Por Agroempresario.com
En los últimos años, los drones han emergido como una herramienta innovadora en la aplicación de fitosanitarios, transformando el panorama de la pulverización agrícola. Su capacidad para operar en áreas de difícil acceso y en cultivos pequeños ha incrementado su adopción, generando un debate sobre si su comportamiento se asemeja más al de la pulverización aérea tradicional o a la terrestre.
Aunque los drones incorporan elementos de ambos tipos de aplicación, su funcionamiento y desempeño dependen de varios factores, como la altura de vuelo, la velocidad, la cobertura y la distribución del producto. Para entender cómo se comportan los drones, es esencial analizar estos aspectos y cómo se configuran en cada operación.
Uno de los factores más diferenciadores entre un drone y un pulverizador terrestre es la altura a la que operan. Los pulverizadores terrestres suelen aplicar el producto directamente a nivel de cultivo, a una distancia de entre 50 cm y 1 metro sobre el objetivo. En cambio, los drones trabajan a alturas que varían entre los 2 y 4 metros, lo que los acerca más a la pulverización aérea. Sin embargo, a diferencia de los aviones, los drones pueden ajustar su altura y velocidad de manera precisa, lo que les da una ventaja adicional al adaptarse a condiciones variables del terreno y los cultivos.
“El drone ofrece una mayor flexibilidad y control respecto a la altura de aplicación, lo que permite ajustarse mejor a situaciones específicas de cada campo”, señala Juan Molina, especialista en calibración de equipos de pulverización. Esto les otorga una capacidad que supera a la de los pulverizadores terrestres, que están limitados en su rango de movimiento.
Otra característica que diferencia a los drones es el flujo de aire descendente generado por sus hélices, conocido como downwash. Este flujo tiene efectos similares al de los aviones, que también crean turbulencias para facilitar la penetración del producto en el follaje. Sin embargo, la magnitud del impacto en la distribución del producto es distinta. Los aviones generan un flujo de aire mucho más grande, que cubre un área más extensa a mayor velocidad, mientras que el flujo generado por los drones es más concentrado y específico.
Este flujo de aire contribuye a una distribución uniforme del producto, pero también puede generar turbulencias que afecten la eficiencia de la aplicación si no se calibra adecuadamente. En comparación, los pulverizadores terrestres no generan este tipo de turbulencia, sino que dependen del tamaño de las gotas y la presión para lograr una distribución adecuada en las plantas.
En términos de volumen aplicado, los drones se comportan de manera más similar a los aviones que a los pulverizadores terrestres. Los drones operan con volúmenes de entre 5 y 20 litros por hectárea (L/ha), lo que es comparable a la aplicación aérea. En cambio, los pulverizadores terrestres suelen trabajar con volúmenes más altos, entre 20 y 30 L/ha en cultivos típicos de Argentina, lo que les permite obtener una penetración mayor en el follaje denso.
A pesar de trabajar con volúmenes más bajos, los drones pueden ofrecer una cobertura precisa y eficiente si se calibran correctamente. “Cuando un drone está bien calibrado, su eficiencia en la cobertura es comparable a la de un avión, pero con la ventaja de poder operar en áreas más pequeñas y específicas”, asegura Molina.
Para que los drones sean una herramienta eficaz en la protección de cultivos, es fundamental que sean calibrados correctamente. La altura de vuelo, el tamaño de las gotas y la velocidad de operación deben ajustarse a las condiciones del cultivo y el clima. Es crucial evitar que las gotas sean demasiado pequeñas, lo que podría generar deriva y afectar la eficacia de la aplicación.
Además, las condiciones climáticas juegan un papel fundamental en la efectividad de la pulverización. Aunque los drones pueden operar con vientos moderados, la dirección y la velocidad del viento deben ser monitoreadas cuidadosamente para evitar que el producto sea desplazado fuera del área objetivo.
Los drones ofrecen varias ventajas sobre los métodos tradicionales de pulverización, como una mayor precisión en áreas pequeñas, la capacidad de operar a menor costo en cultivos de difícil acceso y la flexibilidad para ajustar parámetros operativos en tiempo real. También eliminan la necesidad de grandes equipos y maquinaria pesada, lo que reduce los costos operativos.
Sin embargo, los drones también enfrentan desafíos, como limitaciones en la capacidad de carga, la duración de las baterías y la necesidad de contar con operadores altamente capacitados para asegurar una calibración adecuada. La efectividad de un drone depende en gran medida de su configuración y de las condiciones en las que se opera, lo que exige un enfoque técnico y detallado.
A medida que la tecnología de los drones sigue avanzando, se espera que su uso en la pulverización de fitosanitarios continúe creciendo. Los drones tienen el potencial de combinar lo mejor de la aplicación aérea y terrestre, adaptándose a las necesidades específicas de los productores y mejorando la eficiencia y precisión de las aplicaciones.
El reto para los agricultores será capacitar a los operadores, optimizar los procesos de calibración y tener en cuenta las condiciones climáticas y del terreno para maximizar la efectividad de los drones. Con el tiempo, los drones pueden convertirse en una herramienta indispensable en la agricultura de precisión, mejorando la protección de los cultivos y contribuyendo a la sostenibilidad del sector.