Por Agroempresario.com
Mientras el mundo vive un ciclo expansivo en el comercio de carne vacuna, la Argentina parece mirar desde afuera, como con la ñata contra el vidrio. En abril, el precio de la carne subió casi un 7% y fue el principal motor del incremento en alimentos, según datos privados. La suba, sin embargo, convive con una baja en el valor de la hacienda en pie, que esta semana sufrió una corrección a la baja impulsada por una mayor oferta, devolviendo parte de las ganancias previas, especialmente en la categoría de novillitos.
De acuerdo con la consultora Zorraquín-Meneses, los dos grandes pilares del negocio ganadero —el mercado externo y el consumo interno— enfrentan señales preocupantes. La exportación, que en tiempos recientes representaba el 32% del destino de la carne producida, ahora ronda apenas el 25%. En términos concretos, el volumen mensual cayó de unas 80.000 toneladas a cerca de 50.000.
Los motivos son variados, pero tienen un denominador común: pérdida de competitividad. El precio en dólares del ganado argentino, sumado a un tipo de cambio que no compensa, deja fuera de juego a muchos exportadores. La escasez de novillos y vacas con destino exportación también agrava el panorama. Mientras tanto, países como Brasil y Australia capitalizan con fuerza la disputa arancelaria entre Estados Unidos y China, que ha reducido los flujos comerciales entre ambas potencias.
La cuota Hilton —con un precio que ronda los 18.000 dólares por tonelada— representa una oportunidad, pero no alcanza para compensar la retracción general. “La exportación pierde terreno porque el tipo de cambio no acompaña y hay poco incentivo para abastecer ese mercado”, resume Ignacio Iriarte, analista del sector.
El consumo interno tampoco ofrece un alivio. Aunque experimentó cierta recuperación, cada suba en el precio al consumidor provoca una inmediata retracción de la demanda y una sustitución por otras carnes más accesibles, como el pollo o el cerdo. Así, el precio de la hacienda encuentra un techo difícil de romper: novillos en $2900/3000 el kilo en pie, novillitos en $3100/3200, y vacas buenas en $1900/2000.
En la invernada, los terneros machos cotizan entre $3500 y $3800 según peso, y las terneras entre $3200 y $3400. Una vaca usada preñada alcanza el millón de pesos. Con un otoño benigno, muchos productores retienen animales para engordar y eso desacelera la oferta, sosteniendo valores razonables pese a estar en plena zafra.
Para Zorraquín-Meneses, el negocio ganadero aún tiene potencial de renta positiva este año, aunque con un techo bajo. Entre los factores a favor destacan la reducción de costos en alimentación, gracias a precios deprimidos en los granos, y un mercado interno que, aunque no despegue, podría resistir el flujo de carne disponible. Pero las amenazas están al acecho: costos indirectos y laborales en alza, tasas de interés elevadas en pesos y arrendamientos ganaderos cuyo valor en kilos de carne resulta difícil de sostener en este contexto.
Una luz de ventaja aparece en algunas zonas donde la ganadería compite en rentabilidad con la agricultura, un fenómeno no siempre frecuente en el país. Eso actúa como incentivo para mantener el stock bovino sin recurrir a liquidaciones.
Iriarte, sin embargo, advierte sobre un problema estructural: “El salario, medido en kilos de carne, está en uno de sus niveles más bajos históricos. Y eso es un riesgo, porque el principal cliente de la carne argentina sigue siendo el consumidor local”.
El panorama internacional, en cambio, muestra un tono más optimista. La demanda global permanece firme, los precios tienden al alza y hay una diversificación interesante de mercados. Pero Argentina, atrapada en su propia macroeconomía, hilvana cinco meses consecutivos de caída en los embarques.
“El mundo demanda carne, pero nosotros no estamos en condiciones de aprovecharla”, afirma Iriarte. A modo de ejemplo, el precio del cuarto delantero que Brasil le vende a China pasó de USD 4200 a USD 6000 por tonelada en un año, un dato que habla de oportunidades que se están dejando pasar.
Mientras tanto, el novillo argentino quedó esta semana por debajo del valor del novillo uruguayo, algo poco común en los últimos tiempos. En el frente externo, Estados Unidos se consolida como el mayor demandante del mundo: ha perdido stock bovino y se volvió un comprador voraz, con precios tentadores. “Allí ya se observa un aumento en la reposición de vaquillonas; en Argentina todavía estamos muy lejos de eso”, remarca Iriarte.
En contraposición con la parálisis local, países como Brasil, Australia y Uruguay no solo exportan más carne, sino que también venden ganado en pie y hasta importan animales para faena. En paralelo, el sudeste asiático, con sus 600 millones de habitantes, emerge como una plaza clave para el futuro del comercio global de proteínas animales.
Mientras tanto, la Argentina parece resignada a ver cómo el tren pasa por delante. Sin una corrección de fondo en el esquema cambiario, con más incentivos a la producción y políticas que acompañen al sector, la ganadería nacional seguirá, como hoy, con la ñata contra el vidrio.