Por Agroempresario.com
Durante décadas, China fue el motor del crecimiento para los exportadores agrícolas del mundo. Sus necesidades insaciables de maíz, trigo, soja y otros commodities convirtieron al gigante asiático en una aspiradora global de alimentos. Sin embargo, el panorama está cambiando. Beijing se propone producir 50 millones de toneladas adicionales de granos hacia 2030 y su demanda externa ya muestra señales de desaceleración. A este giro estratégico se suma un fenómeno demográfico preocupante: la población china se reduce y envejece, lo que reducirá su consumo interno de alimentos en el mediano y largo plazo.
La transformación no es casual. Desde la primera guerra comercial con Estados Unidos, iniciada por Donald Trump en 2018, China decidió tomar las riendas de su seguridad alimentaria. Las autoridades del Partido Comunista impulsaron una serie de políticas que apuntan a disminuir la dependencia de importaciones, especialmente de cereales y oleaginosas. En 2022 se aprobó un nuevo reglamento que permite acelerar la producción de cultivos genéticamente editados sin pasar por las pruebas extensas que requieren los transgénicos tradicionales.
En paralelo, Beijing lanzó un ambicioso plan estratégico 2024–2028 para fortalecer el desarrollo de semillas de trigo, maíz, soja y colza de alto rendimiento. El foco está puesto en lograr cultivos resistentes a condiciones climáticas extremas, con altos contenidos de aceite o gran capacidad de conversión alimenticia.
En los últimos meses, el gobierno chino dio luz verde a la siembra comercial de híbridos de maíz y soja genéticamente modificados. Es un cambio de paradigma, tras más de diez años de debate y cautela regulatoria. También se anunciaron programas de edición genética con protección de propiedad intelectual y el impulso a nuevas técnicas de cultivo. El objetivo final es consolidar una base de producción local robusta, con una industria de semillas completamente controlada por China.
Este avance no solo apunta a la autonomía estratégica frente a Estados Unidos, sino también al fortalecimiento de su sistema agroindustrial interno. De hecho, también se están desarrollando razas de cerdos y pollos con mejoras genéticas orientadas al rendimiento, la conversión alimenticia y la resistencia a enfermedades.
El nuevo enfoque tiene consecuencias palpables en el mercado global de granos. En 2025, las importaciones chinas de soja para el primer semestre caerían un 7% interanual, alcanzando su nivel más bajo en cinco años. En cuanto al maíz, se espera que las compras para todo el año no superen los 10 millones de toneladas, muy por debajo de los 50 millones adquiridos en 2021/22 y los 23,4 millones de 2023/24.
En el caso del trigo, las abundantes cosechas locales y los grandes inventarios internos permitieron a China desacelerar las compras externas, en especial a Australia y Canadá. Esto afecta directamente a los precios internacionales y a la planificación de exportaciones de países tradicionalmente dependientes del gigante asiático.
A la autosuficiencia agrícola se suma un factor estructural que puede alterar la demanda global de alimentos: la transformación demográfica china. La población se está reduciendo y envejeciendo. En un país donde el consumo interno ha sido motor de la demanda, este fenómeno representa una amenaza de largo plazo para los proveedores de alimentos. A menor población activa y mayor proporción de adultos mayores, el consumo de calorías y proteínas tiende a disminuir, impactando directamente en las necesidades de importación.
El disparador de este giro fue, sin dudas, la primera guerra comercial entre China y Estados Unidos. Las tensiones arancelarias que comenzaron en 2018 llevaron a Beijing a diversificar su matriz de proveedores. En soja, Brasil desplazó con fuerza a los Estados Unidos. En trigo, Australia y Canadá mantuvieron su posición, aunque con menos margen. Además, China impuso un arancel adicional del 10% a los granos del Corn Belt estadounidense, debilitando aún más la competitividad de los farmers norteamericanos.
Si bien hubo un intento de acercamiento con el Acuerdo Fase 1 firmado en 2020 por Trump, el mismo se diluyó tras su primer año de vigencia. Hoy, con un Trump nuevamente en campaña, los agricultores estadounidenses observan con inquietud cómo sus exportaciones hacia China se reducen, sin señales de recuperación.
El retiro gradual de China como gran importador de granos genera un reordenamiento del comercio internacional. Por un lado, países como Brasil salen beneficiados por su fuerte integración en la cadena de valor de la soja. Por otro, regiones como el Medio Oeste estadounidense y otras zonas exportadoras enfrentan una reconfiguración de sus mercados destino.
Los precios en Chicago, principal referencia global, ya reflejan la moderación de la demanda china. Aunque el clima, la oferta global y otros factores siguen siendo relevantes, la desaceleración de compras desde Beijing es un nuevo componente que condiciona la dinámica de precios agrícolas.
Para países sudamericanos como Argentina, el giro chino exige una doble estrategia: diversificar mercados y aumentar valor agregado. Si bien la soja argentina sigue compitiendo en Asia, el avance brasileño y la menor demanda estructural complican el panorama. Al mismo tiempo, se abren oportunidades para ofrecer productos con mayor procesamiento, menos expuestos a las oscilaciones de la demanda primaria.
Además, esta tendencia pone en el centro del debate el rol de las políticas de biotecnología, la necesidad de inversiones en genética y la importancia de negociar acuerdos comerciales con nuevos socios.
Todo indica que depender de un solo comprador ya no es una opción viable. China seguirá siendo un jugador clave, pero ya no el demandante compulsivo de décadas anteriores. Su transición hacia la autosuficiencia agrícola, junto con el cambio demográfico, marca un antes y un después en la economía global de los alimentos.
Mientras tanto, los mercados agrícolas deben adaptarse a este nuevo mapa, más fragmentado y competitivo. Para los exportadores, la clave estará en la innovación, la diversificación de mercados y la incorporación de tecnología que permita diferenciar productos y ganar competitividad más allá del volumen.