Ambiente Sustentable / Biodiversidad

Koalas: las consecuencias de su casi extinción ponen al planeta en alerta

La especie es vital para el medio ambiente no solo por sus genes desintoxicantes que les permiten comer plantas tóxicas, sino por el papel que juegan en la prevención de pequeños incendios

Koalas: las consecuencias de su casi extinción ponen al planeta en alerta
jueves 13 de febrero de 2020
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os koalas son conocidos por ser perezosos porque son animales lentos y durante su vida no hacen mucho más que estar abrazados a un árbol y comer. Cualquiera hubiese esperado que ante el fuego desatado en Australia tomasen una conducta diferente, una huida veloz, un movimiento brusco o un salto que les permitiera resguardarse, pero a pesar de que las llamas ya alcanzaban su cuerpo, el koala seguía lentamente tratando de treparse a un árbol; es decir, hacía todo lo que su instinto le indicaba que debía hacer ante la presencia de un depredador. No obstante, éste no era cualquier depredador: era uno increíblemente rápido, abrumador, mortal y nunca antes visto.

Una mujer llamada Toni Doherty vio lo que le deparaba a aquel koala y, sin pensarlo, se lanzó entre el fuego que ardía por todos los frentes, sin protección alguna, para ir a su rescate. Se quitó la remera, lo bajó del árbol y lo envolvió con su prenda para alejarlo del peligro. Luego, comenzó a rociarlo con agua para aliviar su ya quemado pelaje. El mundo se conmovió ante esas imágenes que se viralizaron por todo el mundo y que dejaron a todos perplejos y enormemente alarmados.

El marsupial, apodado Lewis por su propia heroína, fue derivado a un hospital especializado en koalas a unos 450 kilómetros de la ciudad de Sídney. Si bien recibió tratamiento inmediato, sus quemaduras empeoraron y finalmente se decidió dormirlo. Un destino más compasivo que el de millones de otros de su especie que permanecieron en los incendios. La intervención humana había logrado salvar a Lewis, pero, en definitiva, también fue la intervención humana la que lo puso en esa situación en primer lugar.

Luego de los devastadores incendios desatados en Australia, producto de una época de sequía extrema y el cambio climático, el profesor Christopher Dickman, de la Universidad de Sidney, estima que más de mil millones de animales perdieron la vida, entre los que se cuentan miles de koalas.

La situación para la especie es trágica, pues ya estaban críticamente amenazados. Según los cálculos, casi un millón de koalas murieron solo en el norte de Nueva Gales del Sur, y cerca del 30% de su hábitat en el norte del estado fue afectado.

Además, Australia sufre una crisis de biodiversidad que viene afectando al país desde hace décadas, registrando el mayor índice de extinción de mamíferos en el mundo. Hechos como estos solo aceleran el proceso para otras especies.

Sin embargo, ¿qué significa para nosotros escuchar cifras como: 27.000 especies de animales y plantas marchan hacia su extinción inevitable cada año? O quizás sirva traducirlo a otro número: 74 especies por día, 3 por hora. ¿Funciona?

“Estas cifras no conforman un lenguaje adecuado para despertar nuestra conciencia. Su constante difusión en los medios no ha servido hasta el momento para generar un cambio de conducta de los seres humanos en su relación con la naturaleza, probablemente porque las magnitudes son tan avasallantes que generan un rechazo automático”, dice Luis Castelli, director ejecutivo de Fundación Naturaleza para el Futuro.

 

Década de restauración

La Organización de Naciones Unidas (ONU) declaró el período del 2020 al 2030 como la década de la restauración de ambientes. Y es que el daño es tan grande que no alcanza con solo cuidar lo poco que nos queda, porque eso ya está degradado. Lamentablemente, los datos son desalentadores por todos lados. Según la ONU, casi un tercio del planeta tendrá que ser protegido para 2030 y la contaminación deberá reducirse a la mitad para salvar la biodiversidad que nos queda.

Una de las frases de Greta Thunberg que más resonó cuando habló en el Parlamento Europeo en abril de 2019 fue: “El ritmo de extinción es 10.000 veces más rápido de lo normal”. Y no son solo palabras de una chica. Según un reporte elaborado por 130 países miembros de la plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (Ipbes), la naturaleza está en un declive más elevado que el promedio de los últimos 10 millones de años.

La Tierra ha conocido cinco grandes extinciones a causa de catástrofes naturales. La que todos conocen es la última, en la cual se extinguieron los dinosaurios hace 65 millones de años. Sin embargo, la que ya ha comenzado, la que deja muestras explícitas para los ojos de todo el mundo y la que nos tiene a los seres humanos dentro de las especies en peligro, no será con asteroides de tamaños descomunales precipitándose por los cielos, sino que será de la mano de la sobreexplotación de los recursos naturales y de la contaminación de los océanos; de los megaincendios cada vez más frecuentes, como el del Amazonas y el de Australia; y, en definitiva, de la mano del cambio climático.

“1,25 mil millones de animales, entre aves, mamíferos, reptiles, han muerto o han sido afectados por los incendios en Australia; esto sin contar los insectos y crustáceos de los suelos, que multiplicarán esta cifra”, señala Manuel Jaramillo, director general de Fundación Vida Silvestre.

“Los gases de efecto invernadero estaban almacenados en los árboles y ahora, al quemarse, se liberan a la atmósfera, alimentando un tremendo proceso de calentamiento global que, está claramente demostrado, se está cumpliendo según los pronósticos de investigaciones de hace 30 años más o menos, y que está desatando estos incendios descomunales”, agrega.

Ley de causa y efecto, aunque, en este contexto, se habla también de un círculo vicioso: la pérdida de biodiversidad alimenta la crisis climática y ésta, a su vez, provoca una crisis de biodiversidad. Como denominador común, el principal depredador de este escenario es el actual sistema de producción que atenta contra todas las formas de vida, incluso la nuestra. Los desastres naturales de los cuales la civilización está siendo testigo en los últimos años no son más que la evidencia de la ruptura del equilibrio ecosistémico, de cómo el ingreso de un agente externo (la intervención humana) puede alterar un aparato que funcionaba a la perfección. ¿Las víctimas? Las especies, los animales, los insectos, las plantas y nosotros mismos.

Australia no es más que un pedacito de lo que ocurre a nivel planetario, en donde estamos básicamente arrasando con nuestro sustento de vida. “Llevará meses, quizás años, saber el estado real en que han quedado las especies más amenazadas que necesitarán ser protegidas o recuperadas para salvarlas de la extinción”, asegura el director de Vida Silvestre.

“La causa principal de la crisis de extinción de especies es la degradación y pérdida de hábitats, que afecta a 9 de cada 10 especies amenazadas”, indica Castelli. “Cada año se pierden unas 15 millones de hectáreas de bosque en el planeta, y la mayor parte de esa pérdida ocurre en los bosques tropicales, donde se identifican los más altos niveles de biodiversidad. No obstante, el consenso reinante es que no hay nada en esa clase de incidentes que sugiera que nuestro modo de vida está amenazado. No nos damos cuenta de que lo que le pasa al planeta nos pasa a nosotros; somos testigos de esta autodestrucción sin percibirlo, como si los seres humanos pertenecieran a un orden distinto que el resto del mundo real”, añade.

Tal y como ocurrió con el koala, una especie que ya estaba críticamente amenazada gracias a la pérdida de su hábitat. Históricamente, los koalas hicieron su dieta dependiente del árbol de eucaliptus. La cantidad de ejemplares de esta especie era abundante hasta la llegada de los primeros europeos a Australia. A medida que comenzó la deforestación de la mano de los primeros colonos en aquellas tierras salvajes y exóticas para convertirlas en tierras aptas para el cultivo, empezó la pérdida de hábitat de los koalas y de muchos otros animales. Esto sumado a que, además, los colonos posicionaron la piel del koala como un bien codiciado y comenzaron a comercializarla.

Así, para 1930, millones de estos animales fueron exterminados, llevando a la especie al borde del peligro de extinción. Afortunadamente, la indignación popular empujó a los gobiernos a declarar al koala como especie protegida hacia fines de esa década. Sin embargo, ninguna ley protegía a los árboles que eran la principal fuente de alimento; hasta el día de hoy, esto no ocurre.

 

Protagonistas del caos

“Somos la especie animal dominante del planeta; somos la que hemos colonizado todos los espacios desplazando a otros animales”, dice Jaramillo.

“Por otro lugar, muchas especies controlan procesos ecológicos que son centrales para las dinámicas naturales. Sin algunas de estas especies, no hay reproducción de los bosques, porque no hay dispersión de las semillas, porque no hay polinización ni control de especies que se transforman en invasoras. Y si no hay bosques, no hay fábricas de oxígeno ni almacenes de carbono”, agrega.

Castelli lo explica desde el punto de vista ecosistémico. “Desconocemos que cada especie es una venta abierta a la totalidad, a la naturaleza, y que todas ellas viven entrelazadas entre sí conformando los ecosistemas sobre los que depende nuestra vida de una manera que ignoramos, porque cada una de ellas es una obra maestra de evolución de miles de millones de años”, señala el director ejecutivo de Fundación Vida Silvestre. “Están perdiéndose los recursos que estas especies podrían brindar. Basta mencionar que varias plantas, hongos y bacterias, en apariencia no valiosas, constituyen la fuente de productos medicinales esenciales. Por dar solo unos muy pocos ejemplos de la potencialidad de la biodiversidad como fuente de medicinas: la penicilina es un antibiótico que encuentra su origen en un hongo; la morfina es una droga extraída de la amapola blanca que ayuda a aliviar el dolor; la aspirina se obtiene de la corteza del sauce y se utiliza como analgésico; la quinina se extrae de la corteza de la quina con el fin de combatir el paludismo; la ciclosporina resulta de un hongo y se utiliza en los trasplantes para evitar el rechazo en los injertos; y la vinca de Madagascar se emplea para el tratamiento de la leucemia”, explica.

Lo mismo sucede con el koala. Más allá de una cuestión de simpatía o conexión simbólica que tenga con la gente, es importante su conservación. Tiene que ver con estudios recientes elaborados por el Instituto de Investigaciones del Museo Australiano y la Universidad de Sydney. Un equipo de científicos australianos ha secuenciado el genoma del koala y su descubrimiento es único, ya que la investigación reveló una expansión de las familias de genes relacionadas con la enzimas desintoxicantes, que es lo que permite a los koalas alimentarse de hojas de eucalipto ricas en compuestos fenólicos, es decir, tóxicas, y que normalmente matarían a la mayoría de los mamíferos que las comieran. Estos genes se expresaban en muchos órganos del koala, particularmente en el hígado, lo que indica que tienen una función muy importante en la desintoxicación.

Paradójicamente, los koalas también cumplen un rol importante en la prevención de incendios. “Cuando la población es muy grande, el impacto que tienen comiendo hojas de eucalipto es bastante grande. Justamente, uno de los roles que tienen los koalas es reducir el volumen de material combustible y, por consiguiente, hacen que haya menos fuego”, indica Sebastián Di Martino, director de Conservación de Rewilding Argentina, para The Conservation Land Trust.

“También, al comer tantas hojas, limpian la cobertura vegetal del bosque. El sol llega más al suelo y eso permite el crecimiento de otras plantas. A través de la materia fecal, transforman ese material vegetal en nutrientes que van al suelo”, añade el especialista.

Cada especie, cada organismo, desde un mamífero hasta una planta o insecto, cumple un rol predefinido en el gran conjunto armónico de la biodiversidad que integra la naturaleza. Y es más que evidente que el ser humano necesita a la naturaleza para su supervivencia y no al revés. No somos testigos de esta gran crisis de extinción: somos protagonistas.

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