Del campo a la mesa: una pareja bonaerense recreó el turrón de Alicante en Argentina con máquinas propias

DAIREAUX, provincia de Buenos Aires. Una pareja de emprendedores bonaerenses logró desarrollar en Argentina un producto tradicionalmente importado: el turrón tipo Alicante. Se trata de Marcos Radnic y Daniela Bonomo, quienes desde 2013 transformaron una experiencia familiar, una plantación de almendros y una fuerte vocación emprendedora en una fábrica artesanal que diseña sus propias máquinas, produce con estándares internacionales y hoy distribuye en todo el país. La historia resulta relevante porque combina innovación productiva, agregado de valor en origen y economía regional, en un contexto donde ese tipo de iniciativas enfrenta fuertes desafíos.

Según informó La Nación, el origen del proyecto se remonta a una charla técnica del INTA en Daireaux sobre la posibilidad de cultivar almendros en la provincia de Buenos Aires. Radnic, ingeniero agrónomo, y su padre, Adrián, decidieron ensayar la experiencia en un campo familiar y en una quinta. Si bien el cultivo extensivo no prosperó por cuestiones climáticas, una parte de la plantación sobrevivió y abrió una pregunta clave: qué hacer con esa materia prima.

La respuesta surgió de un recuerdo familiar. En cada Navidad, el turrón de Alicante importado era un infaltable en la mesa. A partir de esa tradición, Radnic se propuso fabricar en el país un producto que casi no existía a nivel local. El desafío no era menor: no había recetas accesibles, ni tecnología disponible para producirlo en escala. Tras múltiples pruebas fallidas, investigaciones en internet y videos técnicos, logró dar con un punto crítico del proceso: la incorporación de agua en la cocción, un detalle que estabilizó la receta.

Con recursos limitados, el proyecto comenzó en el garage de su padre, con ollas adaptadas, revolvedores diseñados de manera casera y una producción inestable. La mejora de la calidad de la miel y el azúcar, junto con el aprendizaje técnico acumulado, permitió alcanzar mayor regularidad. Paralelamente, padre e hijo desarrollaron su primer tostador de almendras, construido íntegramente por ellos.

El emprendimiento tomó forma bajo el nombre La Simona, en homenaje a una sobrina recién nacida. En sus primeros años fue un proyecto complementario al trabajo rural de Radnic, con una producción limitada que se concentraba en las fiestas de fin de año. El salto decisivo llegó en 2016, cuando Radnic conoció en Buenos Aires a Daniela Bonomo, pastelera profesional formada en el IAG, quien un año después se mudó a Daireaux y asumió la gestión integral del negocio.

Con Bonomo al frente, la producción se multiplicó. De una primera venta de alrededor de 400 unidades, pasaron a 1.600, luego a 4.000, y el crecimiento se sostuvo de manera constante año tras año. La estrategia combinó foco en calidad, presentación, y una fuerte presencia comercial en ferias gastronómicas y locales especializados.

El crecimiento también implicó nuevos desafíos productivos. La demanda superó la capacidad de abastecimiento de los almendros propios, por lo que comenzaron a comprar materia prima en General Roca, Río Negro. Además, el desarrollo de nuevas presentaciones, como las barras de turrón cortadas, exigió tecnología inexistente en el mercado local.

La solución volvió a ser la misma: diseñar las máquinas. Tras intentar encargar una cortadora a un proveedor externo —experiencia que terminó en una estafa y una pérdida económica significativa—, el equipo optó por avanzar de manera autónoma. Probaron adaptar equipos industriales, descartaron opciones por motivos de seguridad y, finalmente, Radnic desarrolló desde cero una máquina cortadora, construida junto a un herrero local.

Ese proceso, largo y costoso, permitió lanzar recientemente barras de turrón de almendra, maní y pistacho, y avanzar en pruebas para nuevas variedades como avellana, que aún presenta dificultades técnicas a escala industrial. “Cuando trabajás con volúmenes grandes, los procesos no se comportan igual que en una cocina doméstica”, explican desde la empresa, donde el método de prueba y error sigue siendo parte central del desarrollo.

Hoy, La Simona funciona en una planta habilitada, con procesos estandarizados y una red de comercialización que cubre distintas provincias. Mientras Radnic continúa involucrado en el diseño técnico y productivo, Bonomo concentra su trabajo en la gestión comercial, la relación con clientes y la presencia en ferias, un rol clave para posicionar la marca.

El caso refleja una tendencia creciente en pequeñas y medianas economías regionales: la creación de productos con valor agregado, identidad local y proyección nacional, incluso en segmentos tradicionalmente dominados por importaciones. Con recursos propios, conocimiento técnico y perseverancia, la pareja logró instalar un producto de calidad internacional hecho íntegramente en Argentina.