Por Agroempresario.com
Conocido por su sensibilidad musical y letras profundas, Pedro Aznar sorprendió al mundo del vino hace más de una década al dar un giro inusual en su carrera artística: convertirse en colaborador y creador de vinos. Lo que comenzó como una pasión personal se transformó en un proyecto enológico consolidado, que hoy sigue creciendo con Akasha, su nueva bodega, junto al agrónomo y socio Fran Evangelista. Este viaje desde los escenarios hacia los viñedos no es solo una aventura empresarial, sino también una exploración estética, emocional y cultural, con vinos que, al igual que sus canciones, buscan conmover e inspirar.
Aznar no es un improvisado en el universo vitivinícola. Su primera conexión con el vino, según recuerda, se dio en los rituales post-concierto de los años ‘70 y ‘80. Cenas con amigos músicos, copas de blancos como el San Felipe en su tradicional caramañola, y charlas con Charly García marcaron el inicio de una relación afectiva con el vino. No se trataba todavía de una vocación, sino de un placer estético: un cierre perfecto para una noche de música.
Durante sus giras internacionales como solista y junto a artistas como Pat Metheny, Aznar empezó a ampliar su paladar, probando etiquetas francesas, italianas y californianas, en una época en que los vinos del Nuevo Mundo ganaban reconocimiento tras eventos bisagra como el famoso Juicio de París. La experiencia sensorial de aquellos vinos comenzó a gestar una idea que luego sería imparable.
La década de 2010 fue clave. Fascinado por la creciente calidad del vino argentino, Aznar se inscribió en la carrera de sommelerie. Lo hizo con la misma intensidad con la que compone o arregla música. Su búsqueda era auténtica, formativa, y no solamente de imagen: "Quería saber desde adentro cómo se hace un vino", afirma.
Este interés lo llevó a Mendoza, donde conoció al enólogo Marcelo Pelleriti. Fue allí, en la bodega Monteviejo del Valle de Uco, donde Aznar vivió una epifanía enológica. "Estaba como chico en Navidad", recuerda. Pelleriti le propuso un juego creativo: hacer su propio corte a partir de vinos base. El resultado fue tan prometedor que decidieron iniciar juntos un proyecto: Abremundos, una etiqueta que combinó arte, precisión y espíritu bordelés durante una década.
Tras cerrar la etapa de Abremundos, Pedro Aznar no detuvo su marcha. En 2023, lanzó Akasha, una bodega que lleva un nombre sánscrito que significa "éter", "espacio", el quinto elemento. Con este concepto etéreo pero profundo, buscó un estilo más mediterráneo, apelando a cepas menos tradicionales en el mercado argentino como Grenache, Carignan, Nebbiolo, Tempranillo y Sangiovese. La idea, dice Aznar, es ofrecer vinos con alma, con capas, con misterio.
Su socio en esta nueva etapa es Fran Evangelista, ingeniero agrónomo y también amante del vino. Se conocieron años atrás cuando Evangelista trabajaba en el viñedo donde Aznar tenía su primera experiencia vitivinícola. Con la misma pasión por las variedades mediterráneas, decidieron iniciar una aventura diferente: vinos que emocionan tanto como una canción.
Pedro Aznar encuentra paralelismos profundos entre componer una canción y diseñar un vino. "Ambos buscan conmover, inspirar, despertar algo trascendente", explica. La magia está en los detalles, en la proporción justa de madera, en el carácter de la uva de ese año, en cómo el terroir se expresa a través del tiempo. Esos elementos, como las doce notas musicales, pueden parecer limitados pero dan lugar a una infinitud de combinaciones.
En este sentido, sus vinos no se limitan a una fórmula repetible. Aznar y Evangelista trabajan cada año como un nuevo disco. Ajustan cortes, cambian proporciones, eligen diferentes cepas. El objetivo es mantener una identidad, sí, pero también evolucionar.
La línea actual de Akasha incluye un blanco, un rosado, dos tintos y próximamente un nuevo blend, el Gran Akasha. En su elaboración, se combinan variedades clásicas argentinas –Malbec, Cabernet Franc, Chardonnay– con otras menos exploradas localmente, como la Garnacha y la Sangiovese.
Los vinos se elaboran en Mendoza, donde Aznar viaja regularmente para participar de las decisiones de corte. El artista está involucrado en cada etapa, desde el diseño de etiquetas hasta la filosofía comunicacional de la marca. “No quiero que sea un vino de celebrity. Esto es otra cosa”, enfatiza.
Al presentar sus vinos en ferias o cenas maridadas, Aznar se enfrenta a un público que muchas veces llega por su fama musical, pero se queda por la calidad de sus vinos. En esos eventos, suele firmar botellas y conversar sobre notas aromáticas, terroirs o vinificaciones, más que sobre discos y conciertos.
Aunque alguna vez compartió guitarra con su enólogo anterior, hoy prefiere que el vino tenga su propio espacio. "Ya hay musicalidad en el vino", dice. "No necesito subirme al escenario para que eso se exprese". Esa separación permite que cada proyecto tenga su propio lenguaje, su propia poesía.
La historia de Pedro Aznar como winemaker tiene múltiples capas. No es solo un músico que lanza una etiqueta por marketing. Es alguien que estudió, que se vinculó con expertos, que diseñó cortes, que recorrió viñedos, y que creó vinos con identidad propia. Su búsqueda no es de fama sino de conexión. Tanto con el paladar del consumidor como con su propia sensibilidad artística.
En tiempos donde muchos artistas buscan diversificar su imagen con productos comerciales, Aznar representa un ejemplo distinto: el de un creador que encuentra en el vino otra vía para canalizar su capacidad expresiva, su profundidad conceptual y su amor por lo sensorial.
Akasha está apenas en su segundo año de vida, pero con proyección a largo plazo. Para Aznar y Evangelista, el verdadero desafío es lograr consistencia sin perder personalidad. Como un buen segundo disco, el nuevo vino debe continuar la historia, no repetirla. Y esa tarea no se toma a la ligera.
Con una trayectoria que abarca desde los escenarios de Serú Girán hasta los viñedos de Mendoza, Pedro Aznar demuestra que la creación no tiene fronteras. Puede vestirse de acordes o de aromas, de versos o de taninos. Lo importante, siempre, es conmover.