Por Agroempresario.com
Las condiciones climáticas adversas que afectan el final del verano y el inicio del otoño están generando una nueva preocupación para los productores agropecuarios, particularmente en lo que respecta a la calidad de los granos y forrajes. Las altas temperaturas y el exceso de humedad favorecen la germinación de hongos, principalmente en cultivos de soja, girasol y maíz. Esta combinación no solo reduce los rendimientos, sino que también afecta el valor comercial de los productos, lo que perjudica directamente la rentabilidad de las empresas.
El principal riesgo asociado a la presencia de hongos en los cultivos es la aparición de micotoxinas, sustancias tóxicas producidas por estos organismos, que pueden afectar gravemente la salud de los animales. En la ganadería, las micotoxinas son un problema crítico, ya que pueden tener efectos devastadores tanto en la producción de carne y leche como en la salud de los animales. Entre los géneros de hongos más comunes en esta época se destacan el Fusarium spp., Aspergillus spp., Penicillium spp. y Alternaria spp., que producen micotoxinas como aflatoxinas, ocratoxina, zearalenona, tricotecenos y fumonisinas.
Existen tres escenarios posibles en los cultivos afectados: 1) presencia de granos contaminados con hongos y micotoxinas, 2) hongos visibles sin micotoxinas y 3) la presencia de micotoxinas peligrosas, pero sin signos visibles de hongos en los granos.
Los rumiantes, como las vacas y ovejas, son más resistentes a las micotoxinas que los animales no rumiantes, pero los animales jóvenes son mucho más vulnerables. Los síntomas de intoxicación por micotoxinas incluyen afectación en órganos como el hígado, cerebro y riñón, trastornos digestivos, reducción en la tasa de concepción, infertilidad, disminución en la producción de carne o leche, y en casos graves, incluso la muerte.
Las micotoxinas más peligrosas incluyen:
Es esencial realizar un análisis de los granos afectados para detectar la presencia de micotoxinas. Laboratorios especializados en cereales son fundamentales para garantizar que los productos utilizados en la alimentación animal no comprometan la salud del ganado.