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Después del éxito turístico que consolidaron los campos de tulipanes, la localidad patagónica de Trevelin, en la provincia de Chubut, redobla su apuesta por el turismo de naturaleza y experiencias sensoriales con el desarrollo de la mayor plantación de peonías del país, ubicada en un valle cordillerano con vistas directas a un glaciar. El proyecto busca extender la temporada de visitas, diversificar la oferta y posicionar al destino como un polo floral, cultural y gastronómico único en la Patagonia.
La iniciativa se despliega en el Valle Hermoso (Cwm Hyfryd), a pocos kilómetros del casco urbano, donde un parque de peonías se abre entre montañas, bosques y el denominado cordón de los galeses, con el glaciar cónico como telón de fondo. Según informó La Nación, el jardín abre sus puertas cada primavera, entre mediados de noviembre y diciembre, apenas finaliza la cosecha de tulipanes, y forma parte de una estrategia más amplia para dar continuidad al flujo turístico.
“La idea es extender la temporada con otras plantaciones. También estamos sembrando lavandas, que florecen en diciembre y enero, para darle continuidad a las visitas que llegan a este pueblo, conocido como el jardín de la provincia”, explicó Cintia Figueroa, secretaria de Turismo de Trevelin, en declaraciones citadas por La Nación. A esa propuesta se suma, incluso, un cultivo poco habitual en estas latitudes: el azafrán, cuya floración ocurre en otoño y convierte al lugar en el campo de producción más austral de la Argentina.
Las peonías, originarias de Asia, encontraron en este rincón de la cordillera un entorno excepcional. Allí se desarrolló el cultivo más grande del país, impulsado por Martín Sasaki, productor de origen japonés que hace más de una década experimenta con estas flores en la región. Primero lo hizo en un predio del INTA y luego avanzó con un campo propio con acceso turístico, sembrado frente a la cordillera y enmarcado por el paisaje glacial.
El parque, conocido como Taiyō, alberga unas 150.000 flores, equivalentes a cerca de 10.000 rizomas, distribuidos en poco más de una hectárea. Hay variedades blancas, fucsias y rosadas, con flores que alcanzan hasta 35 centímetros de diámetro y tallos de un metro de altura. Cada planta forma un arbusto frondoso que, durante la floración, transforma el valle en un escenario de fuerte impacto visual y aromático.
El desarrollo no se limita a la contemplación. Todo el pueblo se involucró en la iniciativa, que dio origen a una red de experiencias productivas, gastronómicas y culturales. Emprendedores locales elaboran velas, papel artesanal y tapices con pétalos de peonías, mientras que cocineros, sommeliers y productores regionales avanzaron en propuestas innovadoras como té, postres y bebidas fermentadas a partir de las flores.
Uno de los proyectos más destacados es Hanae, un fermento de peonías tipo Pet Nat, desarrollado por la cocinera Mariana Müller junto a su esposo Enrique Wolf, en asociación con la sommelier Paz Levinson y Gabriel Dvoskin, a partir de la producción floral de Sasaki. “Nunca se me hubiera ocurrido hacer vino de peonías. No existe en el planeta entero”, afirmó Sasaki, según consignó La Nación, al describir un producto que hoy se elabora exclusivamente en la Patagonia argentina.
La gastronomía local también incorporó las flores como ingrediente identitario. En Fonda Sur, la cocinera Paula Chiaradia creó una pavlova con pétalos de peonías y cítricos que ya se convirtió en uno de los platos más buscados de la temporada. A la par, la sommelier Estrella García desarrolló Haiku, un té blend elaborado con té blanco, frutas desecadas y pétalos de peonía, inspirado en los aromas efímeros de la floración.
El calendario de actividades se completa con ceremonias del té japonés, experiencias culturales celtas, recorridos guiados por los cultivos y propuestas gastronómicas temporales. Cada primavera, la especialista Malena Higashi realiza el ritual del Chadō, una ceremonia silenciosa que invita a la contemplación y a la conexión con el entorno floral, mientras que referentes de la tradición galesa suman experiencias en casas de té y jardines temáticos.
El impacto del proyecto se refleja también en el sector turístico. Alojamientos como Nawal Glamping ofrecen entradas al parque de peonías como beneficio para quienes se quedan más de dos noches durante la floración, mientras que bodegas como Nant y Fall incorporaron productos derivados de las flores en su oferta enoturística.
El caso de Trevelin muestra cómo un destino pequeño puede reconvertir su identidad turística a partir de la producción local, la innovación y el trabajo comunitario. Tras posicionarse a nivel nacional con los tulipanes, el pueblo ahora construye un relato más amplio, que combina naturaleza, agricultura, cultura y gastronomía, y que permite atraer visitantes en distintas épocas del año.
En un contexto donde los destinos buscan diferenciarse y extender las temporadas tradicionales, la experiencia de Trevelin aparece como un modelo de diversificación turística basada en el territorio, con flores que no solo embellecen el paisaje, sino que generan valor económico, identidad y proyección nacional.
