Por Agroempresario.com
Pupy, la emblemática elefanta africana que vivió más de tres décadas en el ex Jardín Zoológico porteño —hoy Ecoparque— comenzó su viaje hacia la libertad. Con destino al Santuario de Elefantes de Brasil (SEB), ubicado en el corazón del Mato Grosso, esta derivación representa no solo un punto de inflexión en su vida, sino también un símbolo del cambio cultural en torno al trato de los animales en cautiverio. Con su partida, la Ciudad de Buenos Aires deja de tener elefantes en su fauna urbana.
El traslado de Pupy fue esperado durante años. La elefanta llegó al zoo en 1993, y desde entonces fue testigo de grandes cambios en su entorno, pero su condición de cautiverio se mantuvo inalterable. La burocracia demoró más de dos años la concreción del viaje, a pesar de que los preparativos comenzaron en 2017. Su historia estuvo marcada por la pérdida: primero su madre, luego su compañera de recinto, y finalmente Kuky, con quien compartió tres décadas y que murió en 2024 esperando el mismo destino que ahora Pupy comienza a recorrer.
El viaje, que tomará entre cuatro y cinco días, se realiza por tierra y con paradas programadas para asegurar su bienestar. Durante todo el trayecto, Pupy estará acompañada por especialistas del Ecoparque y del santuario, todos con vasta experiencia en este tipo de operativos. La caja en la que se traslada fue diseñada especialmente para elefantes: reforzada, ventilada y equipada con cámaras que permiten su monitoreo permanente.
El destino es un paraíso natural de más de 1.100 hectáreas, con sectores especialmente diseñados para elefantas africanas, que ofrecen libertad de movimiento, contacto con la naturaleza y la posibilidad de desarrollar comportamientos propios de su especie. Pupy será la primera habitante del área destinada a elefantas africanas, aunque pronto se le sumará Kenia, proveniente del exzoológico de Mendoza.
El santuario, gestionado por Global Sanctuary for Elephants (GSF) y Elephant Voices, cuenta con personal especializado: desde biólogos hasta cuidadores, pasando por veterinarios y expertos en comportamiento animal. Entre ellos, se destacan Kat y Scott Blais, fundadores del proyecto. Scott llama “cornetazos” a las vocalizaciones con las que se comunican las elefantas; esos sonidos, que alguna vez compartió con Mara en Buenos Aires, volverán a acompañarla a la distancia en este nuevo capítulo de su vida.
El cautiverio de elefantes como Pupy tiene raíces en el tráfico ilegal de fauna silvestre. En los años noventa, bajo la gestión privatizada del zoológico porteño, se importaron numerosos animales exóticos con fines recreativos. Pupy y Kuky fueron probablemente víctimas de la caza furtiva en África, separadas de su manada y vendidas a zoológicos. Llegaron a la Argentina en una época en la que la exhibición de animales era considerada una atracción popular.
Durante sus años en el Ecoparque, Pupy padeció las limitaciones típicas del encierro: escasa movilidad, falta de estímulos naturales y relaciones sociales truncas. Aunque hubo intentos de enriquecimiento ambiental, nada podía sustituir una vida libre. La muerte de Kuky acentuó aún más la urgencia del traslado.
La preparación para el viaje fue meticulosa. Incluyó entrenamientos diarios para que Pupy se familiarizara con la caja de transporte, sesiones de revisión médica y controles sanitarios para cumplir con los protocolos de Argentina y Brasil. Todo fue pensado para minimizar el estrés del traslado y garantizar su seguridad.
La Fundación Franz Weber, a través del Proyecto ELE, fue clave en la concreción de esta y otras derivaciones. Su labor silenciosa, pero constante, incluyó gestiones diplomáticas, articulación con autoridades y asistencia técnica. Tom Sciolla, exgerente del Ecoparque y actual asesor de la fundación, resume la importancia de esta colaboración: “Nada de esto sería posible sin la coordinación entre decenas, a veces cientos, de personas que creen que una vida mejor es posible para estos animales”.
El santuario no es solo un lugar físico, sino una filosofía: la de permitir que los elefantes recuperen su esencia. Hoy, allí conviven cinco elefantas asiáticas —Mara, Guillermina, Rana, Maia y Bambi—, cada una con su historia de encierro y superación. La llegada de Pupy abre una nueva etapa, también simbólica: la de la expansión del espacio para las elefantas africanas, que comienza con 15 hectáreas y se proyecta a muchas más.
El camino hacia este presente se inició hace una década, con movilizaciones ciudadanas y abrazos simbólicos al entonces zoológico porteño. Fue la sociedad civil, acompañada por activistas, la que impulsó la transformación del espacio en Ecoparque y el fin de la exhibición de animales.
Mara fue la primera en ser trasladada, en 2020. Luego siguieron Pocha y Guillermina desde Mendoza. La muerte de Pocha, tras cinco meses de libertad, mostró el daño irreversible del cautiverio prolongado. La de Kuky, antes de lograr el traslado, fue un golpe para todos los involucrados y reforzó la necesidad de actuar con celeridad.
Hoy, Pupy tiene otra oportunidad. A sus 35 años (edad estimada), podrá por fin caminar sobre pasto, sentir la lluvia, revolcarse en barro y oler la selva. “Podrá ser una elefanta”, dicen los especialistas. Y tal vez, en esos pasos nuevos, lleve también los sueños que Kuky no pudo cumplir.
La experiencia argentina comienza a ser faro para otros países. Gracias a las transmisiones en vivo del SEB y la creciente conciencia social, más voces se alzan en defensa del bienestar animal. Europa, por ejemplo, aún mantiene elefantes en zoológicos; el objetivo ahora es replicar este modelo de liberación en otras regiones del mundo.
Con Pupy ya en camino, Argentina se acerca a convertirse en un país libre de elefantes en cautiverio. Y aunque queda mucho por hacer, cada paso —literal y simbólico— acerca a estos gigantes a la vida que merecen. La libertad de Pupy no es solo suya: es también un logro colectivo de quienes creen que la dignidad animal no debe ser una excepción, sino la regla.