Por Agroempresario.com
En el corazón del interior de Córdoba, a 170 kilómetros de la ciudad capital, se encuentra un pueblo que se resiste a caer en el olvido. Cañada Honda, hoy un pueblo fantasma, revive dos veces al año, gracias al esfuerzo de sus vecinos y a la pasión por rescatar su historia y tradiciones. Un lugar cargado de recuerdos y actividades que conectan a generaciones pasadas y presentes, en medio de la vasta llanura cordobesa, cerca de la laguna de Mar Chiquita.
Cañada Honda está ubicada al oeste de la mencionada laguna, en el extremo noroeste del departamento Río Primero, a unos dos kilómetros de La Posta. Este paraje tiene una historia que comienza oficialmente el 23 de noviembre de 1919, cuando Sinfronio Córdoba y su esposa María Palacios donaron una iglesia y nueve manzanas de tierra para conformar el pueblo alrededor de la Virgen del Rosario. Es esta misma iglesia, que data de 1927, la que sigue siendo el centro de los recuerdos y el alma del pueblo, aunque la localidad ya no cuente con habitantes permanentes.
Marcelo Franco, juez de paz de La Posta y uno de los mayores conocedores de la historia de Cañada Honda, ha dedicado más de una década a investigar y conservar los recuerdos del pueblo. En su labor, ha recopilado testimonios orales, documentación y fotografías, y está escribiendo un libro que documentará su historia. Franco se ha convertido en el guardián de la memoria de Cañada Honda, luchando por evitar que su historia se pierda, como ya ocurrió con Las Encrucijadas, un pueblo cercano que también desapareció con el paso de los años.
“En 1919 se registran los primeros bautismos en la casa de Félix García, quien cedió una habitación para que sirviera de oratorio. Así comenzó la vida religiosa en la zona, que no se detuvo ni siquiera cuando el pueblo dejó de existir”, cuenta Franco. Con el paso de los años, la iglesia fue construida y se terminó el campanario en 1941, dando testimonio de los esfuerzos de la comunidad por mantener viva la tradición religiosa. “El primer ternero de cada año era sagrado y se destinaba a la construcción de la iglesia”, agrega.
La historia de Cañada Honda estuvo marcada por su corta existencia como pueblo. A pesar de haber tenido una escuela primaria, correo, cementerio, club social y hasta un equipo de fútbol, no pudo sobrevivir debido a la cercanía con La Posta, un pueblo que se benefició de la llegada del Ferrocarril Central Argentino, trayendo prosperidad a la región. Hoy, La Posta tiene una población de 280 habitantes, mientras que Cañada Honda se quedó sin vida en 2011, cuando falleció su último residente.
A pesar de ello, la iglesia de Nuestra Señora del Rosario sigue siendo el corazón de la comunidad, congregando a los fieles de la región para las fiestas patronales, que se celebran cada 25 de mayo. La presencia de la iglesia y el esfuerzo de personas como Nancy Zalaya, quien cuida de la capilla, han mantenido la llama encendida en el pueblo fantasma.
Pero Cañada Honda no solo revive en mayo. Desde 2011, el pueblo tiene una segunda oportunidad de revivir cada año en octubre, gracias a la organización de una jineteada impulsada por los hermanos Cardozo, que convocan a miles de personas. En la antigua plaza del pueblo, hoy convertida en rodeo, la jineteada atrae a cerca de 3.000 personas cada año, quienes disfrutan de un evento cargado de tradición gaucha.
Alejandro Cardozo, quien lidera la agrupación gaucha que organiza la jineteada, es uno de los responsables de que Cañada Honda no caiga en el olvido. Con su tropilla, que incluye una entablada, una yegua madrina y varios caballos, ha participado en el Festival de Jesús María, representando a este pueblo fantasma con orgullo. “Quiero rescatar lo que pasó en Cañada Honda porque temo que la historia se pierda como ocurrió con Las Encrucijadas”, asegura Franco, quien se apasiona al hablar de la historia y los eventos que han marcado la vida de este pequeño pero significativo lugar.
En las fiestas, la música y la cultura gaucha se hacen presentes, y los recuerdos de los viejos bailes en la plaza, como el célebre baile a la luz de la luna, siguen vivos en la memoria de los habitantes de la región. “En 2001, durante el penúltimo baile, el generador no alcanzaba para los equipos de la orquesta de Toro Quevedo. Se apagaron las luces y se continuó con el baile a la luz de la luna, un éxito total”, relata Franco, recordando esos momentos de camaradería y fiesta que marcaban la vida de los pobladores.
A través de la jineteada y las fiestas patronales, Cañada Honda sigue siendo un lugar donde las tradiciones perduran, a pesar de que ya no haya habitantes permanentes. La historia de este pueblo, aunque fugaz, sigue viva gracias al esfuerzo de aquellos que no permiten que su legado se pierda en el tiempo. Así, Cañada Honda se resiste a ser solo un recuerdo, y renace cada año para mantener viva su historia y su alma.