Por Agroempresario.com
El último año de la inteligencia artificial generativa (IAG) ha sido un periodo de transformaciones disruptivas, que han comprimido el tiempo de manera sin precedentes. Lo que estaba proyectado para los próximos años está ocurriendo ahora, y a una velocidad acelerada. Las nuevas reglas del juego en este boom hiperacelerado de IA están desafiando la forma en que entendemos la tecnología, la economía y la vida cotidiana.
En 1989, el geógrafo y teórico social David Harvey introdujo el concepto de “compresión del tiempo” para describir cómo la tecnología y la globalización aceleraban el ritmo de los cambios. Sin embargo, lo que estamos viviendo hoy, con el auge de la IA generativa, es una versión mucho más acelerada de ese fenómeno. Los avances se producen más rápido de lo que se puede procesar, y con ellos, se generan nuevos desafíos tanto a nivel emocional como profesional.
Sam Altman, CEO de OpenAI, mencionaba recientemente en un post de X (antes Twitter) cómo en diciembre de 2023, cuando ChatGPT alcanzó un millón de nuevos usuarios en solo cinco días, esto se consideraba una hazaña sin precedentes. Apenas unos meses después, el nuevo generador de imágenes de OpenAI alcanzó un millón de usuarios en solo un día, multiplicando la velocidad de adopción de su tecnología por cinco. Este fenómeno no es un caso aislado: en febrero de 2025, ChatGPT ya cuenta con 400 millones de usuarios activos y se estima que este número se ha duplicado, acercándose a los mil millones. Estos números no son solo cifras, son la prueba de que la tecnología ha dejado de ser un campo exclusivo de los desarrolladores para convertirse en una herramienta diaria, casi omnipresente.
A medida que los avances en IA se vuelven cada vez más veloces, muchos expertos coinciden en que lo que está en juego no es solo la adopción de nuevas herramientas, sino cómo estas afectan la psique humana. Azeem Azhar, director de Exponential View, señala que la “compresión de tiempo” que vivimos actualmente está afectando nuestra emocionalidad. “Cuando vemos que algo que antes tomaba días, ahora se puede hacer en minutos, nuestra mente no está adaptada a esas velocidades. No se trata solo de asombro, sino de un ‘recalibraje emocional’ que debemos aprender a gestionar”, explica Azhar. La velocidad de la IA genera una sensación de vértigo y ansiedad, especialmente cuando se tiene la impresión de que, al ser tan rápidos, algo podría estar siendo omitido o mal hecho.
Es este ajuste mental el que está afectando a los profesionales en todos los niveles. Un ejemplo claro lo encontramos en los líderes empresariales. Un CEO que, ante la inminente transformación tecnológica, decide capacitar a su equipo directivo en el uso de IA a través de cursos especializados. Este enfoque, tan típico de las olas disruptivas anteriores, ahora se ve como obsoleto. Hoy, la información más útil para adaptarse a estos cambios proviene de fuentes informales, como las redes sociales y las experiencias directas de aquellos que están “haciendo” la tecnología, no solo comentando sobre ella. Esta es la nueva realidad: el conocimiento relevante no viene de los gurúes, sino de los “doers” (hacedores).
La democratización de la IA ha invertido las jerarquías tradicionales de la difusión tecnológica. Historias como la de Andrej Karpathy, quien reflexionó sobre cómo los modelos de lenguaje de IA (LLM) han transformado la dinámica de la innovación, son clave para entender este nuevo paradigma. En el pasado, la tecnología fluía desde los gobiernos, grandes corporaciones y militares hacia el público general. Ahora, es la gente común, las pequeñas empresas y los emprendedores los que lideran la carrera. Según Karpathy, los grandes conglomerados corporativos, por su tamaño y peso, a menudo quedan rezagados frente a la rapidez con que los usuarios y pequeñas empresas adoptan la IA generativa.
“Es un cambio de paradigma donde el poder recae en la gente. Las grandes corporaciones, por más que intenten adaptarse, siguen siendo lentas. Mientras tanto, los ‘doers’ están creando el futuro hoy, sin esperar la validación de las fuentes tradicionales”, apunta el inversor Alexis Caporale. En este nuevo ecosistema, la capacidad de adaptarse rápidamente es la clave para aprovechar la riqueza que se está generando con la IA. La máxima es clara: olvídense de los gurúes, bienvenidos los constructores.
Con este rápido avance tecnológico, surgen nuevas tensiones en torno a la identidad humana y el rol que juegan las máquinas en nuestras vidas. La futurista Rebeca Hwang ha denominado a este fenómeno como la “anarquía de identidad” o “Identity Anarchy”, y sostiene que uno de los cambios más significativos de la era de la IA es el fin del antropocentrismo, la visión de que el ser humano es el centro del universo. Este cambio ya se está reflejando en las políticas empresariales, como la introducción de la “máxima de Tobi Lutke”, CEO de Shopify. Lutke estableció que no se contrataría a ningún nuevo empleado en la empresa, a menos que pudiera demostrar que la tarea a realizar no podía ser ejecutada por agentes de IA.
Este tipo de políticas reflejan un giro radical en las dinámicas laborales y sociales. La tecnología ya no es vista como un complemento o una herramienta para mejorar el rendimiento humano, sino como una fuerza que desafía y redefine el concepto mismo de trabajo, identidad y valor. Es un claro indicio de que estamos ante una era en la que las máquinas empiezan a desempeñar un papel mucho más central en la sociedad.
Finalmente, el creativo Carlos Pérez utiliza la metáfora de la “presbicia” para describir cómo la IA está cambiando nuestra percepción del tiempo y la tecnología. A medida que envejecemos, el cambio en nuestra visión es gradual, pero al llegar a los cuarenta años, muchos experimentan de golpe una pérdida de agudeza visual. En el caso de la IA, ese cambio se amplifica: lo que parecía futurista, como los videos de la movida del “Italian Brainrot”, surge de repente y nos deja con la sensación de estar viviendo en un paraje extraterrestre, como si estuviéramos viendo el futuro de la tecnología desde el presente, pero con la visión de un espectador asombrado.
Este cambio radical no solo es perceptible a nivel individual, sino también en la manera en que las empresas y sociedades se están adaptando al uso de la inteligencia artificial. Las reglas del juego ya no son las mismas, y el desafío es entender y adaptarse a esta nueva velocidad.