Por Agroempresario.com
La inteligencia artificial dejó de ser un software abstracto y silencioso. Ahora, toma cuerpo, rostro y expresividad, generando una nueva forma de vínculo con los seres humanos. Este avance marca una transformación profunda en la manera en que las personas perciben, aceptan y confían en las tecnologías inteligentes.
Para Sofía Geyer, especialista en innovación y fellow Eisenhower, esta evolución no solo mejora la funcionalidad de los robots, sino que redefine por completo la interacción humano-máquina. “Ya no basta con que una máquina ejecute tareas con precisión; ahora se espera que sepa cómo relacionarse con las personas”, explicó tras su paso por el Social Robots Lab del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).
Durante décadas, la robótica industrial se centró en la eficiencia, reemplazando fuerza humana en entornos como fábricas, quirófanos o espacios peligrosos. La apariencia, la expresividad o la interacción emocional no formaban parte del diseño. “Nadie pensaba en ponerles una cara”, recordó Geyer.
Sin embargo, con la irrupción de la inteligencia artificial conversacional, ejemplificada por sistemas como ChatGPT, Gemini o Bard, la relación con la tecnología ha comenzado a volverse más humana. El foco ya no está solo en ejecutar tareas, sino en establecer conexiones más empáticas, emocionales y eficaces.
En este contexto, el Social Robots Lab del MIT se ha convertido en un núcleo de investigación avanzada. Allí, Geyer trabaja con prototipos que no solo realizan funciones utilitarias, sino que también bailan, conversan y colaboran en el desarrollo emocional infantil.
Uno de los aspectos más fascinantes del trabajo en el laboratorio es la expresividad robótica. La capacidad de un robot para gesticular, mantener contacto visual y adoptar posturas humanas no es una simple cuestión estética: tiene un impacto real sobre la percepción de quienes interactúan con él.
“Cuando uno de los prototipos me respondió con una mirada y un gesto de cabeza, sentí que no estaba frente a una máquina, sino frente a una presencia”, relató Geyer. Ese momento fue clave para comprender el poder persuasivo y emocional que puede tener la corporalidad en la IA.
Las investigaciones del laboratorio liderado por Daniella DiPaola estudian precisamente eso: cómo los gestos artificiales pueden evocar reacciones humanas auténticas. De hecho, se ha comprobado que los robots que cuentan con rostro y lenguaje corporal generan mayores niveles de empatía, confianza y eficacia en la comunicación que aquellos sin presencia física.
El lenguaje corporal, considerado históricamente una característica exclusiva de los humanos, se revela ahora como una herramienta esencial para las máquinas inteligentes. Posturas, movimientos de cabeza, gestos faciales y contacto visual son elementos que, combinados con el lenguaje verbal, pueden generar vínculos más profundos y efectivos entre humanos y robots.
“La expresividad potencia la capacidad de la IA para persuadir, enseñar, cuidar o guiar a las personas. Es un recurso emocional que aumenta la efectividad del vínculo humano-máquina”, señaló Geyer.
Este enfoque tiene implicaciones enormes para el futuro del trabajo, la salud, la educación y el comercio. Robots que puedan acompañar terapias, asistir en el aula o ayudar a adultos mayores no solo deben cumplir funciones técnicas, sino también ofrecer una presencia que inspire cercanía y comprensión.
El fenómeno no se limita al ámbito académico. A nivel global, empresas tecnológicas líderes avanzan en la integración de IA en dispositivos físicos. OpenAI, por ejemplo, trabaja en hardware específico que permita a ChatGPT salir del entorno digital y convertirse en un asistente físico presente en la vida diaria.
Otro caso interesante es el de Peter Diamandis, reconocido inversor y fundador de Singularity University, quien presentó un dispositivo colgante que graba todas sus conversaciones y las almacena en la nube, creando un historial de interacciones accesible y “recordado” por la IA.
En Asia, la adopción de robots humanoides con rostro ya es una realidad tangible. Bancos, hospitales y comercios los incorporan como parte del personal, capaces de interactuar, orientar o acompañar a clientes y pacientes. “La frontera entre humano y máquina se vuelve cada vez más borrosa, impulsando la necesidad de nuevas formas de vínculo y regulación”, reflexionó Geyer.
La aparición de robots con rostro y gestos también plantea interrogantes éticos. ¿Puede un robot generar dependencia emocional? ¿Es ético que una máquina simule empatía? ¿Qué regulaciones deben establecerse sobre el uso de esta expresividad en contextos sensibles como salud, infancia o educación?
“Estamos en un momento bisagra. La tecnología avanza más rápido que las normativas, y debemos asegurarnos de que el diseño de estos sistemas se haga desde un enfoque centrado en el ser humano”, advirtió Geyer.
La capacidad de influir que tienen los robots con cuerpo obliga a diseñar marcos éticos y regulaciones que limiten posibles abusos, manipulación emocional o pérdida de privacidad. “El rostro de un robot no es solo una interfaz: es una puerta a nuevas formas de confianza o de riesgo”, concluyó.
La irrupción de la inteligencia artificial encarnada marca un giro definitivo en la historia de nuestra relación con las máquinas. De la herramienta invisible al compañero con cuerpo, mirada y gesto, la IA está dejando de ser un código en la nube para convertirse en un actor de nuestra vida cotidiana.
El desafío no es sólo técnico, sino cultural, social y emocional. Aprender a convivir con robots expresivos exige repensar nuestros vínculos, nuestras expectativas y nuestros límites. Y, como señala Geyer, requiere también una profunda reflexión ética que acompañe esta evolución.