Aunque se considere a Mendoza como la capital del vino argentino, la vitivinicultura del norte de nuestro país, especialmente de las provincias de Salta, Tucumán y Catamarca, merece ser destacada.
La sommelier Andrea Maset, capacitadora en el Departamento de Capacitación y Formación Profesional de la Federación Empresaria Hotelera Gastronómica de la República Argentina (FEHGRA), explicó que los primeros viñedos “obedecieron a la misión jesuítica de evangelizar, ya que no podía haber liturgia sin vino. De esta manera, la vid conoce nuestro suelo para hoy escribir casi cinco siglos de historia, sin más ambiciones por parte del hombre que las de obtener un fermento honesto que se dejara beber de a sorbos”.
Aunque hay pocos registros de aquella época, está claro que esa producción primitiva sentó las bases para el desarrollo de la actividad vitivinícola. En ese sentido, Maset señaló que “el terruño fue generoso, abrazador y paciente”, aunque no por eso menos hostil, a la vez que remarcó que indudablemente eso dio origen a la cepa insignia del norte argentino: el Torrontés.
Entre bosques nativos –algunos atravesados por ríos–, salinas blancas, montañas y llanuras, el cultivo de vides en el noroeste argentino está caracterizado por la adversidad, las altitudes de más de 1.700 metros sobre el nivel del mar, suelos arenosos y un clima dual con pocas precipitaciones.
¿Cuáles son las variedades más destacadas? Torrontés, tannat, semillón, syrah, cabernet sauvignon y malbec.
¿Los mejores maridajes? Sean tintos o blancos, estos vinos del norte del país maridan a la perfección prácticamente con cualquier comida, desde empanadas de carne salteñas y tamales hasta con dulce de cayote.