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Por Agroempresario.com
El Alto Valle de Río Negro, históricamente conocido por la producción de peras y manzanas, atraviesa una profunda transformación. La región está adoptando nuevos cultivos como alfalfa, maíz, lúpulo y frutos secos, aprovechando las oportunidades que ofrece la diversificación. Esta transición se da en un contexto de cambio climático, desafíos macroeconómicos y la búsqueda de una mayor rentabilidad agrícola.
La región ha sido un referente global en la producción de frutales de pepita, pero en la última década perdió más del 40% de su superficie destinada a estos cultivos. De 55.000 hectáreas productivas de peras y manzanas, hoy quedan 32.000. Facundo Fernández, secretario de Fruticultura de Río Negro, atribuye esta disminución a la falta de incorporación tecnológica y a condiciones cambiantes del mercado global.
“Enfrentamos la competencia de países como Sudáfrica, Nueva Zelanda y Chile, que avanzaron con innovación para proteger sus cultivos de heladas y granizo. Incorporaron riego por aspersión y mallas antigranizo, lo que les permitió mantener cosechas constantes y aumentar los rendimientos por hectárea”, explica Fernández.
En contraste, la falta de acceso a crédito y maquinaria actualizada afectó a los productores locales. Esta situación también generó una crisis generacional: muchas familias abandonaron la fruticultura en favor de otras actividades económicas, lo que resultó en la desconcentración de las superficies productivas.
La pérdida de superficie destinada a peras y manzanas ha dado lugar a un crecimiento exponencial de cultivos alternativos. Entre ellos destacan la alfalfa, el maíz, el lúpulo, las cerezas y los frutos secos. Según Fernández, “Río Negro tiene un gran potencial con 400.000 hectáreas aptas para la producción de alfalfa bajo riego, especialmente para exportación, gracias a las largas horas de luz disponibles en la región”.
El sector ganadero también muestra un crecimiento significativo: la faena bovina aumentó un 50% en el último año, reforzando la tendencia hacia una producción integrada y diversificada. Además, la incorporación de nuevas tecnologías permite que algunos productores tradicionales mantengan su rentabilidad a pesar de la reducción de hectáreas cultivadas.
A pesar de que la fruticultura sigue siendo rentable, el volumen exportable se ha reducido en los últimos años. En el caso de la pera, las exportaciones cayeron un 30%, no solo por la pérdida de superficie sino también por la falta de tecnificación en las chacras. Esto ha impulsado a las empresas familiares a comercializar sus propias frutas, reduciendo la dependencia de grandes intermediarios exportadores.
“Las hectáreas que antes se dedicaban a frutales hoy se destinan a cebolla, alfalfa o lúpulo, lo que refleja el cambio en las demandas del mercado y la adaptación del Alto Valle”, comenta Fernández. En solo un año, se incorporaron 8000 nuevas hectáreas de cebolla, impulsadas por la llegada de productores de Buenos Aires y La Pampa, atraídos por las condiciones climáticas y la disponibilidad de agua.
El desafío actual para el Alto Valle es lograr una producción eficiente e integrada que maximice el uso de los recursos disponibles. “Si bien podría pensarse en recuperar algunas hectáreas para frutales, la tendencia global muestra una disminución del consumo de pera, lo que hace más atractivo desarrollar cultivos como el lúpulo o frutos secos”, afirma Fernández.
El proceso de transformación del Alto Valle refleja la búsqueda de una agricultura más diversificada y resiliente, que aprovecha las ventajas de la región y responde a las demandas del mercado global. Aunque las peras y manzanas siguen siendo parte de la identidad de la región, el futuro está marcado por una combinación de innovación, eficiencia y nuevos horizontes productivos.
