Por Agroempresario.com
¿Qué hace que una miel tenga ese sabor, aroma y color particular? ¿Qué flores visitaron las abejas antes de llenar los panales? En el departamento Paclín, más precisamente en la localidad de Talahuada, un grupo de científicos decidió ir en busca de respuestas a estas preguntas que trascienden la curiosidad científica y tienen impacto directo en la producción apícola de la región.
La investigación, liderada por la ingeniera agrónoma Rosario Scaltritti del INTA Catamarca, se propuso identificar qué especies vegetales visitan las abejas a lo largo del año y en qué momentos. El resultado fue un calendario floral que permite visualizar cuándo cada especie ofrece néctar y polen, insumos esenciales para el desarrollo de las colmenas.
“Este calendario nos permite establecer pautas de manejo más eficientes y predecibles. Saber cuándo florece cada especie ayuda al productor a anticipar momentos críticos, como la multiplicación de colmenas, el control sanitario o la cosecha de miel”, explicó Scaltritti.
El conocimiento del monte nativo se convierte así en una herramienta estratégica. No se trata solo de observar la naturaleza, sino de integrar al manejo técnico para potenciar la producción y reducir la incertidumbre.
Entre las especies identificadas figuran muchas que pueblan naturalmente el paisaje catamarqueño: chilca (Baccharis), espinillo (Vachellia caven), molle blanco (Schinus molle), pico de gallo (Ephedra triandra), tusca, algarrobo y la barba de viejo, entre otras. Cada una cumple un rol específico en el ciclo apícola, garantizando un flujo continuo de néctar a lo largo del año.
También hay lugar para las especies exóticas, aunque con una influencia más limitada. “Su floración es breve, entre agosto y septiembre, y si bien ayudan a activar las colmenas al final del invierno, no se detectaron en los análisis melisopalinológicos”, detalló Scaltritti. Es decir, no aparecen en la composición del polen presente en las mieles analizadas.
Los apiarios estudiados, que en su mayoría manejan entre 10 y 20 colmenas, se benefician de un ecosistema limpio, con baja incidencia de enfermedades, lo que convierte a Paclín en una zona de gran potencial para la apicultura extensiva.
“Esa sanidad ambiental es una ventaja estratégica”, indicó Mariano Ignes, otro de los investigadores involucrados en el estudio. “Productores de otras provincias buscan estos entornos para trasladar colmenas y reproducirlas con menos riesgos”.
Además, el estudio abre una puerta a la diferenciación comercial. Aunque la mayoría de las mieles catamarqueñas son multiflorales, el conocimiento de la flora podría permitir orientar la producción hacia mieles uniflorales, con identidad botánica definida, algo cada vez más valorado en mercados gourmet y de exportación.
Para Scaltritti, este tipo de investigaciones no solo mejoran el manejo técnico, sino que empoderan al productor. “Cuando uno sabe qué contiene su miel, puede explicar su origen, destacar sus cualidades y defender su precio en el mercado”, afirmó.
En un contexto donde los consumidores piden trazabilidad y transparencia, conocer el origen de la miel se convierte en una herramienta clave de marketing. Y si ese origen es el monte nativo, rico en biodiversidad y libre de agroquímicos, el valor agregado es aún mayor.
El monte catamarqueño no solo sustenta la vida silvestre y conserva tradiciones rurales: también guarda un conocimiento que recién ahora comienza a revelarse. A través de iniciativas como la del INTA, la apicultura regional suma herramientas para crecer con identidad, calidad y sostenibilidad.
En definitiva, saber de qué está hecha la miel no es solo una curiosidad: es una forma de producir mejor, vender mejor y proteger el monte que lo hace posible.