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La dificultad para conseguir un ingrediente esencial de la cocina coreana fue el punto de partida de un proyecto agroindustrial que hoy combina inmigración, tecnología, gastronomía y producción agrícola. Víctor Ho, ingeniero formado en la Argentina y empresario de origen coreano, transformó la escasez de ají rojo molido coreano (gochugaru) en una oportunidad productiva: creó una empresa que cultiva, procesa y comercializa ese insumo en el país, con la mira puesta tanto en el mercado local como en la exportación. La historia fue reconstruida a partir de testimonios y datos publicados por La Nación.
Ho llegó a la Argentina a fines de la década de 1970, cuando tenía 13 años, junto a sus padres y su hermano. La familia se instaló en Buenos Aires, buscando un futuro más estable. El proceso de adaptación no fue sencillo: no hablaba español, cambió su nombre original —Dong Hee Oh— por Víctor y atravesó las dificultades habituales de muchos inmigrantes. “Lo único que sabía de la Argentina, por la escuela, es que había muchas vacas”, recordó en diálogo con el medio.
Formado en una cultura de fuerte competencia, Ho canalizó ese impulso en la educación y la tecnología. Estudió ingeniería en el Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA) y desarrolló una extensa carrera en el sector de las telecomunicaciones. Trabajó en empresas como Telecom Argentina y CTI —hoy Claro—, y llegó a ocupar cargos regionales en Impsat, la histórica firma fundada por Enrique Pescarmona. Más tarde, creó su propia consultora, orientada a vincular negocios entre América Latina y Corea.
En paralelo a su carrera corporativa, una decisión familiar lo acercó al mundo gastronómico. Ante las restricciones a las importaciones que afectaron a pequeños comercios, su madre propuso abrir un restaurante coreano. El proyecto se concretó en 2012 en el barrio de Flores, corazón de la comunidad coreana porteña. El local, llamado Una canción coreana, fue pensado como un espacio abierto a todo público, no solo a la colectividad.
El restaurante creció al ritmo del interés por la cultura coreana en la Argentina. Ese fenómeno derivó incluso en un programa de televisión y en una mayor visibilidad de la gastronomía asiática. Sin embargo, el éxito también dejó en evidencia un problema estructural: la falta de gochugaru, un ingrediente central de la cocina coreana.
“Todos los años era una lucha para asegurar la cantidad necesaria”, explicó Ho. El ají molido no solo era escaso para los restaurantes, sino también para la comunidad y para los consumidores argentinos que empezaban a cocinar platos coreanos en sus casas. El restaurante demandaba alrededor de 500 kilos anuales, en un mercado con pocos proveedores locales y altos costos.
Esa dificultad se transformó en el motor de un nuevo emprendimiento. En 2022, Ho decidió crear su propia empresa productora de ají rojo coreano, bajo la marca Picor. Para hacerlo, firmó un acuerdo con la firma coreana Nongwoo Bio, que aportó semillas híbridas y capacitación técnica.
La producción se instaló en Salta, donde el clima y la disponibilidad de tierras resultaron adecuados. La inversión inicial rondó los US$100.000, con un costo de semillas cercano a US$5000 por hectárea, uno de los principales componentes de la estructura productiva. En 2025, la empresa alcanzó su tercera cosecha, con una producción estimada de 6000 kilos.
El plan de negocio prioriza el abastecimiento del mercado interno, enfocado en restaurantes coreanos y supermercados étnicos. Para ampliar el alcance, la firma lanzó presentaciones de 250 y 500 gramos, pensadas para el consumidor final.
Según datos de la empresa, en Corea del Sur la producción de ají molido alcanza unas 20.000 toneladas anuales, con un mercado valuado en US$93 millones. En la Argentina, el segmento supera los US$2 millones, mientras que en América del Sur ronda los US$10 millones.
El siguiente paso es la exportación. Estados Unidos aparece como destino natural, impulsado por el crecimiento global de la cultura coreana. La firma proyecta enviar una carga de prueba de entre 1000 y 1500 kilos, y no descarta expandirse a países limítrofes. “Si va bien, apuntamos a crecer y pasar de cinco a 25 hectáreas”, explicó Ho, quien destacó que muchos productores salteños buscan alternativas al tabaco.
El contexto macroeconómico suma desafíos. El aumento de costos laborales y las tensiones comerciales internacionales afectan la competitividad, aunque el emprendedor se muestra cautamente optimista. El objetivo es consolidar primero la operación local y luego escalar.
La historia de Víctor Ho refleja un recorrido poco habitual: de la ingeniería a la gastronomía y de allí a la agroindustria, siempre a partir de detectar una necesidad concreta. Un proyecto que nació para resolver un problema de abastecimiento hoy apunta a insertarse en un mercado regional y global, combinando saber técnico, identidad cultural y producción local.
