La historia de General Pacheco, en el partido de Tigre, no puede entenderse sin un edificio singular que todavía se alza como testigo del pasado: el castillo de El Talar de Pacheco. Construido en 1882, el inmueble fue mucho más que una residencia aristocrática. Fue el núcleo alrededor del cual se consolidó un poblado, se desarrolló infraestructura productiva y social, y se sentaron las bases de una ciudad que hoy forma parte del norte del conurbano bonaerense. La reconstrucción histórica de este proceso fue difundida recientemente por La Nación, a partir de investigaciones y testimonios locales.
El origen de esta historia se remonta varias décadas antes de la construcción del castillo. A partir de 1822, Ángel Pacheco, militar argentino, comenzó a adquirir tierras conocidas entonces como el Talar de López, una extensa zona rural dominada por montes de tala. Pacheco fue una figura relevante de su tiempo: integró el Ejército de los Andes bajo el mando de José de San Martín, fue cercano a Juan Manuel de Rosas y participó en campañas militares que marcaron el siglo XIX argentino. Con el paso de los años, se convirtió también en un importante estanciero, con miles de hectáreas bajo su control.

En esas tierras levantó su primera casa de campo, un casco modesto que luego sería ampliado con galerías, miradores y columnas. Ese edificio, que aún se conserva y hoy está declarado Monumento Histórico Nacional, fue el punto de partida de un proceso de ocupación y organización territorial. A su alrededor comenzaron a instalarse trabajadores, chacras productivas y caminos internos, dando forma a una estancia que superó rápidamente la lógica de una explotación rural aislada.
Tras la muerte de Ángel Pacheco en 1869, la propiedad pasó a manos de su hijo José Felipe Pacheco, quien impulsó una transformación decisiva. Su objetivo fue convertir El Talar en una “estancia modelo”, alineada con los parámetros productivos y sociales de la élite de la época. Un hito clave fue la llegada del ferrocarril a Campana en 1876, que mejoró la conectividad de la zona y permitió integrar ese territorio, hasta entonces rural y disperso, a los circuitos económicos del país. Aunque no tuvo estación propia, el nombre General Pacheco ya figuraba en los planos ferroviarios, un reconocimiento temprano del asentamiento en formación.
En 1882, José Felipe decidió construir el edificio que terminaría de consolidar el perfil del lugar: el castillo. Inspirado en modelos franceses que conoció durante un viaje a Europa, eligió un diseño de estilo ecléctico, con ladrillos a la vista y techos oscuros, que fue reproducido en la Argentina a partir de planos adquiridos en el exterior. El resultado fue una residencia imponente que se convirtió en centro social, político y cultural de la región. Allí se realizaron fiestas, recepciones y encuentros que convocaron a figuras destacadas de la dirigencia nacional y extranjera, entre ellas Julio Argentino Roca y el entonces presidente de Brasil, Campos Salles.

El desarrollo no se limitó al edificio principal. En 1886, la familia construyó una iglesia de estilo gótico, con materiales traídos de Italia, y encargó el diseño del parque al paisajista Carlos Thays. Fuentes ornamentales, senderos, una pileta rodeada por columnas y hasta un anfiteatro completaban un conjunto que funcionaba como una verdadera ciudad privada, con energía eléctrica propia y vínculos fluviales hacia San Fernando y Tigre.
Con el cambio de siglo, la estancia comenzó a abrirse progresivamente. Se arrendaron chacras a productores independientes, se mejoraron caminos y se fomentó el asentamiento permanente de familias que ya no dependían directamente de los Pacheco. No hubo un acto fundacional formal: la ciudad nació de manera gradual, impulsada por la actividad productiva, la infraestructura y la atracción que ejercía el casco de la estancia. En 1927, un primer loteo marcó el inicio de la urbanización sistemática del área.
La historia familiar, sin embargo, entró en una etapa de declive. Tras la muerte de José Agustín Pacheco en 1921 y luego de su hijo José Aquiles Pacheco en 1981, la propiedad quedó envuelta en problemas sucesorios y financieros. Finalmente, a comienzos de la década de 1990, las tierras fueron vendidas a un consorcio privado que desarrolló el barrio cerrado El Talar de Pacheco, integrando el castillo como casco histórico del emprendimiento.
La transformación generó debates y resistencias, pero también permitió la preservación de los edificios históricos, que de otro modo podrían haber quedado absorbidos o demolidos por la expansión urbana. Hoy, el castillo se mantiene en buen estado, aunque no cuenta con una protección patrimonial formal como museo. Funciona como símbolo identitario del barrio privado y solo abre al público en visitas guiadas limitadas, organizadas un par de veces al año.
Lejos de ser un atractivo turístico masivo, el castillo cumple una función más profunda: conectar a la comunidad con su historia. Para muchos vecinos de General Pacheco, representa el origen del lugar donde crecieron, trabajaron o celebraron fiestas populares. Su permanencia permite reconstruir un proceso histórico en el que una estancia, una familia y un edificio singular fueron decisivos para el surgimiento de una ciudad que hoy forma parte del entramado metropolitano bonaerense.
