Por Agroempresario.com
En un rincón del norte bonaerense, a la vera de un río y rodeada de árboles, se erige una casa que es mucho más que una vivienda: es una obra viva de arte, diseño y memoria. Allí viven Carmela Irizar, reconocida diseñadora textil y cofundadora de Abra Textil, junto a su pareja, Pablo Hernán Cortes, artista autodidacta en arquitectura, y sus hijos. El proyecto, iniciado en 2010, surgió de una búsqueda profunda: construir un hogar que permitiera una crianza en contacto con la naturaleza, con espacios abiertos al encuentro, al arte y a la experimentación.
“Queríamos una casa con cuatro caras, con el río cerca, con árboles, que nos invitara a compartir. Era importante que la construcción hablara de nosotros, de lo que valoramos, y también de lo que heredamos”, cuenta Carmela. La obra, llena de guiños estéticos y materiales reciclados, se extendió durante dos años, en paralelo al crecimiento de la familia.
Pablo fue quien lideró el diseño arquitectónico. Fiel a su estilo, eligió materiales nobles y resistentes que envejecieran con dignidad: hormigón, chapa, madera, hierro. “El hormigón lo uso mucho en mis proyectos. Me gusta porque requiere poco mantenimiento y tiene una textura brutalista que dialoga bien con otros elementos”, explica.
Por su parte, Carmela aportó el alma del interior: recuperó objetos familiares, rescató joyas de anticuarios y mercados de pulgas, y llenó cada rincón con textiles de su autoría. “Mi universo se construye con piezas que tienen historia. Hay cosas que vienen de mis abuelos, otras que encontré en ferias o que traje de viajes a comunidades originarias. Todo eso tiene valor para mí”, señala.
El living-comedor es un claro ejemplo de esa fusión entre arte y afecto. Los sillones heredados fueron tapizados con terciopelo amarillo, las paredes turquesas exhiben obras textiles de Carmela y una lámpara de cristal checo brilla sobre una mesa ratona art déco. “La persiana turquesa que usamos como revestimiento fue un regalo de una vecina. El resto, las encontramos en la calle. Nos encanta resignificar lo descartado”, dicen.
En la cocina, el eclecticismo se intensifica: acero inoxidable convive con madera reciclada y puertas de heladeras industriales, todo ensamblado con oficio y calidez. El piso, de cemento alisado, tiene dibujos hechos a mano por Pablo, y las paredes están revestidas con mosaicos elaborados con la técnica del azulejismo. Sobre una de las ventanas, una cortina multicolor tejida por Carmela baña de luz el ambiente.
En el corazón de la casa, una biblioteca guarda más que libros: hay una antigua cajonera que perteneció al consultorio del abuelo de Carmela, médico como su padre. “Esa pieza tiene una carga emocional inmensa. Me encanta que hoy esté acá, entre nuestras cosas cotidianas”, cuenta.
Una de las joyas visuales del hogar es el separador que colocaron entre dos ambientes: un díptico en acrílico de 2x2 metros, obra del artista Rogelio Polesello. “Para nosotros, tener arte en casa es parte de nuestra forma de vivir”, afirma Pablo.
La galería, de 90 m², es otro escenario protagonista. Allí Carmela lleva su telar de pie en los días cálidos, rodeada de lámparas de cristal soplado, bancos rústicos y paneles de colectivos reciclados que ahora decoran el espacio exterior. “Este es un lugar para disfrutar en familia, con amigos, con arte y comida”, resume.
En un rincón del jardín, la pileta elevada orientada al noroeste se asoma al río. Desde allí, las vistas son amplias y serenas. Junto a la piscina, muebles heredados y piezas de diseño nacional se integran sin esfuerzo. Un sillón ‘Pastilla’ de fibra de vidrio convive con juegos de jardín de hierro, completando la escena.
La casa de Carmela y Pablo es un testimonio de una forma de habitar que trasciende las tendencias. Aquí, la estética no es solo un fin sino una consecuencia natural del modo en que viven y valoran el mundo: con respeto por los materiales, pasión por el arte, y un profundo sentido de pertenencia.
“En Abra Textil creemos que aprender un oficio ancestral transforma. Esta casa también es parte de eso: una construcción lenta, manual, con intención. Es un espacio vivo que cuenta nuestra historia”, concluye Carmela.
Entre el arte y la naturaleza, entre el pasado que se honra y el presente que se celebra, esta casa demuestra que es posible vivir rodeados de belleza sin perder de vista lo esencial: el amor por lo simple, lo genuino y lo compartido.