Brasil genera casi 80 millones de toneladas de residuos sólidos urbanos por año, cantidad suficiente para llenar 2.000 estadios del Maracaná con lo que solemos llamar basura.
Son restos de alimentos y plantas, cartón, vidrio, plástico, metales, ropa y calzado, productos eléctricos y electrónicos, lámparas y medicamentos.
Materiales que utilizaron recursos naturales, trabajo y energía para ser producidos y transportados y que, en su mayoría, terminan bajo tierra, en vertederos sanitarios, después de años o de pocos minutos de uso.
El desecho parece una solución inevitable. Pero los residuos embolsados que desaparecen de las escaleras de los edificios y de las aceras inician una trayectoria larga, invisible y muy costosa: recolección, transporte, clasificación y disposición en vertederos.
En 2020, estos costos directos consumieron R$ 30,5 mil millones, mayoritariamente recursos públicos municipales. En Brasil, solo el 4% de los residuos recolectados se reciclan, según datos oficiales.
Además, la descomposición descontrolada de residuos emite metano, un potente gas de efecto invernadero responsable de parte del calentamiento global.
El impacto de todas estas fallas en la gestión de residuos, sumados los costos ambientales y climáticos de la contaminación con los respectivos daños a la biodiversidad y a la salud humana, fue del orden de R$ 97 mil millones (US$ 18 mil millones) en 2020.
Los datos son de un estudio de la consultora S2F Partners con cálculos del grupo GMWO2024, responsable del análisis de datos del informe Global Waste Management Outlook 2024, lanzado a principios de este año por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.
Folha de S. Paulo