Por Agroempresario.com
A pesar de su notable capacidad de vuelo, muchas especies de aves no logran adaptarse con la rapidez necesaria a los efectos del cambio climático. Así lo advierte una reciente investigación de la Universidad de Yale, publicada en Nature Ecology and Evolution, que analizó el comportamiento de 406 especies a lo largo de dos décadas. El hallazgo pone en duda la suposición de que estas criaturas aladas, por su movilidad, estaban mejor preparadas para enfrentar el calentamiento global que otros animales.
El canto de las aves, presente en selvas, costas, bosques y ciudades, no es solo una melodía del paisaje natural, sino también un indicador clave del estado de los ecosistemas. Las migraciones, los desplazamientos o la ausencia de ciertas especies son señales que reflejan los efectos del cambio climático sobre la biodiversidad. Sin embargo, nuevas evidencias demuestran que muchas aves están perdiendo la carrera contra el calentamiento global.
Liderado por Jeremy Cohen y Walter Jetz, el equipo de investigadores cruzó información de observadores ciudadanos con registros climáticos locales en América del Norte. El objetivo fue entender hasta qué punto las aves consiguen modificar su distribución geográfica para escapar del calor.
Los resultados revelan que más del 75% de las especies estudiadas se desplazaron en busca de climas más frescos. Durante el verano, recorrieron entre 64 y 80 kilómetros hacia el norte o ascendieron a zonas más altas, evitando en promedio 1,28 °C del calentamiento esperado. No obstante, esto no bastó: experimentaron igualmente un incremento medio de 1,35 °C.
La situación fue más crítica en invierno. El aumento térmico fue mayor —de hasta 3,7 °C— y los movimientos de las aves más limitados. El desplazamiento redujo la exposición al calor apenas en medio grado, es decir, solo un 11% del total. Esto deja a muchas especies expuestas a condiciones cada vez más hostiles para su supervivencia.
Aunque algunas aves mostraron gran capacidad de respuesta —como la reinita aliazul, que migró más de 160 kilómetros—, muchas otras apenas se desplazaron o directamente no lo hicieron. Es el caso del cucarachero, una especie adaptada a regiones áridas que permaneció en su hábitat original.
Los expertos introducen aquí el concepto de “cambiadores de nicho”, para referirse a especies que no pueden reubicarse fácilmente. Esto puede deberse a limitaciones fisiológicas o a su dependencia de ciertas condiciones ecológicas, como la presencia de alimentos, refugios o especies clave en su entorno.
A medida que el calentamiento se intensifica, las especies se ven obligadas a alejarse de sus nichos climáticos históricos —es decir, el conjunto de condiciones en las que evolucionaron—. Pero esa migración no garantiza el éxito: muchas veces no encuentran ambientes funcionales que reemplacen a los originales.
“Los nichos históricos están dejando de ser compatibles con el clima actual, incluso en un grupo tan móvil como las aves. Esto genera una gran preocupación sobre la capacidad de otras especies, más sedentarias, de sobrevivir”, concluyeron los autores.
El estudio no solo alerta sobre la situación de las aves norteamericanas, sino que ofrece una advertencia extrapolable a otras regiones y especies. Si incluso los animales con mayores capacidades de desplazamiento no logran evitar el calentamiento, las perspectivas para reptiles, mamíferos o anfibios —menos móviles y más dependientes de su entorno— son alarmantes.
Para Walter Jetz, director del Centro de Biodiversidad y Cambio Global de Yale, estos resultados plantean “profundas preocupaciones” sobre el futuro de la biodiversidad. Según sus palabras: “Descubrimos que incluso un grupo altamente móvil es incapaz de reubicarse con la rapidez necesaria para enfrentar el cambio climático”.
Un aspecto destacable del estudio es el papel fundamental de los programas de ciencia ciudadana. Miles de observadores voluntarios en América del Norte aportaron durante 20 años datos sobre avistajes, cantos y localización de aves. Esta información, cruzada con datos climáticos, permitió construir una base sólida para el análisis.
Este tipo de monitoreo a largo plazo es crucial para entender patrones que no se detectan en períodos breves. Además, proporciona insumos esenciales para diseñar estrategias de conservación basadas en evidencia.
Ante este escenario, los investigadores coinciden en que es necesario identificar a tiempo a las especies más vulnerables y diseñar acciones específicas para su conservación. Esto implica:
La conservación, coinciden los expertos, no puede depender solo de la capacidad de adaptación de las especies. Debe contemplar una gestión activa del territorio y políticas públicas que integren criterios ambientales a escala global.
Aunque el foco del estudio estuvo en América del Norte, sus conclusiones hacen eco en todas las regiones del mundo. En América del Sur, por ejemplo, especies endémicas de zonas montañosas, como los Andes, enfrentan desafíos similares al ver reducido su rango altitudinal disponible. En África y Asia, el avance del desierto y el aumento de eventos climáticos extremos también limitan la movilidad de las especies.
La investigación de Cohen y Jetz refuerza una premisa clave en biología de la conservación: los impactos del cambio climático no son uniformes. Algunas especies se adaptan, otras migran, muchas no pueden hacer ninguna de las dos cosas. Actuar sobre las causas y no solo sobre las consecuencias será vital para evitar una nueva ola de extinciones.