Por Agroempresario.com
En las profundidades de la selva tropical de Papúa Nueva Guinea se esconde un ave con un secreto mortal: su plumaje contiene uno de los venenos más potentes conocidos por la ciencia. Esta ave, llamada pitohui encapuchado (Pitohui dichrous), fue descubierta casi por accidente y desde entonces ha despertado el interés y la curiosidad de biólogos y ecólogos en todo el mundo.
Corría el verano de 1989 cuando Jack Dumbacher, estudiante de posgrado en la Universidad de Chicago, realizaba una expedición en Nueva Guinea. Durante sus estudios con redes de niebla para capturar aves, fue arañado en los labios por un ejemplar de plumaje negro y naranja. El ardor y el entumecimiento que sintió lo llevó a consultar a los lugareños, quienes le advirtieron que esa ave, conocida como pitohui encapuchado, era tóxica y evitada como alimento.
Investigaciones posteriores confirmaron que el pitohui portaba batracotoxina, un alcaloide letal presente también en ranas dardo venenosas sudamericanas. Este fue el primer caso conocido de un ave venenosa, un descubrimiento revolucionario que abrió nuevas líneas de investigación sobre cómo algunos animales pueden producir o acumular toxinas para defensa.
Jack Dumbacher, junto con su equipo, fue pionero en identificar la batracotoxina en aves y en insectos del entorno, planteando preguntas sobre la ecología y evolución de esta toxina en la región.
Una teoría común es que las aves no sintetizan la toxina, sino que la obtienen de su dieta, especialmente a partir de escarabajos del género Choresine. Sin embargo, Dumbacher ha señalado que los escarabajos probablemente no producen el alcaloide, y sugiere que otros organismos del suelo o plantas podrían ser los verdaderos productores.
Actualmente, el equipo de investigadores liderado por Knud Jønsson y Kasun Bodawatta está analizando el contenido estomacal de aves venenosas y los insectos del entorno para determinar la fuente exacta de la toxina. La química Christine Beemelmanns ha identificado seis derivados de batracotoxina en las muestras recogidas, lo que indica un complejo proceso bioquímico aún por desentrañar.
La batracotoxina actúa bloqueando los canales de sodio en células nerviosas y musculares, causando parálisis e incluso la muerte. Pero las aves tóxicas parecen inmunes a ella. Estudios genómicos de Jønsson rebelaron mutaciones en genes de canales de sodio en estas aves, aunque experimentos de laboratorio de Daniel Minor mostraron que estas mutaciones no garantizan protección total.
Minor propuso que las aves podrían producir proteínas “esponja” que neutralizan la toxina antes de que afecte a sus células, un mecanismo similar al que usan ciertas ranas venenosas con una proteína llamada saxifilina.
Después de años sin grandes avances, en 2023 Jønsson y Bodawatta descubrieron dos nuevas especies de aves venenosas en Nueva Guinea. Planean continuar sus investigaciones hasta 2028, ampliando el mapa genético de aves tóxicas y explorando especialmente la superfamilia de los córvidos, con un enfoque en las especies de Nueva Guinea.
Su objetivo es entender mejor cómo se produce y regula la toxina, cómo se transmite genéticamente la inmunidad y si existen proteínas similares a la saxifilina en estas aves.
Este fenómeno no se limita a las aves de Nueva Guinea. Otros animales venenosos, como ranas, peces y pulpos, han desarrollado de forma independiente mecanismos para resistir toxinas letales. Los investigadores creen que entender estos procesos puede revelar cómo la selección natural impulsa soluciones biológicas similares en especies no emparentadas, un fenómeno conocido como evolución convergente.
Como dijo Bodawatta: “Esto es solo el principio. En pocos años podríamos tener nuevos descubrimientos que revolucionaron nuestra comprensión de la toxicología animal”.