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El santuario del alma: Proyecto Carayá, un refugio cordobés donde los animales vuelven a ser libres

Un hogar en el monte cordobés que rescata monos, pumas y otras especies víctimas del cautiverio

El santuario del alma: Proyecto Carayá, un refugio cordobés donde los animales vuelven a ser libres

Por Agroempresario.com 

En el corazón del monte cordobés, a 11 kilómetros de la localidad de La Cumbre y al final de un camino de ripio que parece conducir al medio de la nada, hay un lugar donde la vida se reinventa. Allí, en una reserva de 360 hectáreas, funciona Proyecto Carayá, el primer santuario de primates de la Argentina y uno de los pocos espacios en el país dedicados al rescate y rehabilitación de fauna silvestre víctima del mascotismo, el tráfico ilegal y la destrucción del hábitat. Fundado en 1994 por María Alejandra Juárez, este refugio es mucho más que un centro de conservación: es el resultado de un sueño personal convertido en misión de vida.

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Alejandra, conocida por todos como “La Ale”, llegó al mundo de la fauna silvestre casi por azar, aunque hoy parece inevitable. Su intención original era estudiar biología o veterinaria, pero la dictadura militar y la decisión familiar la desviaron hacia la historia con orientación antropológica. Sin embargo, su pasión por los animales no se extinguió. “Siempre le busqué la vuelta a todo”, cuenta. Su tesis sobre el zoológico de Córdoba fue el punto de partida de una carrera que se fue forjando en paralelo a las convenciones académicas.

En aquel zoológico conoció a Alexia y Nahuel, dos tigres de bengala que marcaron un antes y un después. Pero fue Bubú, una mona Carayá llegada desde Villa Carlos Paz a través de la Fundación Vida Silvestre, quien terminó por inaugurar el verdadero motor de su vida: el santuario. Desde entonces, los animales nunca dejaron de llegar.

Hoy conviven allí más de 220 monos Carayá y capuchinos, 27 pumas, zorros, gatos monteses, cabras, burros, ovejas, cerdos, perros y hasta un percherón que “se cree caniche”, según cuenta entre risas Malen, la hija menor de Alejandra. Junto a su hermana Mayú —encargada de la administración y comunicación— forman un trío inseparable que sostiene este enorme refugio con esfuerzo, pasión y una convicción inquebrantable.

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Un santuario con nombre y apellido

El Proyecto Carayá no solo es un santuario para animales, también es una reserva emocional. Cada ejemplar tiene su historia, su nombre, su trauma y su recuperación. Bubú fue la primera, pero muchas otras siguieron. Como Juana, una mona que vivió allí desde 1995 hasta hace pocos días, superando los 30 años de vida y dejando un legado de 25 hijos, 10 nietos y 15 bisnietos.

Los Carayá suelen llegar víctimas del mascotismo o de la urbanización de su hábitat. En cambio, los capuchinos provienen, en muchos casos, de laboratorios. “Verlos libres, jugando entre las copas de los árboles, después de años de encierro, es una experiencia que emociona”, dice Malen.

El santuario también acoge a grandes felinos. En los últimos años se convirtió en el principal centro de rescate de pumas del país. “En 2023 recibiremos ocho cachorros. Este año ya llegaron cinco más”, relata Ale. Los pumas llegan huérfanos, atropellados o heridos, y son criados con cuidado en áreas vedadas al público. Lo mismo sucede con los zorros y gatos monteses.

“No se puede decir que no”, confiesa Alejandra cuando se le pregunta cómo hace para seguir sumando animales. “Cada vez que llega un nuevo puma, mis hijas me piden que sea el último. Pero yo no puedo prometer eso. Sería ir en contra de mi esencia”.

Un lugar fuera del tiempo

Proyecto Carayá abrió sus puertas al público en 1998, cuando Alejandra viajó a Alemania y su hermano, junto con dos voluntarios, decidió que necesitaban generar ingresos para sostener el lugar. Hoy las visitas guiadas —que se hacen sin reserva previa, en horarios reducidos y sin contacto directo con los animales— representan una de las pocas fuentes de financiación del santuario.

“Yo no quería abrir al público. Este es mi mundo, mi refugio”, explica Ale. “Nunca pensé en la plata. Mis hijas me dicen que los números no cierran, y tienen razón. Pero yo siempre sentí que si lo que hacés es bueno, el universo te lo devuelve”.

El refugio no cuenta con señal de celular ni acepta pagos electrónicos. “Solo efectivo”, advierten en sus redes sociales. Tampoco está permitido ingresar con comida ni mascotas. Las reglas no son caprichosas: buscan minimizar el estrés de los animales y mantener la armonía del lugar.

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La visita de Jane Goodall

En 2009, Proyecto Carayá recibió la visita de Jane Goodall, la reconocida primatóloga británica que revolucionó el estudio del comportamiento de los chimpancés. Su presencia fue un hito. “Hasta ese momento muchos nos veían como unos locos. Después de ella, llegaron convenios con universidades y más apoyo institucional”, recuerda Alejandra con emoción.

Ese encuentro también marcó una validación personal. “Yo hay cosas que no las pienso. Si tengo que salvar un animal, lo hago sin dudar”, dice. Esa espontaneidad y entrega absoluta, sin cálculos ni estrategias, es parte de lo que la convierte en una figura tan singular.

Trabajo sin feriados

La vida en el santuario es exigente. “Es 24/7. Nos levantamos muy temprano con los monos golpeando la ventana”, cuenta Malen. “No hay días libres. Si alguna se toma vacaciones, tiene que ser de a una por vez”.

A pesar del esfuerzo físico y emocional que implica convivir con animales heridos, traumatizados y en recuperación, ninguna de ellas se queja. “Esto es nuestra vida”, resume Ale. Un proyecto que no solo rescata animales, sino que transforma a quienes lo visitan.

Las historias de quienes recorren el santuario coinciden en lo mismo: Proyecto Carayá no es un paseo, es una experiencia transformadora. Una invitación a repensar el vínculo con la naturaleza, a valorar el compromiso humano con los que no tienen voz, y a admirar la entrega de tres mujeres que, lejos de cualquier comodidad, decidieron abrazar una causa hasta sus últimas consecuencias.

Cómo llegar y qué tener en cuenta

El Proyecto Carayá se encuentra en la Ruta E66, en el paraje Tiu Mayu, a unos 11 kilómetros de La Cumbre, Córdoba. Las visitas son guiadas, duran aproximadamente una hora y media, y no requieren reserva previa. No se permite alimentar ni tocar a los monos. Tampoco se puede ingresar con mascotas ni consumir alimentos durante el recorrido. Dado que en la zona no hay señal de celular, solo se acepta efectivo. Para conocer los horarios y novedades, se recomienda consultar su cuenta de Instagram: @proyecto.caraya.



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