Por Agroempresario.com
En un mundo saturado de estímulos digitales, el éxito de los Labubu —unos peluches con sonrisa maliciosa y colmillos afilados— demuestra que el negocio de los juguetes aún puede reinventarse. Con una mezcla de marketing inteligente, diseño distintivo y viralidad en TikTok, estos muñecos dispararon el valor de Pop Mart, la empresa detrás del fenómeno, y convirtieron a su fundador, Wang Ning, en un nuevo multimillonario.
Wang Ning, de 38 años, fundó Pop Mart en 2010 en China, con la idea de comercializar figuras coleccionables a través del modelo de cajas ciegas. Este sistema —donde el comprador no sabe qué figura le tocará— explotó en popularidad con el tiempo. Pero fue recién con la llegada de Labubu que el negocio tomó otra dimensión.
El personaje fue creado por Kasing Lung, un artista nacido en los Países Bajos y radicado en Hong Kong, que en 2015 publicó “La Trilogía de los Monstruos”, donde Labubu hizo su primera aparición. En 2019, firmó un acuerdo exclusivo con Pop Mart, lo que marcó el inicio del despegue comercial.
Pop Mart debutó en la Bolsa de Hong Kong en diciembre de 2020, y desde entonces, su valorización creció a ritmo frenético. La estrategia basada en colecciones limitadas, colaboraciones con artistas y una fuerte presencia en redes sociales —especialmente TikTok— fue clave.
En solo un día, según Bloomberg, el patrimonio de Ning aumentó en US$ 1.600 millones. Actualmente, Forbes estima su fortuna en US$ 20.300 millones, lo que lo ubica entre los 100 empresarios más ricos de China y en el puesto 280 a nivel global.
En TikTok, el hashtag #labubu acumula millones de vistas. La dinámica es simple pero adictiva: los usuarios compran cajas sorpresa, graban el momento de apertura (unboxing) y muestran con entusiasmo cuál modelo les tocó. El más codiciado es el “Labubu secreto”, con una probabilidad de aparición de 1 en 72.
Este modelo de escasez controlada convirtió a Labubu en un objeto de culto. En plataformas como eBay y StockX, las versiones raras se revendieron hasta en US$ 7.000, mientras que colaboraciones como la realizada con Vans alcanzaron los US$ 3.000 por unidad.
La fiebre por estos muñecos traspasó lo digital. En tiendas físicas de Estados Unidos, como las de California, se vieron escenas caóticas. Compradores formaron largas filas desde la madrugada, hubo empujones y hasta discusiones filmadas por los propios usuarios, que bautizaron la experiencia como “Los Juegos del Hambre de Labubu”.
La participación de celebridades como Rihanna, Dua Lipa y miembros del grupo Blackpink le dio al fenómeno aún más visibilidad, especialmente en el mercado asiático, donde la demanda superó a la oferta y se registraron confiscaciones de productos importados ilegalmente.
Pop Mart no es solo Labubu. La compañía también comercializa otras líneas populares como Molly, Dimoo y Skullpanda. Todas bajo el mismo sistema de cajas sorpresa. Si bien los precios base oscilan entre US$ 10 y US$ 30, las ediciones especiales alcanzan valores impensados en el mercado de reventa.
Este modelo de negocio se sustenta en una lógica bien aceitada: la exclusividad, el azar y el efecto comunitario de redes sociales. Cada figura se convierte en una pieza de deseo, y la dificultad para conseguir ciertos modelos solo incrementa su valor simbólico y comercial.
Sin embargo, no todo es entusiasmo. Algunos usuarios en TikTok cuestionaron el consumo excesivo que estos juguetes promueven. Videos con cientos de miles de “me gusta” critican el comportamiento compulsivo de compradores que adquieren docenas de cajas sin siquiera interesarse por los personajes.
“Solo lo compran porque todos lo hacen”, se quejó un usuario en un video viral. Otros denunciaron la proliferación de imitaciones y estafas en reventa, un fenómeno que también acompañó la locura por productos como los vasos Stanley, otro ícono viral de 2023.
A diferencia de los juguetes tradicionales, los Labubu apuntan principalmente a un público adulto. Coleccionistas, fanáticos del diseño y seguidores de tendencias digitales son su mayor audiencia. La estética oscura y “creepy-cute” también los vuelve atractivos para quienes buscan diferenciarse del consumo mainstream.
Este enfoque adulto-infantil recuerda al fenómeno de los Funko Pop o los Be@rbrick en su auge. Pero el plus de Labubu es su narrativa: un personaje con historia, rareza garantizada y estética particular, que conecta emocionalmente con el consumidor y genera sensación de comunidad en redes.
El éxito de Pop Mart con Labubu plantea una pregunta más profunda: ¿hasta dónde puede llegar la fusión entre cultura pop, redes sociales y estrategias de escasez? En un mundo donde la atención vale oro, ofrecer productos que generen contenido viral parece ser la fórmula ganadora.
Hoy, Labubu no es solo un peluche. Es una máquina de marketing emocional, un avatar de identidad digital y un caso de estudio para cualquier empresa interesada en la psicología del deseo. Con su sonrisa afilada, este pequeño monstruo logró lo impensado: convertirse en símbolo de estatus, juego y negocio, todo al mismo tiempo.