la combinación de experiencia agronómica, visión familiar y vocación turística puede generar un proyecto vitivinícola exitoso en regiones no tradicionales de Argentina. Más allá de la producción, la familia ha logrado consolidar un modelo de emprendimiento que integra innovación, turismo y preservación del vínculo familiar, marcando un precedente para futuras iniciativas en el sur bonaerense.