Por Agroempresario.com
Hasta hace muy poco, el único vino autóctono de Argentina con reconocimiento internacional era el Torrontés. Sin embargo, una nueva cepa ha comenzado a destacar, alineándose con la tendencia global de revalorizar lo propio como una ventaja diferencial. La uva Criolla, traída por los misioneros de las Islas Canarias, se propagó de norte a sur del continente, adoptando distintas denominaciones según el territorio: Misión en Estados Unidos, País en Chile y Criolla en Argentina.
Se trata de un conjunto de uvas de diversas características, derivadas de cruzamientos entre Moscatel de Alejandría y Listán Prieto, entre otras. Históricamente, las Criollas se plantaban mezcladas, lo que favoreció la polinización cruzada. Durante muchos años, estas uvas no gozaron de buena reputación, pero lograron persistir en los viñedos gracias a su resistencia y productividad. A pesar de que tradicionalmente se utilizaban para elaborar vinos de mesa de baja calidad, enólogos visionarios decidieron rescatarlas del olvido. Hoy, gracias a un manejo cuidadoso y técnicas de vinificación innovadoras, como fermentaciones en vasijas de cemento, se obtienen vinos con personalidad y elegancia.
Una de las claves del resurgimiento de la Criolla Chica es la edad de sus viñedos, que suelen tener rendimientos naturalmente bajos. Aplicando técnicas modernas, como maceraciones en frío y fermentaciones con racimo entero, se logra concentrar sus cualidades y obtener vinos tintos de aspecto ligero, aromas frutales frescos y una acidez vibrante. Estas características lo convierten en una opción ideal para disfrutar en verano.
En reconocimiento a su potencial, el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) incluyó recientemente a la Criolla Chica en la lista de cepas aptas para vinos de calidad. La resolución 30/24, firmada por el titular del INV, Carlos Raúl Tizio Mayer, destaca que, gracias a su composición polifenólica y el uso de prácticas enológicas adecuadas, esta uva puede producir vinos tintos de gran nivel.
Actualmente, existen cerca de 400 hectáreas plantadas con Criolla Chica en Argentina, mientras que la Criolla Grande abarca más de 13.500 hectáreas. Esta variedad hermana a distintos países vitivinícolas del continente, compartiendo su ADN con la País chilena, la Negra Mollar peruana y la Misión estadounidense. Desde su llegada a América en el siglo XVI, ha experimentado cruzamientos y mutaciones genéticas que dieron origen a variedades autóctonas. Hoy, el creciente interés por lo autóctono impulsa a nuevos hacedores a trabajar con seriedad esta cepa histórica.
Atrás quedaron los tiempos de los vinos de mesa masivos. Los nuevos exponentes de Criolla Chica ofrecen equilibrio, frescura y un perfil frutado versátil, capaz de maridar con una amplia variedad de platos. Destacan especialmente acompañando pizzas y comidas especiadas.
Bodega El Bayeh, Quebrada de Humahuaca, Jujuy - $21.000
Con una presentación elegante y un sentido de pertenencia marcado, este vino se destaca por sus aromas vivaces y equilibrados. En boca, ofrece buen cuerpo, fluidez y notas delicadas de flores secas. Se recomienda consumir entre 2025 y 2028.
Puntos: 92
Bodega El Esteco, Valle de Cafayate, Salta - $28.500
El enólogo Alejandro Pepa elabora este vino a partir de un viñedo plantado en 1958. Presenta un color rojo cereza brillante y aromas a frutas rojas y especias secas. En boca es franco, con buen agarre y persistencia. Ideal para acompañar empanadas salteñas y platos picantes. Se recomienda su consumo entre 2025 y 2027.
Puntos: 91
Cara Sur, Valle de Calingasta, San Juan - $98.000